Ha navegado todas las aguas, sean mansas o tormentosas. Comenzó hace 30 años, como curador en la Fondation pour l’Architecture en Bruselas, luego fue curador para la Bienal de Taipei en el 2002 y del Pabellón Español de la Bienal de Venecia del 2005. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, Bartomeu Marí (Ibiza, 1966) dirigió el prestigioso MACBA de Barcelona entre el 2008 y el 2015, pero renunció a esta institución tras un escándalo enmarcado en tiempos electorales (días de enfrentamiento abierto entre el gobierno español y el catalán), cuando en la muestra “La bestia y el soberano” se presentó una escultura del rey Juan Carlos I montado por una mujer indígena. El museo canceló la exposición y la carrera de Marí alcanzó un camino tan distinto, como puede serlo la dirección del Museo Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo de la República de Corea, cargo que ocupó entre 2015 y 2018, gestionando tres edificios distintos, con un presupuesto de US$65 millones y 900 personas a su cargo.
En el pasado julio, Marí fue convocado para asumir la dirección del Museo de Arte de Lima. Llegó atraído por la reputación del museo capitalino, el alcance de sus colecciones y su personal ilusión por trabajar en América Latina. En su primera entrevista con El Comercio, el nuevo capitán del barco ha tenido meses para hacer diagnósticos, estudiar cifras y trazar nuevos mapas. A comparación de su experiencia coreana, el presupuesto del MALI puede parecer irrisorio, pero la crisis vivida en España en el 2011 le enseñó a capear los temporales y manejarse con montos justos.
— ¿Cómo piensa un filósofo la gestión cultural?
Estudié filosofía, pero me dediqué al arte contemporáneo cuando todavía era estudiante. Por eso, más que pensar la gestión, la vivo. La pienso en retrospectiva. Es un trabajo en que la planificación es un elemento clave: prever, planificar, proyectar a futuro. En 2011, cuando la crisis económica pegó fuerte en la economía española, el MACBA perdió gran parte de su presupuesto, el 40% entre 2010 y 2013, y planificar en ese momento no era posible. Los últimos años en Barcelona fueron de adaptación a un contexto que cambió muy rápido. Muy distinto fue planificar en Corea del Sur con su estabilidad económica.
— Supongo que esa adaptabilidad servirá para planificar la gestión del MALI, con presupuestos mucho más reducidos…
Que el MALI es una institución austera se ve de lejos, pero eso no me preocupa. No me asusta la austeridad en una institución, lo que no es bueno es la fragilidad. Mi prioridad fundamental en el MALI es recuperar la sostenibilidad.
— ¿El MALI es una institución frágil?
Sí. La institución es frágil. Aun cuando goza del apoyo importante de un patronato, sus aportaciones no llegan al 18% del total de los ingresos. La situación actual del museo pasa por la necesidad de equilibrar gastos con ingresos. A finales del ejercicio del 2018 se cerró con un déficit considerable. Tal como lo encontramos el gerente general y yo, era preocupante. Estamos esperando que se publiquen los resultados de la auditoría del 2019.
— ¿De cuánto fue el déficit?
2018 se cerró con un déficit de S/283 mil. En el 2019, en el primer cuatrimestre, se perdieron a los tres mayores auspiciadores. Casi al mismo tiempo cesaron sus contribuciones, lo que representaba S/959 mil. Eso impactó muy fuerte, de allí la necesidad de resolver el problema del déficit, lo que conseguiremos en el 2021.
— ¿Por eso la única gran exposición que se hizo el año pasado fue la de “Amauta”?
Se había hecho antes “Otras historias posibles”. Efectivamente, “Amauta” fue una bellísima e importantísima exposición, tras la cual preparamos la exposición “Quipus” para el 19 de marzo.
— Que se postergó por problemas de presupuesto...
Exactamente. En julio pasado no teníamos los recursos necesarios para hacerla, por lo cual la postergamos hasta encontrarlos.
—¿El déficit hizo replantear el organigrama? Sé que los curadores de planta ahora son solo asociados.
Para alcanzar un equilibrio debimos reducir los egresos fijos. Y la única área donde se podía hacer es en el área de personal. En el 2013, me prometí no reducir personal nunca más, cuando me vi obligado por el patronato del MACBA por la crisis. Ahora rechazamos hacer desvinculaciones. Explicando la realidad del museo a los equipos, propusimos que quien quisiera desvincularse voluntariamente tendría un pequeño estímulo. El museo no tiene el dinero para despedir, aparte de que no quiero hacerlo yo. Hubo una serie de desvinculaciones, incluyendo algunos curadores, con quienes continuamos trabajando con contratos específicos vinculados a proyectos concretos.
Su perfil es claramente vinculado al arte contemporáneo. ¿Cómo sintoniza con un museo cuyo público aún relaciona con la historia prehispánica, colonial y republicana?
Soy consciente de que no soy especialista en el 95% de las áreas que cubren la superficie del museo. Pero para mí no es un problema. A lo largo de mi vida he aprendido que dirigir un museo significa hacer converger el esfuerzo de especialistas que saben muchísimo más que uno. Desde el inicio, la idea es que cualquier cosa que haga el MALI debe ser contemporánea. Debemos decir cosas que sean significativas hoy. En ese sentido, ligar las colecciones del museo con el presente es una tarea preciosa y una enorme motivación.
