El 28 de diciembre de 1923 El Comercio publicó un cablegrama, procedente de París, que anunciaba el fallecimiento, en esa ciudad y día, del célebre ingeniero Gustave Eiffel, a los 91 años de edad. Nacido en Dijon en 1832, hizo sus estudios superiores en la Escuela de Artes y Oficios de la capital gala obteniendo el título de ingeniero. Desde 1858 comenzó a trabajar en las grandes construcciones metálicas de los puentes de Burdeos y Bayona y en las líneas ferroviarias. Muy pronto Eiffel fue la máxima autoridad en la construcción y uso de estructuras de metal. Formó varias empresas para con ellas atender los numerosos e incesantes trabajos que le solicitaban de toda Europa y América. Junto al dinero y la fama le llegaron también numerosos reconocimientos. En 1878 fue condecorado con la Legión de Honor.
La Exposición Universal de 1889 tuvo como sede París, que recibió a decenas de miles de personas procedentes del mundo entero. Desde 1887 Eiffel había iniciado la construcción de la famosa torre de hierro de 300 metros de altura que lleva su apellido. De un momento a otro estalló una violenta polémica entre los partidarios y detractores del monumento metálico y, por primera vez, el talento de Eiffel fue puesto en entredicho.
El notable periodista español Néstor Luján recogió en ese pequeño gran libro que tituló La Belle Epoque los principales lances de este asunto. Los Diarios más importantes iniciaron un furibundo ataque contra Eiffel. Uno de ellos decía: “París va a ser deshonrado. Afortunadamente esta deshonra no durará mucho. Será cosa de solo unos meses. Cuando acabe la Exposición este horror será demolido”.
Los más conspicuos intelectuales parisienses se reunieron con tan “deplorable” motivo y redactaron un comunicado que circuló profusamente. El texto era corto y lapidario. “Los firmantes, escritores, pintores, escultores, arquitectos, amantes de la belleza hasta ahora intacta de París, queremos protestar con todas nuestras fuerzas, en nombre del arte y de la historia de Francia, amenazados con la erección en pleno corazón de nuestra capital de la inútil y monstruosa Torre Eiffel, que la mordacidad pública ha bautizado con el nombre de Torre de Babel “.
“París va a ser deshonrado. Afortunadamente esta deshonra no durará mucho. Será cosa de solo unos meses. Cuando acabe la Exposición este horror será demolido”.
Un día Paul Verlaine abandonó su refugio en uno de sus cafés favoritos, tomó un coche de punto y ordenó que lo llevaran a las cercanías de la torre en construcción. Cuando la tuvo a la vista sacó la cara por la ventanilla y exclamó horrorizado: “¡Cochero, atrás! ¡De media vuelta! Es horrendo, odioso, innoble”. Quienes así pensaron estaban equivocados. Todos sabemos el inmenso éxito que tuvo la torre que se convirtió en guardiana del espíritu eterno de París.
Gracias a la gentileza de la historiadora Leticia Quiñones tengo noticia sucinta de las obras realizadas por Eiffel en el Perú. La usina de Tacna (1863), un puente en La Oroya (1874), la polémica iglesia de Tacna (1875), el muelle de Chala (1876), la aduana y el muelle de Arica (1872), y la iglesia de San Marcos en dicho puerto, cuando pertenecía al Perú (1875). La construcción más conocida de Eiffel en nuestro país es la llamada Casa de Fierro, una mansión prefabricada de hierro que se exhibió en la Exposición de 1889 y que se compró durante la fugaz prosperidad que gozó Loreto a causa del auge del caucho. Dicha estructura, obviamente desarmada, llegó hasta Iquitos y luego de múltiples avatares que sería muy largo describir, parte de esa casa, en buen estado de conservación, se ubica al presente en la Plaza de Armas de la capital loretana.
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