Cada noche, a una de las quince monjas que habitan el Monasterio de Santa Teresa le corresponde hacer guardia en lo alto del coro, recostada en un rústico camastro, en medio de un batiburrillo de mobiliario colonial. Lleva el sueño ligero: debe estar alerta de cualquier ruido que indique la presencia del maligno. La madre priora nos cuenta que, semanas atrás, ladrones armados de una sierra perforaron la puerta lateral, pero huyeron al oír el silbato de la hermana que dio la alarma. Hace tres años no tuvieron la misma suerte: varios candelabros de plata fueron saqueados. Así de angustiantes son las noches para estas monjas Carmelitas, aunque las puertas del monasterio hayan sido reforzadas con planchas de metal.
Este martes por la mañana, las hermanas suspendieron por un momento las actividades del claustro para recibir a la Embajadora de los Estados Unidos, Lisa Kenna, así como a una delegación del Ministerio de Cultura y de la Universidad de Ingeniería y Tecnología (UTEC). La ocasión era especial, una respuesta a sus plegarias: el Monasterio de Santa Teresa recibirá US$255 mil del Fondo de la Embajadora para la Preservación de la Cultura, que se destinará a la catalogación de las 700 obras de su colección, entre óleos del siglo XVII y XVIII, tejidos, esculturas y piezas de arte popular, así como la adecuación de sus depósitos, hoy en precaria condición.
Entre las piezas de arte colonial, además de su espléndido altar y retablos, destaca una “Última Cena” donde se sirve el tradicional cuy y otros platos regionales, así como 26 pinturas que representan la Vida de Cristo y majestuosos ángeles arcabuceros. El inventario y catalogación de este conjunto ayudará a prevenir el robo y tráfico ilícito de estos bienes culturales.
Este proyecto, elegido de entre medio centenar de propuestas, será gestionado por el Centro de Conservación de la universidad, que empezará sus trabajos en octubre próximo. Como afirma Carlos Heeren Ramos, director ejecutivo de UTEC, la preservación y conservación del patrimonio cultural es una tarea que la universidad ha decidido emprender activamente. “En todas las regiones del Perú encontramos problemas de abandono, falta de presentación y de puesta en valor. Recuperar ese patrimonio es un rol que debemos cumplir”, afirma.
Un abandono que, a decir de monseñor Salvador Piñeiro, arzobispo de Ayacucho, resulta especialmente doloroso. “Al saber de este proyecto con mucho gusto lo apoyamos. ¡Y ahora voy a inscribir otros más! Hay un dicho muy criollo: no hay primera sin segunda”, dice el religioso medio en broma, medio en serio. En efecto, la autoridad eclesiástica sabe bien que el patrimonio religioso en su región está seriamente amenazado, y por ello agradeció especialmente el apoyo de la embajada estadounidense. “Aquí hay mucho saqueo. Cuando uno va a los pueblos, y ve los templos y conventos, se da cuenta de que sobre un muro desnudo debió haber habido un cuadro, las pinturas que servían para el catecismo. Se ha perdido mucho”, declaró a El Comercio.
“Durante la colonia, aquí había una escuela de arte dirigida por los jesuitas. Se suele hablar de la escuela cusqueña, quiteña y limeña, pero se olvida la escuela del barroco ayacuchano. De allí vienen estos óleos que reflejan tan bien el sincretismo cultural. Todo es una expresión de la cosmovisión andina que reconoce la gloria y el poder de Dios”, añade el religioso.
El Monasterio ayacuchano recibirá US$255 mil de este fondo para la catalogación de obras de arte y adecuación de sus depósitos de colecciones.
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