La foto es histórica: en el Teatro de la Mutualité, en la tribuna vemos a un sonriente Mario Vargas Llosa dialogando con los filósofos Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, durante un acto político por la libertad del dirigente popular Hugo Blanco, entonces a punto de ser condenado a muerte en el Perú. Como telón de fondo, formas caprichosas, quizás humanas, y rastros de pisadas hacia un horizonte impreciso. La imagen en blanco y negro no permite apreciar mucho más.
La pintura había sido realizada en 1967 para colgar del estrado de aquella histórica cita parisina por Gerardo Chávez, artista entonces de 30 años, como un mensaje de protesta pintado en cuarenta y ocho horas sobre un lienzo de siete metros de largo. Como recuerda el pintor en su libro de memorias “Antes del olvido”, el acto duró ocho horas y cerró con una degustación de comida peruana. Terminada la protesta, Chávez enrolló su obra y volvió a su taller parisino, donde la mantuvo fuera de vista por décadas.
Han pasado 55 años, y sin restauración ni repintes, el artista devuelve a su bastidor aquel histórico lienzo de gran formato para exponerlo desde este jueves en una de las salas temporales del MALI, para acompañar la presentación de su libro publicado por Alfaguara. La pieza colgará junto a otras dos obras del artista trujillano, parte de la colección del museo.
¿Por qué dejar una obra tan importante tanto tiempo enrollada en el rincón de un taller? Ciertamente, Chávez mantiene una relación compleja con ese cuadro: por un lado, lo reconoce como un producto de su feliz juventud militante, cuando la revolución, aseguraban los universitarios en París, estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, por otro lado el pintor sigue considerando aún ese lienzo como un telón de fondo para aquellos destacados conferenciantes. Sus manchas espontáneas, la pintura gestual de símbolos dispersos, esos colores vivos para representar una utopía, no representaban la pintura que él desarrollaba entonces. “La idea era hacer un fondo para hacer más simpático ese ambiente, una forma de soltar la mano y ponerme a la orden de aquella manifestación política. Al hacerla me puse a jugar con el expresionismo de la época”, confiesa.
Ese cuadro sin título nunca se expuso más allá de aquél acto político. “Eran tan grandes sus dimensiones que se habría comido toda la pared de una galería”, dice Chávez. Medio siglo después, el artista permite su rescate, reconociéndole un valor. “Con el tiempo, le doy otra lectura a ese cuadro: dice mucho de ese momento, de la época en que yo era un joven manifestante”, afirma.
Con la sensibilidad de un artista que acaba de publicar sus memorias, Chávez desenrolla ese lienzo y lo observa, intentando revisar influencias antiguas, recordar los años en que buscaba su propio lenguaje e intentando sacar conclusiones al compararlo con su producción actual.
Con Blanco en París
Meses después del acto en el Teatro de la Mutualité, Chávez tuvo la oportunidad de encontrarse en París con Hugo Blanco, ya obtenida su libertad, antes de partir a Suecia donde el líder campesino fijó su residencia. Fue en casa de Desirée Lieven, una de las principales activistas por su liberación, princesa rusa que escapó de su país tras la explosión de la revolución bolchevique. “No hubo mayores manifestaciones políticas más allá de darle la bienvenida”, recuerda el pintor.
¿Sin los manifiestos y la presión internacional sobre el gobierno de Fernando Belaunde Terry, Hugo Blanco habría sobrevivido? Chávez lo ve muy difícil, recordando la muerte de otros guerrilleros como Luis de la Puente Uceda o Guillermo Lobatón. “Se estaba juzgando entonces muy duramente a los presos, y por eso salimos a las calles. En el caso de Hugo Blanco, incluso habían anunciado la fecha de su ejecución”.
Si bien el artista trujillano recuerda a Hugo Blanco como un político honesto, convencido de su causa, reconoce también que, por entonces, ya el fervor que se sentía por los ideales revolucionarios empezaba a mostrar su decadencia. “El gobierno cubano no había desarrollado su programa como se esperaba, ni comunista ni socialista. Tras la muerte de guerrilleros como el Che Guevara, se fue apagando lentamente el entusiasmo. Y todo quedó en nada”, reflexiona.
Poco más tarde, Mario Vargas Llosa dejaría de apoyar las guerrillas en la región para pasar a posiciones antagónicas, sin embargo, la consideración sentida hacia Chávez se mantendría incólume. “Aunque nos veíamos muy poco, sé que Mario me apreciaba mucho. Pero él era amigo de Szyszlo, y yo no quería ser un metete entre ambos. La imagen que conservo de él es la de un hombre muy gentil. No tengo nada que reprocharle, más bien agradecerle por todo lo que ha escrito sobre mi trabajo”, afirma.
Así, la exhibición del cuadro de Gerardo Chávez en el Museo de Arte de Lima resulta para el artista, una forma de recuperar una visión de lo que fue. “Las ideas no mueren nunca, no tienen edad”, afirma mientras despliega para nuestras cámaras su tela enrollada por más de medio siglo. “Ver la pintura me devuelve la juventud que yo tenía entonces”, añade.
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