En los cuadros de Carlos Revilla se mezclaban los paisajes oníricos con elementos más realistas, pero habitualmente azarosos y desconcertantes. En muchos de ellos, también resaltaba como protagonista alguna mujer, que daba la impresión de mezclar la delicadeza femenina del arte renacentista con la sensualidad más contemporánea. Aunque en realidad esa figura estaba inspirada en su musa y compañera desde 1985, Jeannette Kollegger.
Porque así era la obra del destacado pintor peruano fallecido este domingo por la mañana: tenía un pie en la realidad de su vida cotidiana y otro en los imaginarios mágicos que lo seducían. Bebía del surrealismo que tan bien conoció en Europa (tuvo un acercamiento a Salvador Dalí en los años 60), pero también se inclinó por el neofigurativismo y se mantuvo actualizado con elementos de los tiempos que avanzaban incesantes.
Lo cual no lo eximía de ser un punzante crítico del mercado del arte de la actualidad. En una entrevista del 2018 con El Comercio, Revilla arremetía contra las obras de artistas como Damien Hirst (el del tiburón preservado en formol) o Jeff Koons (el célebre artista de las esculturas que simulan globos). “De acá a cincuenta años, todo eso lo van a botar a la basura. Mira, yo soy muy tradicionalista. Yo hubiera querido vivir en el siglo XVI, porque ahí cualquiera no pintaba. Era todo un aprendizaje”, declaraba el pintor hace tres años, cuando fue el gran homenajeado de la Noche del Arte.
Entre dos mundos
Su madre, Micheline Ticos, era francesa; su padre, Gustavo Adolfo Revilla, fue un embajador nacido en Arequipa. La pareja vivía en Europa en 1940, en el difícil contexto de la Segunda Guerra Mundial. Para salvaguardar sus vidas, se trasladaron a una ciudad en la zona central de Francia, Clermont-Ferrand. Fue en ese lugar, y en ese año, que nació Carlos Revilla. Allí pasó sus primeros años de vida, hasta que en 1945 la familia emprendió un viaje en buque hacia esta parte del globo.
Ese encuentro de dos mundos tan diferentes como el europeo y el peruano se dejó sentir fuertemente en su obra, en una conjugación sugerente y provocadora. De hecho, Revilla se habituó a presentar sus pinturas en ambos círculos, pero siempre empecinado en construir un cuerpo de trabajo auténtico, consecuente y riguroso, que lo convirtieron en uno de los pintores contemporáneos más valorados del medio local.
En los últimos meses, Revilla sufrió algunos problemas de salud que requirieron algunas operaciones. Sin embargo, siguió pintando en su taller como en sus años plenos y falleció hoy de forma serena, mientras dormía, según informaron allegados a su familia.
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