TE PUEDE INTERESAR
Una escultura sin rostro ni brazos hallada en una comunidad indígena de Pucallpa llamó la atención de Aisha Ascóniga. Originalmente esta se encontraba en una plaza recién remodelada, pero su pronto deterioro daba cuenta de su precaria construcción. La situación hizo pensar a la artista visual en el mal uso que el gobierno local hacía del dinero recaudado y al mismo tiempo pudo captar la metáfora a la que aludía: el papel que desempeñan las mujeres en la sociedad y la violencia a la que está sometida. “Sentí que se enlazaba mucho con mi tema porque es una mujer sin identidad ni rostro. También sin manos como signo de que no puede actuar y sobre una balsa yendo quién sabe a dónde”. Esta fue el primer paso del proyecto titulado “Amazonía: milagros y fantasmas”. “El privilegio de elegir”, como denominó a la obra que reproducía la escultura maltrecha, es un políptico de 12 cuadros que fue finalista en el Concurso Nacional de Pintura del BCR a finales del 2019. Posteriormente, a raíz de una convocatoria internacional Ascóniga fue seleccionada para exponer su tercera individual en España, esta vez en el Centro de Arte Tomás y Valiente (CEART), ayuntamiento de Fuanlabrada, en las afueras de Madrid.
El tema que aborda la exposición no es ajeno para ella, pues desde niña tuvo la oportunidad de tener contacto con la naturaleza y la Amazonía. Desde entonces fue testigo de la sexualización que mujeres y niñas sufrían en la zona. “Recuerdo que de pequeña alguna vez fui de día a estos bares típicos que abundan en la selva y pude ver a chicas casi desnudas bailando en estos escenarios, que además eran lugares comunes para desayunar”. Esta experiencia dejó una huella tan profunda en la artista que ha volcado su voz de protesta a través del arte.
"Lo que intento es hacer ver cómo a través del cuerpo uno puede apropiarse de alguien, quitarle su autonomía y decidir qué puede hacer con esa persona".
—¿Cuál es el origen de la muestra “Amazonía Milagros y fantasmas”?
El tema es sobre la trata de personas en la Amazonia peruana enlazado con la minería ilegal, pero en todas las exposiciones que planteo desde hace más de 10 años el tema se centra en lo vulnerable de los seres humanos, en lo frágiles que somos y lo moldeable que nos hace esta sociedad, siempre desde el punto de vista de la mujer porque yo soy una mujer y por las cosas que tengo que vivir y pasar por ser de este género. Parto de esto que es atroz para el medio ambiente y la naturaleza que es el hábitat de todos los animales, para decir que también lo es para la mujer. Lo que intento es hacer ver cómo a través del cuerpo uno puede apropiarse de alguien, quitarle su autonomía y decidir qué puede hacer con esa persona. Es decir, pasar el poder que uno tiene sobre sí mismo a otro para que este pueda controlarla.
—¿Cuándo empiezas a trasformar tu visión sobre esta problemática en arte?
Decidí hacer esta exposición hace tres años. Recuerdo que todo partió cuando leí un libro “Esclavas del poder” de Lydia Cacho, ahora exiliada, quien se infiltró por las redes de la trata de personas durante varios años para sacar a la luz a quiénes estaban metidos en este crimen. Así descubrió gente metida en política, en el gobierno, en la policía, todos con poder y parte de una mafia. Me impactó mucho porque tenía testimonios reales. Me impresionó tanto que me prometí a mí misma que haría una muestra a partir de esta realidad, además porque la captación de víctimas se da mucho en esta zona, donde hay muchas personas que son de bajos recursos y son más vulnerables por falta de información o porque necesitan subsistir y caen en engaños de trabajo y finalmente se convierten en esclavas.
—¿Qué técnica utilizas en esta muestra?
Yo uso Transfer que es la transferencia de imágenes con un gel especial. Cuando tengo la foto la pego al lienzo y una vez que está seca comienzo a rascar con agua. Al caer todo el papel la tinta se queda impregnada en la tela pero se vuelve transparente y se queda todo lo que he escrito a mano o con pincel. Es un proceso con muchas capas.
—Es un quehacer muy laborioso. ¿Cuánto has tardado en hacer estos cuadros? ¿Cuál te tomó más tiempo?
El que más demoré en hacer fue “Milagros y fantasmas”. Tardé como ocho meses. Es una obra donde aparecen niños que simulan haber sido golpeados. Es bastante grande, un políptico de ocho cuadros. Tomé fotos de cuerpos de niños y les coloqué tatuajes de mentira. Ya con las fotografías hice estos cuadros intervenidos con aerosol, con pintura para simular golpes. La técnica mixta que utilizo da como resultado este efecto. La idea es retratar la violencia, sí, pero más como la marca en el cuerpo, la apropiación de este, la herida que deja. Esta obra es la que le da título a la exposición porque me di cuenta de que aludía al tema de mi trabajo.
—Supongo que también piensas exhibir esta muestra en Perú. ¿Qué expectativas te genera esta serie?
Quiero que este sea un proyecto itinerante. Sé que acaba de dar a luz ahorita en Madrid pero pretendo que vaya por el mundo y llegue por supuesto a la selva peruana y a todo el Perú. Además, buena parte de todo lo que pueda generar con este proyecto, lo que pueda vender, quiero donarlo a una aldea de niños rescatados de trabajos forzosos, de la violencia familiar o de la trata de personas. Ya inicié conversaciones con la Aldea Infantil San Juan de Pucallpa. Ayudar a estos niños es finalmente lo que a mí más me interesa.
—¿Ves al arte como un arma social?
Creo que el arte puede ayudar a concientizar porque tiene un lenguaje sutil, pero muy potente. Cuantas veces me ha pasado que alguien ha visto mi trabajo y me pregunta de qué va y cuando se lo explico no tiene idea de que estas cosas están pasando en el país donde vive. El arte nos da la posibilidad de poder ser la voz de alguien que no puede hablar porque cae en esta red de trata, porque no tiene fuerza ni posibilidad de hacerlo, o por cualquier otra razón.
“Amazonía: milagros y fantasmas” se exhibe hasta el 3 de julio en el Centro de Arte Tomás y Valiente (CEART), calle Leganés 51, Fuenlabrada, Madrid.