Escribió una pieza teatral que nadie ha visto ni leído. Se titula “El Infierno”, y en la escena de un solo acto, el mismo pintor, Víctor Humareda, se encuentra en un ascensor. De pronto, entra Marilyn Monroe. El artista no puede hablar. Incapaz de dirigirse a su objeto de deseo, solo transpira hasta verla salir del ascensor al llegar a su piso.
La obra no existe en papel, pero se la contó Humareda al pintor Enrique Polanco. Sabemos que Humareda idolatraba a la blonda actriz, pero aquel argumento mínimo nos habla también de un artista torturado ante la belleza insoportable. Aquella que, como afirmaba Camus, nos conduce a la desesperación, ofreciéndonos por un minuto la mirada a una eternidad que nos gustaría extender sobre la totalidad del tiempo.
Víctor Humareda Gallegos representa al artista clásico (y por lo mismo, anacrónico) maldecido por la belleza. Se acercó a ella con una obsesión platónica, como quien tienta lo inalcanzable. Nació en Lampa, el 6 de marzo de 1920, hace exactos 100 años. A los 19, viajó a Lima para estudiar en Bellas Artes y egresó de ella en 1946, liderando su promoción. En 1950 fue becado para estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, en Buenos Aires. Dos años después regresó al Perú y expuso su primera individual en el Instituto Cultural Peruano-Argentino.
Enrique Polanco recuerda que lo conoció cuando cursaba el segundo año en Bellas Artes. Estaba con una compañera pintando una mañana en el taller y, de pronto, la puerta se abre de golpe e irrumpe Humareda. En plan bufón, bailando como un duende. Solía ir a visitar la escuela por la mañana. “Él nunca enseñó, no tuvo discípulos. Pero solía caer por Bellas Artes porque caminaba por toda Lima”, recuerda el pintor. Esa mañana, se acercó a la berenjena que pintaba la estudiante y tomó un chisguete de violeta cobalto para animar el fruto. “Había gente que no se le acercaba, que lo creían un chiflado. No saben lo que se perdieron”, comenta Polanco, quien considera que haber desarrollado una intensa amistad con Humareda es uno de sus mayores tesoros.
Coincide con el pintor su colega, la artista plástica Elena Candiotte, quien también lo conoció en sus años de estudiante. “Rememorar a Víctor Humareda es una emoción y el sentir de que fui elegida y afortunada”, dice. Entre las muchas anécdotas, ella destaca una que retrata el drama existencialista del pintor. “Una tarde, Victor llega a mi casa angustiado, me pide que lo acompañe a recuperar un cuadro suyo titulado “El Mitin”. Se suponía que yo era quien abogaría por lograr la devolución de la obra. Al llegar, nos hicieron esperar un largo rato, fuimos recibidos como intrusos. Por fin, el cliente se negó a renunciar al cuadro. Entonces, en un instante, todo cambió: Víctor se levantó, apoyó una mano en el escritorio y como si fuera la espectadora de una obra de teatro, vi a Víctor abordar un monólogo donde hablaba de su soledad, de su talento, del drama del color, del largo y tormentoso trayecto que lo llevó hasta realizar ese cuadro. Le extendió una lista de razones por las que ese hombre debía renunciar a la obra. Y el hombre termino aceptando”, recuerda. “Ese día fui iluminada por Víctor Humareda. Y esa luz me sigue acompañando”
LA HABITACIÓN 283
En 1954, Humareda se mudaría a la habitación 283 del Hotel Lima, en La Victoria, alojamiento preferido entonces por muchos provincianos por su cercanía a La Parada, que sirvió de hogar y taller por los siguientes treinta años. Allí lo iba a visitar Polanco, dos o tres veces por semana. “Humareda pintaba muy temprano –cuenta–. Vivía en un cuarto chiquitito, lo recuerdo perfectamente, de dos metros y medio de lado. Primero pintaba y después salía a la calle, pues no aguantaba mucho tiempo allí. Yo lo visitaba desde los 21 años. Cuando venía más gente al hotel Lima, él sacaba los cuadros de su taller al corredor para hacer espacio”.
