Son signos de estos tiempos: María José Murillo, artista arequipeña, acaba de ganar la Beca Artus-Icpna Wiels, que incluye un programa de mentoría artística durante seis meses en Bruselas. Allí, Murillo podrá interactuar con profesionales dentro de la vida artística y cultural de esta ciudad. Sin embargo, Bélgica queda aún muy lejos de la casa de sus padres en la ciudad Blanca, donde lleva su distanciamiento social.
“Es sumamente extraño”, confiesa la artista, bachiller en Arte con mención en Pintura en la Universidad Católica, quien siente, como todos, que su vida está suspendida en un gran paréntesis. Y la ansiedad es especialmente profunda si uno repasa la hoja de ruta de Murillo en los últimos años. Del 2017 al 2019 realizó una Maestría en Bellas Artes en Chicago, y apenas terminó la maestría, se instaló en el Cusco, la ciudad de su padre, para trabajar como supervisora del departamento de educación del Centro de Textiles Tradicionales, al lado de Nilda Callañaupa Alvarez, notable tejedora de Chinchero, quien creó esta organización sin fines de lucro hace 25 años. Allí estuvo trabajando 10 meses, hasta que se anunció el Estado de Emergencia a causa de la pandemia. Su padre, agricultor, obtuvo un pase para ir al Cusco a recogerla. Fue en casa de sus padres, en Arequipa, donde recibió la noticia de la Beca convocada por el Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA) y ARTUS, asociación independiente que promueve el arte peruano. “Todo es un poco desconcertante. Siento que no estoy en mi vida, me siento paralizada”, afirma. En efecto, el viaje que permite la beca se ha pospuesto de julio a enero próximo.
Adiós pintura, bienvenido tejido
Los artistas finalistas a la beca fueron seleccionados por la curadora Florencia Portocarrero, mientras que el jurado estuvo formado por Alberto Servat, gerente Cultural del ICPNA; Dirk Snauwaert, director artístico de Wiels Contemporary Art Center y Bartomeu Mari, por entonces director del MALI. Ellos eligieron a María José Murillo por la forma única en que su obra recoge el lenguaje ancestral del tejido tradicional.
El suyo no ha sido un camino fácil. Previamente, su obra siempre estuvo vinculada a las formas orgánicas, trabajadas desde la escultura o la instalación, como una reacción a su tradicional formación universitaria. Ella lo recuerda con fastidio: “Cuando estudiaba pintura en la Católica, todo el tiempo debía pintar en óleo sobre lienzo, algo que me hacía sentir muy limitada. Mis profesores esperaban que el medio del óleo sobre el lienzo fuera mi única forma para expresarme. Cuando comencé a explorar materiales artificiales e industriales como el plástico, para mí fue una oportunidad para abrirme a cosas nuevas, aunque recibí comentarios de todo tipo. Mis maestros mayores me criticaron mucho. Me decían que lo que yo hacía era decoración”.
Murillo recuerda aquellos tiempos y ahora piensa que aquellas anécdotas son una demostración de la jerarquización que abre una profunda brecha entre el arte académico contemporáneo y el arte popular. Mientras tanto, Murillo terminó la universidad sin ningún interés en pintar, usando para sus obras volumétricas materiales cotidianos como las bolsas de plástico, para darles, paradójicamente, una apariencia orgánica. “Haciendo referencia a la naturaleza, establecía una contradicción entre lo material y la forma”, explica. En ese camino, tuvo su primera
Individual en el Centro Colich, en Barranco, y luego obtuvo el premio “Fase 1” de la galería Revolver para artistas emergentes, sala donde expuso su siguiente exposición. Sin embargo, la artista seguía siguiéndose limitada, ya no por la institución educativa sino por la propia escena artística.
Entonces, en 2017, partió a Estados Unidos a seguir sus estudios. Eligió el departamento de fibras y estudios de materiales del School of the Art Institute of Chicago (SAIC), donde compartió con creadores y docentes la reflexión artística sobre la materialidad. Esa experiencia, señala Murillo, fue reveladora. “Generó múltiples cuestionamientos sobre mi identidad cultural”, afirma. En efecto, en el epicentro de los discursos del arte contemporáneo pudo ver la fuerte influencia que tenía el tejido como disciplina artística, algo que la artista nunca había visto en su país. Tremenda paradoja la de una artista que debe viajar a Estados Unidos para conectar con su herencia prehispánica. “Mis profesoras hablaban del tejido andino como su máximo referente. Allí descubrí que el proceso textil podía insertarse dentro de los discursos del arte contemporáneo”, afirma.
Entonces abandonó las bolsas de plástico y los sorbetes y se puso a trabajar retículas, cruzando hilos en ejes verticales y horizontales. Sus profesoras le animaron a descubrir el telar y aprender a tejer. En fin, reencontrarse con su propia cultura andina. “Mi encentro con el tejido en telar fue maravilloso”, recuerda. “Era otro tipo de medio artístico, muy diferente a la pintura. En la universidad, durante seis años me hicieron cubrir la superficie de un textil, que para mí era lo más importante” destaca la artista, quien lamenta que, hasta hoy, en la educación artística no se incluya un curso de arte prehispánico. “Nunca escuché que se hable de nuestros textiles en un programa de pintura. En el mundo andino, los textiles eran el medio principal para desarrollar el color”, explica.
“El trabajo con el tejido fue revelador. Me di cuenta entonces cuan eurocéntrica había sido mi educación y cuan colonizada estaba en mi práctica artística”, confiesa.
Desde entonces, el arte de María José Murillo se convirtió en una reflexión sobre el mestizaje, las tensiones entre lo tradicional y lo moderno, los procesos prehispánicos del tejido y los telares digitales de hoy. De Chicago partió al Cusco a trabajar, y fue allí donde aprendió de las tejedoras de Chinchero las nociones básicas del telar de cintura. “Me gustaría considerarme una tejedora, pero sé que me falta mucho por aprender”, confiesa.
Contactos en Bruselas
En la capital belga, la tradición del tejido andino no resulta ignota. En noviembre del 2018, una exposición de textiles prehispánicos fue expuesta en el Museo Real de Arte de Bruselas, con notable afluencia de pública. Justamente, Nilda Callañaupa, del Centro de Textiles Tradicionales fue una de las invitadas para dar clases maestras sobre tejido tradicional.
En ese contexto, Murillo sabe que hay expectativa por un trabajo que, como el suyo, vincule lo prehispánico con lo contemporáneo en fértil diálogo. “Para mí, la revelación de que hay voces del pasado para hablarle al presente proviene del tejido. Me parece importante que las repercusiones que pueda tener mi obra individual se conecten con una comunidad. Al fin y al cabo, esa es la referencia implícita de la estructura del tejido: un hilo no puede sostenerse en el espacio sino a través de su interrelación en el espacio”, afirma.
Así, si bien la residencia de seis meses que le permite la Beca Artus-Icpna Wiels le resulta aún incierta a causa de la pandemia, Murillo va acumulando expectativas. “Va a ser mi primera residencia artística, será un contexto muy distinto para poder desarrollar mi obra. Me interesa mucho este encuentro de artistas de diferentes culturas. Hoy, Bruselas es una capital en boga para las artes en Europa. Esta residencia me permitirá reflexionar lo que hice en Estados Unidos y darle más profundidad. La experiencia en el Cusco va a abrirme nuevos horizontes para mi trabajo”, añade.
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Artesanos ayacuchanos rinden homenaje a personal de salud frente a la COVID-19
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