Si una palabra -además de artista o pintor- tuviera que definir a Enrique Galdos Rivas esta sería, sin duda, el humor. Durante nuestra larga conversación en su atelier de Magdalena, las bromas y anécdotas que forjaron sus 68 años de carrera entre pinceles y bastidores son infaltables. De perfil carismático, ingenioso y bohemio, su festivo carácter se viste de seriedad para dar paso a las ineludibles fotos que complementan esta entrevista. El motivo que nos reúne con él es nada menos que la inauguración de “Luz, color y fantasía: 100 obras”, merecida retrospectiva de su obra en el Icpna.
Esta muestra nos sirve de pretexto para conocer al hombre que se impuso un año como tiempo límite para demostrarse a sí mismo que podía llegar a ser un pintor con todas sus letras. Docente de la Escuela Nacional de Bellas Artes durante más de dos décadas, con más de 100 exposiciones en su haber y más de 2000 obras creadas, Galdos se remonta al pasado para hablarnos, siempre divertido, de cómo el destino se encargó de hacer del arte su forma de vida.
Su pintura ha sido calificada como una fusión entre lo figurativo y lo abstracto. ¿Cómo la define usted?
Hace un buen tiempo me preguntaron algo parecido. Te voy a responder como lo hice entonces. Como soy un creador no quiero ser parte de ningún istmo -impresionismo, realismo, etc. Yo soy yo mismo (ríe). Eso le dije en broma a un amigo durante una reunión en la que se hablaba de los estilos. No soy un pintor abstracto como algunos dicen. Lo que yo hago es dibujar una figura realista, como muchos lo hacen, pero siempre le pongo algo mío.
Denos un ejemplo
Mi maestro Sabino Springett me enseñó el oficio, pero yo le puse algo más. Uso una figura y luego esa misma figura la voy cambiando, es como una metamorfosis. Luego de cinco cuadros se ve el cambio, pero abstracto no es. A eso le llamo una pintura de Galdos Rivas. También podría decir que soy un pintor colorista, término que identifica a quienes utilizan el color con un poco de exageración. Y si es así, entonces yo manejo el colorismo, corriente artística que no existe.
¿Recuerda quién lo bautizó como ‘el mago del color’?
A mí nunca se me habría ocurrido esa simpática chapa. En Bogotá un crítico de arte y también galerista, Karl Buccholz, escribió que mi pintura era diferente, alegre y me llamó así. Esa denominación llegó hasta acá.
¿Cuándo descubre que lo suyo es el arte?
Todo empieza cuando yo termino mis estudios secundarios. Entonces no sabía que había una Escuela de Bellas Artes. Me enteré por un tío que era secretario de la escuela. Así que como siempre me gustó el dibujo, era mi hobby, entré. Pero di mi examen, no fue por vara. Como sabemos el arte nace, sino no se puede crear nada, salvo que sea pintura abstracta (risas).
¿Y cuándo se convierte verdaderamente en su vocación?
Antes debo decir que en ese tiempo se estudiaba ocho años en Bellas Artes. De mi promoción, gracias a nuestras buenas calificaciones, a varios de nosotros nos dieron una beca de sostenimiento, que era como el pago de un sueldo. Gracias a ese dinero es que pude concluir mis estudios y comprar los materiales que necesitaba. En el último año recién algo se despertó en mí. A todos los alumnos de ese año nos dio una fiebre tremenda por la pintura. Tilsa Tsuchiya, Milner Cajahuaringa, Gerardo Chávez y otros más competíamos positivamente entre nosotros. Por entonces la idea de hacer un arte nuestro, propio, ya estaba cobrando fuerza.
¿Qué hizo cuando se le terminó la beca?
En esa época yo aún vivía con mis padres. Tenía todo, casa, alimentación. Pero me dije que si me quedaba ahí nada iba a cambiar. Así que decidí irme cuando tenía 27 años. Me conseguí un tallercito y me puse a rezar (risas). Estar alejado de la ayuda de mis padres me obligó a crear. Mi taller estaba junto a una tienda de muebles. Me hice amigo del dueño y le propuse colocar en sus paredes algunos de mis cuadros. Luego de un tiempo unas personas interesadas por el arte pasaron por ahí vieron mi obra y les interesó. Me buscaron y luego de las negociaciones me compraron siete cuadros. Fue mi primera venta y con eso ya tenía para vivir por lo menos tres meses.
¿Recuerda cuánto le pagaron?
Habrán sido como mil dólares de ahora por cada cuadro. Era bastante para un recién egresado de Bellas Artes. Yo ya me había dicho a mí mismo que si en un año no obtenía ninguna entrada con el arte dejaba la pintura. A finales de ese año gané tres premios nacionales de pintura.
Ese año también tuvo su primera exposición.
Fue una colectiva, en 1960. La hicimos tres pintores amigos en Art Center En esa exposición también vendí obras. Y el director de la galería que era norteamericano me invitó a enseñar en ese centro de arte. Con los tres premios ganados ese año, la exposición, los cuadros vendidos y la enseñanza por fin pude mirarme en el espejo y decirme a mí mismo soy un pintor. Al año siguiente ya estaba exponiendo en bienales internacionales como Brasil, pero tuve que ir por mi cuenta. Y en el 62 hice por fin mi primera individual. Allí comenzaron las críticas a mi favor.
Si su pintura no hubiera obtenido el éxito que esperaba, ¿a qué se hubiera dedicado?
Yo soy muy hábil en muchas cosas. En Cajamarca, donde tengo una casa, he sido albañil, la he arreglado poniéndole ventanas. Hice planos, soy como un ingeniero empírico. Fui ayudante de ingeniería y aprendí casi todo en unos meses.