Alguna vez fueron al cine juntos. Polanco recuerda especialmente una función, en el entonces cine Canout, de “La agonía y el éxtasis” (1965), filme sobre la obsesión de Miguel Ángel al pintar la Capilla Sixtina, dirigido por Carol Reed y protagonizado por Charlton Heston. “Al verla, Humareda estaba pasado de vueltas”, comenta. Y es que, es bien sabido, para Humareda su principal compañía era la de los grandes maestros. “Mis amigos son los muertos”, solía decir. Eso da cuenta también de su profundo desinterés por el arte contemporáneo, y que para él, después de Picasso, la historia del arte se había convertido en meros garabatos.
A EUROPA NO VOY MÁS
Otra muestra de la profunda disociación de Humareda con su realidad fue el fracaso de su primera y única residencia en París. “Un grupo de coleccionistas reunió el dinero y lo enviaron a Europa. Pero él no soportó la estadía y se regresó. Seguramente pensaba encontrar el París de finales del siglo XIX, que seguiría el rastro de Van Gogh. Pero en setiembre de 1966, ya no existía la ciudad bohemia que él esperaba. Él no soportó aquella decepción y pidió, por favor, que lo repatriaran lo más rápido posible. Solo estuvo un mes en París”, recuerda Polanco.
Ciertamente, el de Humareda es un caso en el que biografía y mito se sobreponen. Genial y reaccionario, vistiendo de sombrero bombín en una Lima en achorada transformación, el personaje fuera de época era celebrado por los medios, atraídos siempre por sus historias exageradas y sus románticas penurias. Quizás estemos frente al primer artista performático del país, aunque involuntariamente. “Él jamás pensó en eso. La forma en que construyó su imagen era, simplemente, una manera de reírse de sí mismo y de los demás”, opina Polanco.
En efecto, para el pintor limeño, podríamos hablar de dos Humaredas. Aquel que posaba para las fotos y ofrecía entrevistas provocadoras. Y un segundo, mucho más próximo y humano, que se preocupaba por pagar, puntualmente cada mañana, su habitación de hotel. Que para ganarse la vida recorría bares y chifas haciendo apuntes que vendía a los parroquianos. Que podía vender un cuadro en diez cuotas y muchos clientes lo estafaban después de un primer pago. Un artista abstemio, a diferencia de lo que dice la leyenda urbana. “Humareda solo tomaba manzanilla, nunca tomó licor”, apunta Polanco.
LA DESPEDIDA
En junio de 1983, se le diagnosticó al pintor un cáncer de laringe y fue operado para extraerle un tumor. A finales de ese año, Polanco partió a China para seguir estudios, y se despidió del amigo, ya incapaz de hablar. En julio de 1984, fue distinguido con la Medalla Cívica de la Ciudad de Lima y, dos meses después, sometido a una segunda intervención al recrudecer el mal. En noviembre de 1986, tras concluir su último cuadro, fue internado de emergencia en el Instituto de Enfermedades Neoplásicas, donde falleció el día 21. Murió cuando Polanco estaba en China. Curiosamente, no tiene ningún cuadro de Humareda. “En esa época, sus cuadros costaban 300 dólares, y como yo era un estudiante, no tenía ese dinero”, lamenta.
Por cierto, tras su muerte, el valor de sus cuadros se disparó. Hoy, comenta el pintor limeño, un cuadro de Humareda alcanza los US$15 mil, un precio relativamente bajo para el mercado del arte. Lo terrible, denuncia Polanco, es la cantidad alarmante de falsificaciones que aún inundan el mercado. “Conozco la pintura de Humareda, lo he visto pintar gran parte de ellas, y puedo decir que las falsificaciones son, técnicamente, muy malas. Además del color, su pintura se reconoce por el alma que supo imprimir en todos sus cuadros”, afirma.
Si bien Humareda no dejó discípulos, Polanco tiene aún frescas las lecciones del maestro lampeño. Su amor a la pintura, el uso del color como arma expresionista, la obsesión por convertir una ciudad tan gris como Lima en un territorio de exagerado y maravilloso cromatismo.
EXPOSICIÓN DE HOMENAJE
Coincidiendo con el centenario del pintor, la galería de arte Moll (Av. Larco 1150, Miraflores) inaugura una pequeña muestra formada por once lienzos representativos. La exposición, curada por Manuel Munive, permite apreciar un conjunto de obras difícil de reunir, incluyendo lienzos muy poco conocidos.
La muestra “Humareda: cien años” abre hoy viernes 6 de marzo a las 7:30 pm. y permanecerá abierta hasta el 31 de abril.