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Dos grupos de cuadernos en dos vitrinas distintas. En la primera, los manuscritos de Martín Adán que forman su monumental poemario “La mano desasida: canto a Machu Picchu”. En la segunda, los cuadernos de viaje del artista Ángel Valdez, profusamente ilustrados con detalladas acuarelas surgidas en horas de contemplación de la ciudadela.
Aclaremos: el celo tanto de la Beneficencia Pública de Lima, dueña de los manuscritos originales, como del repositorio de la PUCP, donde se conservan, no permitió prestar los preciados documentos. Sin embargo, el artista no se desalentó ante la negativa: recurrió a su antigua experiencia como escenógrafo publicitario para recrearlos a manera de verosímil utilería. Así, en minicuadernos de contabilidad básica iguales a los usados por el poeta barranquino, el artista replica su compleja caligrafía sobre líneas rojas y azules, la cual fue variando a lo largo del proceso de escritura, entre 1961 y 1985, año de su muerte. Al lado de la urna, Valdez coloca un pie de obra que nos alerta con la frase “documentos apócrifos”.
Lo que importa no es la legitimidad de los textos sino el concepto que busca el artista en su muestra “Cumbre circuncisa. Ofrenda a ‘La mano desasida’ de Martín Adán”, que Valdez inaugura en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la cancillería. En efecto, al contrastarlos con sus propios cuadernos de viaje, el pintor nos recuerda la importancia del trabajo manual, sea en la caligrafía del poeta o en sus trazos de acuarela. Esta vez, en la urna que expone sus cuadernos ilustrados, el artista coloca la frase: “Documentos fidedignos”.
Con este juego, el reconocido pintor no solo distingue lo apócrifo de lo fidedigno, entre manuscritos e ilustraciones expuestas. Valdez nos comparte también dos curiosas experiencias de viaje: el que soñamos y nunca hacemos, y el que, de tanto repetir, termina por robarnos la vida. En efecto, como nos explica Valdez, si bien el poema de Martín Adán “La mano desasida” es uno de los textos más intensos dedicados a la ciudadela inca, su autor nunca llegó a subir hasta ella debido a su acrofobia, el miedo a las alturas. Por ello, alertado de lo que podría afectarle ese paisaje de montañas y acantilados, el poeta canceló la excursión para entregarse a la vorágine creativa, conectando la fuerza tectónica de idealizada fortaleza con la genitalidad y la procreación.
Al contrario de Adán, Ángel Valdez ha recorrido Machu Picchu demasiadas veces, liderando grupos de turistas. Un trabajo que compaginó por años con el realizado en su taller de pintura, visitando la ciudadela cada mes. “Al estar prácticamente la mitad del año fuera, extrañaba mi casa y mi familia. No hay quien aguante a una persona con este trabajo”, confiesa. Para Valdez, esos cuadernos de viaje fueron un desfogue emocional, pero también una forma de no perder la práctica con el pincel, un dominio que solo asegura el ejercicio cotidiano. “Estos cuadernos no estaban hechos para exponerse. Al principio, lo pensé como un diario para que, cuando yo no estuviera, mis hijas lo abrieran y vieran quién era su padre. Me servía para dibujar, preparar los colores, resolver retos plásticos en pequeña escala, o para irme nutriendo de imágenes para pinturas posteriores”, señala. Años más tarde, cuando el artista fue compartiéndolos en redes sociales, la gente y la crítica empezaron a ponerles atención.
En tiempos en que la integridad de Machu Picchu vuelve a ponerse en cuestión a causa de la mediocre gestión pública y la voracidad de la industria turística, Valdez mira con preocupación el futuro incierto de la ciudadela. “Dicen que el turismo es una industria ‘sin chimeneas’, que no contamina. Sin embargo, lo suyo es una contaminación cultural. En una sociedad donde el lucro es lo que prima, la cultura está a expensas de lo privado. Y en Machu Picchu, el lucro es lo que prima”, lamenta.
Lugar: C.C. Inca Garcilaso. Jr. Ucayali 391, Lima. Temporada: de martes a viernes, de 10 a.m. a 8 p.m. Sábados y domingos, de 10 a.m. a 6 p.m. Hasta el 2 de octubre. Entrada: libre.
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