Dioses y hombres: el triunfo del bronce
Dioses y hombres: el triunfo del bronce

Florencia, mayo del 2015

Desde hace unas semanas, el magnífico palacio Strozzi acoge una exposición única. Se trata de “Power and pathos: bronze sculpture of the hellenistic world”, la mayor exhibición de esculturas en bronce que se haya organizado en el mundo. Reunir las piezas ha sido una empresa titánica y la principal motivación para hacerla es dar a conocer un arte casi olvidado. Porque las esculturas en bronce son raras de encontrar debido al desgaste del material. Y las supervivientes, descubiertas incluso en la profundidad del mar, se encuentran dispersas en diferentes museos y colecciones. Piezas exquisitas pero que han sido relegadas frente a la majestuosidad del mármol o por el interés en otras obras de arte.

La muestra se centra en un período exacto de la historia. Comprende desde la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.) hasta la consolidación del Imperio Romano tras la batalla de Actium (31 a.C.). Un período conocido como helenístico, en el que se desarrolló la escultura en bronce debido a una serie de circunstancias. Entre ellas sus fuertes lazos con la mitología y las tradiciones. “En la antigua Grecia, el bronce tenía un estatus único”, escribe Andrew Stewart en su ensayo “¿Por qué el bronce?”. “Era el metal del que estaban hechos los hombres que precedieron a los héroes. Era también el metal que los dioses y los héroes utilizaban para todo, desde palacios y fortificaciones, hasta carruajes, armaduras, armas, vasijas, herramientas, utensilios e incluso joyería. Es más, era el patrón de medida contra el que debían medirse los otros metales”.

La exposición tiene una introducción y seis secciones. Nos da la bienvenida una imponente estatua. Se trata del Arringatore (orador), realizada a fines del siglo II a.C. Hallada en 1566 en Sanguineto, formó parte de la colección de Cosme I de Médici y desde entonces es uno de los tesoros de la ciudad de Florencia. Le debe su nombre a su posición y vestimenta, pues parece un hombre sabio que levanta la mano pidiendo silencio para poder dirigirse a los oyentes. A esta le sigue una serie de imágenes de dioses, autoridades, atletas y emblemas de poder.

A lo largo de la exhibición, que reúne unas 50 piezas, podemos apreciar los estilos de acuerdo a la procedencia y época en que fueron realizadas. Lo más sorprendente es el tremendo realismo que se intentó fijar en de ellas. Los detalles en cada una son impresionantes pese al desgaste y a las inclemencias de los elementos. Como por ejemplo, la Cabeza de Apolo (50 a.C.), una delicada pieza que fue encontrada en 1930 por un pescador en el golfo de Salerno. O la imponente Minerva de Arezzo (300-270 a.C.), perteneciente a la colección Médici desde que fue descubierta en fragmentos en 1571.

Por supuesto, una de las grandes atracciones de la muestra es el llamado Boxeador de las Termas (300-200 a.C.). Un portentoso retrato de un luchador exhausto después de una pelea. El realismo de la obra es tal que no deja de conmover a quienes lo observan. El escultor no ha descuidado un solo trazo, reproduce la nariz fracturada e incluso los hematomas en diversas partes del cuerpo. La escultura fue descubierta durante las excavaciones de 1885 en el monte Quirinal en Roma. Lo curioso es que se encontraba cuidadosamente sepultada cerca de una antigua construcción que bien pudo ser el templo de Semo Sancus, una misteriosa deidad de la antigüedad. ¿Quién lo dejó allí? ¿Por qué fue enterrado? Son preguntas que nunca tendrán respuestas. “Es un traumático catálogo de cicatrices, cortes, contusiones y tumefacciones”, escribe Jens M. Daehner en el catálogo de la muestra. “El realismo hardcore de la imagen, un hombre que está listo para dar y recibir golpes, es diseñado para despertar la empatía del espectador. La manipulación del bronce como medio intensifica esta respuesta emocional… Un detalle extraño en el boxeador es su kynodésme (cinodesma, la tira de cuero que cubre el prepucio), que era una práctica higiénica de los atletas griegos, pero difícilmente representada en las esculturas y nunca vista en otra estatua”. Daehner también opina que ese detalle, junto a las heridas del rostro y al detalle de los guantes de box, confiere realismo a la imagen del atleta. Se cree que se trata de una escultura griega y que pudo ser parte de un santuario. Existen desgastes en la escultura que son producto de la mano humana. Como si hubiese sido una imagen de culto a la que los hombres tocaban en busca de algún tipo de bendición. Nada de esto está probado y el Boxeador seguirá guardando sus secretos durante los siglos venideros. Al término del recorrido era imposible no sentirse abrumado en cierta forma por tanto esplendor, por la riqueza del arte y la complejidad en la ejecución de las obras.﷯

Los Ángeles, setiembre del 2015
Han pasado varios meses desde nuestro primer encuentro con la magnífica exposición “Power and p﷯athos”. Ahora estamos en medio de las montañas de Santa Mónica, California. Atrás ha quedado el palacio renacentista llamado Strozzi en memoria de la familia que lo construyó. Nos encontramos en el museo J. Paul Getty, obra del arquitecto Richard Meier, destinado a albergar una de las colecciones privadas más importantes del mundo. Aquí reencontramos la exhibición de esculturas de bronce, esta vez dispuesta de manera más didáctica. Aquí están el Arringatore y, claro, el Boxeador de las Termas sigue siendo una de las piezas más admiradas.

Pero de alguna manera﷯ son los Apoxyomenos quienes llaman nuestra atención en esta oportunidad. Una de las características de la escultura en bronce es la posibilidad de reproducir una obra. El material lo permite y, al parecer, debido a los hallazgos, era común que se realizara al menos dos esculturas gemelas de los atletas victoriosos. De manera que una quedaba en el lugar donde había conquistado la gloria y la otra se destinaba a su ciudad de origen. En esta exposición podemos apreciar dos imágenes idénticas de un atleta victorioso, conocido como Apoxyomenos. Una tercera figura podría dar indicios de otra reproducción, aunque de esta solamente se ha encontrado la cabeza. Ninguna de ellas es original, son copias de una escultura griega del siglo IV a.C.

El Apoxyomenos que reproducimos en esta página fue encontrado en Éfeso, Turquía, en 1896. Fue hallado en 234 fragmentos, de manera que el trabajo de restauración tuvo que ser tan riguroso como difícil. Pero aquí está victorioso, proclamando su victoria en cada uno de sus gestos. Es sorprendente la manera en que el artista supo imprimir sudor en la escultura, así como el desorden en el pelo tras haber terminado la faena deportiva.

Son muchas las piezas que forman parte de esta excepcional colaboración entre los museos del mundo por reunirlas. Cada una cuenta una historia y cada historia es más fascinante que la anterior. Mientras tanto, las esculturas en bronce ya tienen un nuevo destino. El 1 de noviembre concluye su paso por Los Ángeles y luego serán exhibidas en la Galería Nacional de Washington D.C. Es curioso que estas obras de arte viajen de esta manera hoy. En el pasado, señala Seán Hemingway en el ensayo “Contexts of d﷯iscovery”, las esculturas formaban parte de los botines de guerra. Y desde la muerte de Alejandro hasta el triunfo de Octavio en Actium, muchas de estas piezas deben haber viajado celebrando las glorias militares. Hoy viajan celebrando su propia gloria.

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