En la reciente feria Arco de Madrid, donde el Perú fue el país invitado, galeristas de otros países dudaban sobre la presentación de un país sin grandes galerías ni sólidos mercados que respaldaran nuestra participación. ¿Cómo ve esta situación en que los artistas contemporáneos sobreviven sin respaldo institucional?
Alguien me dijo al llegar aquí que el arte contemporáneo en el Perú vive de espaldas al país. Me parece un poco exagerado, porque mientras más artistas voy conociendo, me doy cuenta de que están muy implicados con su sociedad. Soy consciente de que tenemos una gran oportunidad para poner el arte de nuestro tiempo en el centro de la vida cultural de la sociedad peruana. El hábito de visita a museos en Lima ha descendido en los últimos años, pero es allí donde tenemos una gran responsabilidad de conectarnos, atraer y satisfacer a capas muy amplias de la sociedad, no solo a grupos minoritarios. Y ese es uno de los principales puntos del Mali que viene. Un Mali muy abierto, receptivo y empático, que invita a todos, sin distinción, a formar parte de esta comunidad de usuarios.
¿Desde su aporte, cómo va a ser esa nueva vinculación con el público?
No va a ser solo a través de exposiciones temporales, sino fundamentalmente a través de las colecciones propias. En época de contrariedades económicas, es lógico, además, que nos nutramos de lo que tenemos más cerca. La colección permanente ya no las llamamos así. Van a ir regenerándose e integrándose dentro del recorrido del segundo piso, con mayor presencia contemporánea. Vamos a ir invitando a más artistas contemporáneos para que trabajen en el entorno de esa colección. El Mali es el único museo en el Perú que ofrece un recorrido por tres mil años de historia bajo el mismo techo y eso es un gran mérito construido por mi antecesora (Natalia Majluf) y el equipo del museo. Vamos a enriquecerlo. No habrá cambios gratuitos, pero sí innovaciones dentro del conjunto de la colección que se van a ir desgranando poco a poco. Las exposiciones que presenten temas transversales y cronologías diversas van a ir aumentando. A la idea de un desarrollo lineal y diacrónico, donde las cosas están separadas por géneros y por épocas, me gustaría contraponer presentaciones y exposiciones que tiendan a la sincronía: Diferentes momentos, soportes, géneros artísticos, que nos plantean experiencias potentes.
— ¿La programación 2020 del MALI tendrá como centro la muestra “Quipus”?
Hay cuatro pilares del programa del 2020: “Quipus” es la gran exposición de tipo histórico/arqueológico, pero también está la muestra de la fotógrafa Flavia Gandolfo, que inaugura el 31 de marzo, importantísima para entender los últimos 20 años del arte contemporáneo peruano. Una tercera, vinculada a la colección de arte contemporáneo del MALI, vendrá en setiembre. Tenemos una de las colecciones contemporáneas más importantes de Latinoamérica pero se ha enseñado poco.
—La colección permanecía guardada porque se esperaba la anunciada ampliación del museo...
En el 2018 se tenía pensado ese proyecto, pero ahora mismo no está contemplado. El gobierno despriorizó la ampliación del MALI dentro del formato “Obras por impuestos”. Eso no quiere decir que un día no pudiésemos recuperar ese proyecto, si políticamente se considera prioritario. Mientras tanto, es lógico darle visibilidad a esa colección. Hay un cuarto proyecto muy importante, que son las intervenciones programadas en las colecciones del MALI del segundo piso. Allí tenemos previsto instalar “Líneas de vida”, obra de gran formato de Giuseppe Campuzano, un recorrido por la historia del arte del Perú en términos ‘queer’. A principios del 2021 tendremos una intervención con relación a las colecciones de la artista Sandra Gamarra.
—¿Más allá del programa de este año, cuál es el horizonte que imagina para la institución?
Estoy convencido de que el proyecto del MALI es intelectualmente potente y que es ahí donde debemos poner mucha energía. El museo debe producir conocimiento, ideas y experiencias que atraigan y satisfagan. Sabiendo que las colecciones son ricas, y teniendo el apoyo de los comités que permiten su desarrollo, mi prioridad está en hacer del MALI una plaza pública para el intercambio de ideas. Una actividad intelectual, científica y curatorial que vaya de la mano con una potente difusión. La excelencia científica no es contradictoria con la satisfacción de públicos amplios.
¿Pensando el ello, el MALI retomaría su política de publicaciones?
Por supuesto. Tengo muchas ganas de recuperar la salud financiera para abordar esos proyectos. Ese es uno de los instrumentos por los cuales el museo demuestra sus ideas, y las pone a disposición de quien quiera compartirlas. En estos momentos tenemos una paradoja: tenemos el contenido de altísimo nivel del libro ligado a la exposición “Quipus”, pero no llegamos a poder imprimirlo. Hoy en día hay libros que pueden existir sin estar impresos, y probablemente esa será la manera en que ese libro acabará existiendo. Pero preferiría tener los medios para imprimirlo en papel, así como los instrumentos digitales para poder diseminar esa producción intelectual. Quiero poner todo el MALI en un teléfono celular, estos objetos (maravillosos u horrorosos según se considere), ofrecen una gran oportunidad para poner el museo en las manos de los ciudadanos.