Son mucho más que patrones geométricos distribuidos en telares y pinturas. Casas, canoas, remos, armas, utensilios de cocina, vestidos y hasta los rostros y el cuerpo de las naciones shipibo-konibo, kashinahua, yine y kukama-kukamiria —sembradas en unas 150 pequeñas comunidades a ambos lados de la creciente del río Ucayali y sus afluentes— están decorados con el arte kené, entramado de líneas bajo la que subyace su sustancia cultural. Allí está todo, desde sus actividades cotidianas —caza, pesca, horticultura, recolección— hasta asuntos de implicancia territorial, arqueológica, lingüística y étnica.
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Esculpido, tejido, pintado o bordado, el kené es energía y espiritualidad. En conexión directa con la naturaleza, refleja perfectamente la cosmovisión de estos pueblos capaces de cultivar un arte ancestral que sobrevivió al tiempo. A sus primeros contactos con jesuitas y franciscanos. A las guerras fratricidas en épocas del caucho y las correrías. Que se fue alimentando influenciado por otras culturas amazónicas, por sus lazos andinos y una saludable apertura a procesos de hibridación. Hasta que conquistó la selva de concreto, se hizo patrimonio inmaterial del Perú el 2008 y fue encontrando nuevos soportes de producción y circulación.
Cultura viva
Como ocurre en todo proceso de incorporación de una sociedad tradicional a la modernidad, la producción de souvenirs en masa puede erosionar sensiblemente la calidad. Pero ese no parece ser el caso de lo que se hace en Cantagallo, ese emporio de arte shipibo-konibo ubicado al borde del Rímac. Peor con la pandemia, que redujo su producción a cero. “En respuesta a la cuarentena y para apoyar a estos artesanos, impulsamos un emprendimiento que aborde la cultura y el desarrollo social desarrollando productos que combinan técnicas ancestrales con nuevas tecnologías, reinventando la cultura y haciéndola accesible a una creciente comunidad de personas conscientes”.
Lo dicen las chicas de Koshi Studio, equipo multidisciplinario conformado por Francesca Sabroso (22, psicóloga), Thalía Rondón (23, diseñadora) y Slavia Salinas (23, ambientóloga) que acaba de consolidar un sistema de colaboraciones horizontales entre artesanos y diseñadores. “Buscamos replantear la dinámica del trabajo colaborativo entre ambos. Queremos reemplazar la jerarquía vertical por un modelo que reconozca el conocimiento de todos los involucrados, priorizando su intercambio y el desarrollo de habilidades blandas y duras. Esto requiere un cambio sistemático que propicie una sostenibilidad a largo plazo, no solo cubrir los síntomas del problema”.
Lo cual, concretamente, se traduce en el lanzamiento de “Arte amazónico para colorear”, primer producto que contiene los diseños de cinco artesanos: Olinda Silvano (51), Débora Buenapico (28), Ronin Koshi (28), Sadith Silvano (32) y Delia Pizarro (41). “En tan solo dos semanas desde el estreno del libro, hemos logrado vender más de 300 copias, aumentando el ingreso promedio mensual de los artesanos involucrados en un 52%. En Koshi, iniciamos nuestro recorrido con la comunidad Shipibo-Konibo de Cantagallo, con el firme propósito de brindar herramientas para mejorar sus condiciones de vida a partir de su rica herencia cultural”, señalan.
Viajar a través de los imbricados trazos geométricos del arte shipibo genera, con toda seguridad, grandes espacios de relajación. “La arteterapia, considerada una forma de medicación expresiva, usa los procesos creativos para mejorar el bienestar físico y psicológico, promueve el autoconocimiento y reduce el estrés y la ansiedad. Es una ayuda universal y holística, pues funciona con personas de todas las edades y grupos sociales. Por medio de este libro para colorear te invitamos a ser parte de un viaje introspectivo que te conectará contigo mismo y con quien decidas compartir esta experiencia”, concluyen las entusiastas emprendedoras.
Título: “Arte amazónico para colorear”
Editorial: Koshi Studio
Precio: 36 soles
Contacto: koshistudio.com
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