Enrique Planas

En 1924, la ciudad de París se convertía en la primera ciudad en hospedar una por segunda vez. Tras la edición de 1900, el comité organizador francés quería demostrar que el país era capaz de organizar un evento a gran escala, levantándose de la destrucción producida por la llamada Gran Guerra. Apelando al patriotismo, organizó una colecta nacional que complementara los aportes del Estado y el gobierno municipal. Y por primera vez en la historia, una villa olímpica moderna se levantó en la localidad de Colombes, a 10 kilómetros del centro de París.

Para la cita se habían inscrito 3.089 atletas de 44 naciones (con veto a Alemania), representando por primera vez los cinco continentes. La participación femenina alcanzaba la cifra de 135 mujeres, hito notable si se piensa que en Grecia 1896 participaron solo 241 señorones, y Amberes 1920, la cita previa, convocó a 77 jugadoras. No había delegación peruana entonces: la participación de nuestro país en los juegos era nula, salvo la exótica presencia del esgrimista Carlos de Candamo en los Juegos de París de 1900.

Pero un peruano sí pisó el estadio de Colombes: en la edición del 27 de abril de 1924, el Diario El Comercio anunciaba la presencia del empresario y deportista don Antonio D’Onofrio, fundador y presidente del Circolo Sportivo Italiano, como corresponsal de prensa en los juegos a inaugurarse el 4 de mayo. “Hombre de gran constancia; de rara energía, que ha sido el alma de esa unicidad de la educación física y al que no han mermado su entusiasmo menudas intriguillas de algunas instituciones, viciadas por un criollismo peligroso”, dice la nota.

Jugando en solitario

Las perpectivas se ofrecían oscuras a los ojos de los atletas por llegar a la Ciudad Luz. En efecto, El Comercio daba cuenta que las dificultades para hospedarse que enfrentarían las delegaciones. Se informaba que el Consejo General de la ciudad estudiaría el problema para albergar a los atletas en barracas, las cuales se edificarían en el Parque de los príncipes, al oeste de la ciudad, en Colombes, el Campus Saint Maur, en la comuna de Gennevilliare, etc.

Lleno de fe y pletórico de entusiasmo, D’Onofro llegó a París. En Colombes, se instaló en el palco especial para los periodistas, al lado del palco oficial. Cada redactor tenía una carpeta y contaba con instalaciones telefónicas, telegráficas, máquina de escribir y estampillas para sus envíos postales. Nuestro corresponsal describe el gran estadio de Colombes, admira sus tribunas cubiertas para veinte mil espectadores sentados y galerías capaces de contener otros 20 mil de pie. Comparte pormenorizada nota de los resultados. Sugue de cerca a los atletas sudamericanos (México, Argentina, El Brasil Ecuador, Chile y Uruguay enviaron delegaciones). Especula sobre posibles triunfadores en las carreras, saltos, lanzamientos de jabalina, disco, bala y martillo. La gimnasia y las pesas, el esgrima, la lucha grecoromana, y el box inglés. Da cuenta de los concursos de arquitectura, de escultura, de pintura, de literatura y de música que el comité olímpico había creído de su deber agregar a los ejercicios deportivos. Sus pronósticos son efectivos: desde temprano manifiesta su fe por la selección de fútbol de Uruguay, que tras vencer a Yugoslavia, España, Estados Unidos y Francia, se llevaría la medalla de oro tras imponerse en la final a Suiza por 3 a 0 Sus envíos por correo complementan las noticias telegráficas llegadas al diario por el servicio de la Associated Press.

Tras la clausura de los juegos el 27 de julio, tras dar cuenta de proezas y grandiosidades, D’Onofrio hace balance: A pesar del oro para Uruguay en Futbol y para Argentina en Polo, Sudamérica corre con desventaja. En nota publicada el 13 de Julio lo manifiesta: “La falta de tiempo para reponerse después de la prolongada travesía por mar y muchas veces también de viajes por ferrocarril prolongados, que algunas veces fue de tres semanas y más, ha sido la causa (a juicio de los entrenadores y directores de ejercicios) de que los diversos teams sudamericanos no hayan tenido buen éxito ante los atletas que han hecho viajes más cortos para llegar a París”.

