Pablo Picasso retratado en 1971 en Mougins, Francia. (Foto: AFP / Ralph Gatti)
Pablo Picasso retratado en 1971 en Mougins, Francia. (Foto: AFP / Ralph Gatti)
Czar Gutiérrez

No es casual que el monumental, heroico y orgiástico minotauro haya sido la bestia favorita del deslumbrante artista malagueño: en el cruce exacto entre la mitología cretense y la tauromaquia española, ese híbrido hombre-toro resultó ser algo más que una exquisita sucesión de grabados sobre plancha de cobre: esa bestia era él. Ese organismo metamórfico rodeado de mujeres en abierta disposición al fornicio, ese monstruo erguido y sediento, blandiendo un cuchillo de acero junto a su punzocortante masculinidad, era él.

Lascivo, sangriento y vertiginoso como su trazo, la tesitura simbólica de semejante álter ego –el astado santificado entre centauros y arpías– calza perfectamente con un depredador cuya apetencia sexual terminaría siendo tan expansiva como cuando el párroco declamó su nombre en la pila bautismal de la iglesia de La Merced: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz y (1881-1973).

Así, los especialistas coinciden en que la única manera de medir los afectos de Picasso es a través de sus relaciones, cuya intensidad parece compatible con la cantidad de veces que pintó a sus mujeres. Rubro en el que destacan nítidamente Jacqueline Roque con 282 obras y Dora Maar con 262. El segundo pelotón está compuesto por Marie-Thérèse Walter –madre de su hija Maya– y Françoise Gilot –madre de Claude y de Paloma, la que más retratos acumula entre los vástagos–. Olga Khokhlova, su primera esposa y madre de su primogénito Pablo, ocupa la quinta posición delante de Fernande Olivier y Eva Gouel.

—Verbo o carne— Éxtasis, engaño, abandono, soledad, desamor: amanece el siglo XX y el aire que baja desde el desvencijado Bateau-Lavoir –enclave bohemio ubicado en lo más alto de la colina Montmartre– es un remolino cíclico. Que encuentra a su primera damnificada en Fernande Olivier, ángel ojiverde de 22 años que estaba buscando a su gato cuando el sujeto que nos ocupa la interceptó. "Fui su compañera fiel en los años de pobreza [1904-1911], él no era nadie”, dijo apenas el pintor la abandonó. Entonces se vengó publicando la serial para periódicos “Cuando Picasso era bombero” (“Mercure de France", 1931).

Avivando otros fuegos, fijaría el blanco sobre una menuda beldad de porcelana llamada Eva Gouel (1911–1915). "El poder de tus manos se inicia en tu mirada, pintor", le diría antes de caer abatida por el cáncer. Entonces Picasso alternaría sus visitas al hospital con otra conquista: Gaby Depreye. Y cuando Eva expira, lanza su red sobre la esbelta bailarina ucraniana de 25 años con la que se casaría, tendría un hijo, pelearía violentamente y se aseguraría una vida tormentosa: Olga Khokhlova (1917-1929).Huyendo de ella, precisamente, conoce a Marie-Thérèse Walter, ninfa sueca de 17 años. Picasso tenía 46. "Un hombre tiene siempre la edad de la mujer que ama", dizque pensó. Fueron siete años de convivencia (no tan) secreta. Encriptada en esculturas y dibujos, travestida como su chofer particular, con ella atempera el cubismo y detona su erotismo. Si bien en 1935 alumbra a Maya, su caducidad es inexorable: una sofisticada dama de 29 años, pelo negro y ojos azules acaba de ingresar al radar.

Templada en los juegos sadomasoquistas de Georges Bataille, la fotógrafa e intelectual Dora Maar (1935-1943) se sube a una nave todavía tripulada por Olga y Marie-Thérèse. Todo acabó violentamente cuando el artista, hastiado de trazar las mismas curvas, las sustituyó a todas por Françoise Gilot (1943-1952), inteligente pintora que le dio dos hijos y saltó del barco antes del apocalipsis: Picasso mataba todo lo que amaba. Gilot tiene 96 años y es una escritora superventas.

Luego llegarían Geneviève Laporte (1944-1953), amor secreto, documentalista y escritora 40 años menor que él; y Jacqueline Roque (1955-1973), enfermera, esclava y carcelera del insaciable minotauro que, quién lo diría, también tenía fecha de caducidad: Picasso expiró en brazos de aquella joven de 28 años que se enamoró de un hombre de 74.

Jacqueline Roque tenía 28 años cuando se casó con Pablo Picasso. Tras permanecer 18 años juntos, él murió en sus brazos el 8 de abril de 1973, a los 91 años. (Foto: AP)
Jacqueline Roque tenía 28 años cuando se casó con Pablo Picasso. Tras permanecer 18 años juntos, él murió en sus brazos el 8 de abril de 1973, a los 91 años. (Foto: AP)

—Sino trágico— Subsumido en un erotismo a carne abierta, inflamado, pletórico y frecuentemente obsceno –en sus cuadernos íntimos Picasso imagina su falo convertido en un pincel enhiesto que dibuja–, resulta perfectamente explicable que el gobierno de las gónadas terminase modificando su obra: del temprano visitante de burdeles en Barcelona al artista de fama universal que cambiaba al mismo tiempo de amante, casa, mascota y colores en su paleta.

Y así como cada una de sus mujeres se convirtió en un período artístico, todas menos una descendieron al infierno: Dora murió después de ser lobotomizada en un psiquiátrico, Marie-Thérèse se ahorcó en el garaje de su casa, Jacqueline impulsó la bala que le destapó los sesos. Y allí mismo, a caballo entre la inteligencia y la neurosis, la escalofriante sentencia: “Sin Picasso no hay nada, después de Picasso solo queda encontrarse con Dios”.

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