La promoción del 59, a la que usted perteneció, fue prodigiosa. ¿Mantiene amistad con algunos de sus condiscípulos?
Recuerdo que fuimos unos cinco o seis alumnos los que ganamos la medalla de oro. Pero sucede algo extraño. Por ejemplo, cuando a Gerardo Chávez le preguntan si recuerda a alguien del 59 él dice que sí, pero solo menciona a Tilsa y a uno más. De los demás ya ni se acuerda (risas). Sin embargo, somos amigos. Por eso cuando a mí me preguntan sobre ese tema les digo que yo no menciono a nadie porque los que quedan no me mencionan a mí (risas).
¿Tiene alguna anécdota con alguno de sus ex compañeros bellasartinos?
El año que yo vendí mis primeros cuadros me buscaron para comprarme otros más. Pero resulta que en ese tiempo yo estaba pintando cuadros grandes para la bienal de Brasil, más modernos, y como la persona que los requería era comerciante quería pinturas más figurativas. Así que yo le recomendé a Cajahuaringa. Fuimos a verlo, pero al final no llegó a vender. Cuando le pregunté qué pasó me dijo “yo no vendo cuadros porque son de mi colección”. Oye, le dije, recién hemos salido de la escuela ¿y ya tienes tu colección? (risas).
¿Cuándo aparece en su obra la temática precolombina?
En la escuela ya tenía ciertas ideas. No empecé con estos temas, pero sí quería ser auténtico, genuino y creador. Muchos maestros nos hablaban de pintores extranjeros, europeos. Una vez llegó un pintor mexicano de apellido Cuevas, del arte expresionista alemán y todos empezaron a pintar lo mismo. Yo empecé a hacer pinturas con relieve, como repujados que se hace en grabado. Nadie lo había hecho hasta entonces. También recuerdo a un crítico de arte extranjerista que quería que todos pintemos como norteamericanos. Pero ¿por qué? Si aquí tenemos una cultura muy rica, me decía. Empecé a viajar y a investigar. Hice una máscara funeraria y le di mucho color, incluso coloque un fragmento de al ciudad del Cusco. Ahí comencé a tomar motivos de las culturas prehispánicas.
Entonces, sus celebrados trabajos sobre las antiguas culturas del Perú surgieron como un acto inicial de rebeldía.
Sí, pero la identidad en la pintura es algo que no puede ser impuesto. Yo sabía que era parte de mí. Tengo de indígena, de chino, de español y de sabido (risas). Por eso empecé a hacer cosas chavinescas, con sabor andino. Pero yo no me quedé solo con eso, aunque hice bastantes pinturas con esas temáticas. Un artista tampoco puede repetirse.
Aunque muchos lo identifican con esta “reinterpretación” de la cultura prehispánica, usted también se inspira en sus propias vivencias.
Yo siempre he dicho que pinto lo que me rodea. Aunque algunos dicen que no sé lo que hago (risas).
Viendo sus pinturas, es notoria su predilección por el rojo, ¿hay alguna razón en especial por la que le gusta ese color?
Creo que es porque identifica mi temperamento. El rojo remite a la diversión, como mi pintura. El rojo es, además, la vida, la sangre es roja, los labios también. Es el color de la bandera peruana. Si hablara con lisuras diría que es el color más pendejo (risas). En ese color se resume la vida, la gracia, el carnaval de la existencia. Yo soy eso. Mis cuadros se pueden parecer a otros, pero siempre tienen una chispa. El color para mí es como la comida bien aderezada, siempre con su ají y su cebollita.
Usted es además de artista plástico, un cantor de tangos y boleros. Cuéntenos sobre su afición.
Empieza cuando viajé por primera vez a Argentina, en 1964. Gané un premio en Córdoba y me quedé por dos o tres meses. Además de disfrutar de la comida y bebida, me quedé porque quería saber más sobre esta cultura, esta música que estaba también de moda. Allí aprendí. Hasta he grabado un disco con varios de estos temas (ver video).
Usted ha sido maestro en Bellas Artes durante décadas. ¿Qué opina sobre la enseñanza actual?
Bueno, felizmente siempre hay un pequeño grupo que enseña libremente. Pero la mayoría se inclina por lo que se llama moderno, aunque esas cosas ya se hayan hecho hace 30 años. Si hacemos todo lo que viene del extranjero, por un lado está bien, pero ¿por qué lo que hacemos nosotros no lo hacen en el extranjero? ¿Por qué para ser famoso hay que irse a Europa? Hay que intentar lograr fama en nuestra propia tierra.
Hablando de fama, ¿se siente lo suficientemente reconocido en el Perú?
Ya lo he dicho, el verdadero crítico es el público y el tiempo. Cuando yo expongo las galerías se llenan. Estoy tan lleno de medallas que ya parezco general revolucionario (risas).
Con más de seis décadas pintando, ¿cuál es su rutina en la actualidad?
En realidad, quiero ser y hacer lo mismo de siempre. En estos momentos quisiera ser como fui en la década de los setenta que me levantaba a las siete y pintaba hasta la una de la tarde. Almorzaba y luego continuaba de tres a ocho de la noche. Con ese entusiasmo me levantó ahora, pero resulta que por las mañana tengo cita en el hospital, me llaman para almorzar, luego viene algún periodista y por la noche de nuevo me llaman. A veces me molesto porque quisiera pintar como antes, pero hay que vivir también la vida. ¿Cómo? Con una bebida (risas).
Más información
Lugar: Galería Germán Krugër Espantoso del Icpna Miraflores. Dirección: Av. Angamos 160. Inauguración: 7 de enero a la 7 p.m. Horarios de visita: hasta el 23 de febrero. De martes a domingo de 11 a. m. a 8 p. m. Ingreso: libre.