Según nuestro corresponsal, estas exigencias determinaron que en su entrenamiento, los atletas no europeos escasamente se hayan aproximado a las cifras marcadas por los competidores del Viejo continente. “Tampoco han podido acercarse a los tiempos y distancias marcados por ellos mismos antes de venir a Europa”, lamentaba. Eso motivó a que los equipos sudamericanos hayan tenido que retirar a muchos de sus inscritos.

El obelisco de Luxor, ubicado en el centro de la icónica Plaza de la Concordia, luce rodeado de estructuras que en breve acogerán a los deportistas urbanos, especialmente orientados a los jóvenes, como breaking, BMX freestyle y skateboarding, así como los partidos de baloncesto 3x3.
El obelisco de Luxor, ubicado en el centro de la icónica Plaza de la Concordia, luce rodeado de estructuras que en breve acogerán a los deportistas urbanos, especialmente orientados a los jóvenes, como breaking, BMX freestyle y skateboarding, así como los partidos de baloncesto 3x3.
/ JULIEN DE ROSA

La vuelta a casa

El miércoles 15 de octubre de 1924, ya de regreso, D’Onofrio es entrevistado por el diario para compartir la gozosa experiencia. “He experimentado dos sensaciones. Una muy intensa, satisfactoria, cuando vi figurar los elementos italianos, y otra, triste, la de no poder ver también los de mi segunda patria, el Perú, en esas olimpiadas”, comenta.

Asimismo, recordando a los grandes deportistas del evento, destacó la participación del velocista Paavo Nurmi: “El hombre fenómeno, como lo llaman en París, fue imbatible en las carreras de semifondo. Daba la sensación de que corría como una máquina”, recordó. Y en natación, celebró a Johnny Weissmuller, quien pocos años después saltaría a la fama cinematográfica encarnando a Tarzán en Hollywood. “¡Qué manera de nadar! Es un hidroplano”, dijo.

Una olimpiada histórica

Hay curiosas coincidencias entre las olimpiadas que Paris realizó hace 100 años y la que emprende el próximo 26 de julio. Fabricio Tealdo Zazzali, historiador y escritor especializado en deporte, nos recuerda que Alemania fue vetada en 1924, como sucede hoy con Rusia. Y, en ambas ocasiones, una profunda polarización política y el ascenso de la ultraderecha preocupaban al mundo. Por otro lado, si bien en 1924 Perú estaba muy lejos del podio olímpico, ese año se instaló su primer Comité Olímpico. “Ya tenía entonces una Federación de Fútbol. A escala global, los deportes modernos debían practicarse con las mismas reglas, por lo que tenías que formar parte del Comité Olímpico internacional para poder jugar en lides oficiales”, explica Tealdo.

Un siglo después, para el especialista el acontecimiento más importante que supuso las Olimpiadas de París 1924 para Latinoamérica fue el Oro olímpico uruguayo en futbol. Y, curiosamente, aquí el Perú juega un papel en la historia: tras las olimpiadas, esa Uruguay campeona hizo una gira para recabar dinero. Llegó al Perú a fines de agosto para jugar tres partidos amistosos, cuyos resultados fueron muy parejos: un triunfo, un empate y una derrota. Nuestro país venció con un combinado del Callao, con un gol de penal ejecutado por el ‘Sereno’ Alfonso Saldarriaga.

Esta historia se cierra con un círculo virtuoso: ¿Quién gestionó la llegada del equipo uruguayo a Lima? Pues el Circolo Sportivo Italiano, institución pionera de nuestro fútbol, presidida por Antonio D’Onofrio, corresponsal de El Comercio.