Mónica Torrejón Majluf. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)
Mónica Torrejón Majluf. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)
Czar Gutiérrez

Bajo tu piel vive la luna, escribió el poeta. La piel es de quien la eriza, el soñador. El lenguaje es otra piel, dijo el cantante. Pasto del tiempo, signo de la edad, territorio fértil para el amor o la batalla. Para la arruga o el maquillaje. Para la caricia o la cicatriz. “Yo quiero erizar la piel de quien habito, mientras otro habita la mía; quiero hacerme una extensión de ella, acariciarla hasta que cicatrice y luego sanarla”, dice la artista.

Es Mónica Torrejón Majluf, pintora, fotógrafa, diseñadora de arte y limeña trotamundos asentada en Nueva York reflexionando en los márgenes del estereotipo. Rodeada de pieles de alce y cabezas de toro taxidermizados, retorna a su ciudad natal e inaugura “Et in Arcadia ego”, 'memento mori' que refiere a la inminencia del fin y a la fugacidad de la existencia, título perfecto para su decimosexta individual que resulta todo un tour de force sexuado, cargado de potencia dramática y existencial. “Porque todo lo mío es totalmente emocional, comunica mensajes absolutamente subconscientes. Es como ponerse a llorar sin saber por qué”, precisa.

PRESA Y PREDADORA
“Viví siempre rodeada de animales, viendo a mi papá taxidermista armando y obsesionado con ellos y a mi mamá maquillándolos como lo hacen para un funeral de casco abierto cuando alguien muere y quieren que se vea lo más lleno de vida y hermoso posible”, dice. La muestra que ha trabajado este tiempo, más bien, tiene poco de maquillaje y mucho de desgarro: ella desnuda cubierta por la membrana epidérmica de un alce recién sacrificado, sosteniendo la cabeza de un macho cabrío, acariciando la cabeza humeante de un buey.

Todo lo cual importó una cuidadosa inmersión previa por los mataderos de Queens y Yerbateros antes del acondicionamiento de las sanguinolentas piezas en su refrigerador y en la bañera, “donde abría la piel diariamente –refiere ella–, la cubría con sal, la dejaba secar y así, repitiendo una y otra vez la ceremonia. Una amiga me hizo las fotos en mi departamento de Nueva York, que quedó lleno de sangre y con un olor a muerte que permanece allí y tardará mucho en irse. En Lima fue peor, tuve que esperar a que estuviera libre el estudio fotográfico, mientras tanto los animales se descompusieron y las tomas incluyeron moscas y gusanos, elementos que abonaron grandemente a la performance”.

Parte de la 'jungla' que habita la casa de los Torrejón. Anatomía, escultura, disección y tratado de pieles de pared a pared. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)
Parte de la 'jungla' que habita la casa de los Torrejón. Anatomía, escultura, disección y tratado de pieles de pared a pared. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)

Porque, en efecto, las imágenes de "Et in Arcadia ego" componen acciones previamente vinculadas con el misterio de la muerte: tocarla, abrazarla. Contagiarse de ella. Aunque ese tránsito represente una experiencia particularmente perturbadora para el espectador: equilibrio entre la belleza física de la protagonista y la bestialidad exangüe del cuerpo inerte. El chivo como personaje expiatorio que carga con las culpas, el toro en su dualidad de víctima y victimario. Y en el centro de la escena, una artista desnuda mostrando todas sus agallas, funcionando como presa y depredadora en los opuestos de la cadena trófica.

“La muerte es algo con lo que he luchado desde que tengo uso de razón, de niña lloraba a diario pensando a dónde se va la gente que desaparece. Eso es algo que me persigue todos los días. La ausencia de lo que se conoce y se ama, eso que al irse nos deja memorias, olores y objetos personales de quien ya no está pero siguen creando la ilusión de su presencia. He organizado esta muestra porque precisamente intento unirme con ese misterio que no solo es la muerte, es también la manera como se vincula tan íntimamente al amor: tocar, oler, comer, inhalar y convertirse en otro es querer habitar el cuerpo de esa ausencia que nunca terminarás de amar”.

SALVAJE DE PIEL
Diseñadora titulada en Lima, Toronto, Nueva York y Roma; con residencias artísticas en esta última y Bangladesh; exploradora del óleo, acrílico, tejido, bordado, cerámica y hasta del karaoke, en Mónica Torrejón –de edad inexpugnable– concurren mundos artísticos que van desde los ritos espirituales de salvación andina al arte callejero de las metrópolis. De Yoshitomo Nara a Neckface y Kiki Smith. Todo un mundo capaz de contener simultáneamente a Marc Jacobs y a Susy Díaz, cuya libertad y falta de autocensura no se cansan de asombrarle.

Como ese ‘skyline’ erizado de edificios que es Manhattan, donde vive. Ella afirma: “Muchas veces me he sentido como en un gran océano sin saber nadar, sin ver el horizonte y tratando de sostenerme de cualquier cosa para no ahogarme. Es constantemente cambiante, es una energía que nunca está quieta y eso me lleva tener que nadar contra la corriente para no ahogarme. Es una lucha diaria, conectar y encontrarle sentido. Es cuestionar la propia existencia. En mis naufragios traté de sostenerme hasta de una roca, que solo terminó por hundirme un poquito más. Pero sigo nadando y eso toma toda mi energía, toda mi fuerza. Me gusta esa lucha de sobrevivencia. Ese amor-odio por Nueva York me impide irme lejos de ella”.

Es altamente probable que esa tensión la haya despojado de eso que los especialistas denominan "mirada femenina en el arte", de la que parece carecer. Torrejón comenta: “Es interesante que me digas eso, siempre me han dicho que mi obra tiene energía masculina. Esto no es algo intencional, pero creo que en alguna parte de mí soy una entidad masculina. He reconocido esto en varias oportunidades de mi vida, una de las cuales fue un sueño que tuve en el que yo era un hombre de unos 60 años teniendo sexo con [la rapera, actriz y modelo] Lil’ Kim”.

Mónica Torrejón Majluf. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)
Mónica Torrejón Majluf. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)

Así, atravesada de circunstancias pero con la misma mirada donde habita un pozo de melancolía, Torrejón regresa a Lima para su decimosexta individual: habitando la cutícula de un mamífero nórdico en fotos cargadas de imperfección, crudeza y asimetría. Cubierta de fluidos y exhalando las sensaciones más primitivas de nuestra existencia. Ella apunta: “El desnudo es entrega, honestidad, intimidad y vulnerabilidad completa. El miedo, la rigidez, la deshonestidad y el resguardo son muros que se interponen en la comunicación, el entendimiento y la conexión”.

También dice: “La belleza para mí es algo subjetivo, es imposible saber cómo uno es percibido por los demás. Por eso no considero mi apariencia física como un factor a tener en cuenta en mi obra. Busco conocer y sentir lo impenetrable manifestado a través de lo grotesco. Pero no se trata de mostrar algo que produce shock, asco o rechazo: es una búsqueda de la condición humana”.

Bebe una copa de vino y se desplaza con la libertad de una musa desnuda en medio de un safari. Descubierta hasta la médula. Segura de que el amor se bebe desde la epidermis.

​Más información

“Et in Arcadia ego”.
Lugar: Galería Socorro Polivalente.
Dirección: Jr. Santa Rosa 348-S, Barranco. T
emporada: del 8 al 22 de febrero.
Ingreso libre.

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