Misterio peruano: ¿Qué hacía una princesa inca oculta en el cuadro del Señor de los Temblores?

Stastny decidió hacer restaurar el lienzo y fotografió el proceso. Como suele ocurrir cuando un pintor reutiliza un lienzo, las capas de pintura de las obras envejecen de manera distinta. La del Señor de los Temblores, visiblemente craquelada, se iba pulverizando. No se necesitaron equipos de rayos X para advertir un rostro femenino tras la cabeza de Cristo. “Imagino que fue algo sobrecogedor, parte de la violencia que da forma a la historia de esta imagen”, nos explica Ricardo Kusunoki, cocurador de la exposición “Los incas. Más allá de un imperio”, abierta en el Museo de Arte de Lima.

En 1982, Stastny dio a conocer la pieza a la comunidad histórica. Doscientos años después, la mirada de Manuela Tupa Amaro volvía a escrutar al observador. Décadas después, tras la muerte del estudioso, el cuadro se convertiría en una obsesión para la historiadora Natalia Majluf, cuando el cuadro fue adquirido por el MALI gracias al patronazgo de Petrus y Verónica Fernandini.

A diferencia de otros retratos coloniales cuya información se ha perdido, aquí los datos de la mujer podían leerse en la misma obra. Manuela descendía de Felipe Tupa Amaro, último inca de Vilcabamba, y estaba casada con el criollo Bernardo de Betancur y Hurtado de Arbieto.

Como señala Kusunoki, en la imagen todo resulta codificado: la pose del personaje, su vestuario y los escudos de armas que le acompañan validan el linaje tanto de la retratada como de sus descendientes.

Gracias a las actuales investigaciones, de Manuela sabemos mucho más de lo que informa su retrato. En la profusa documentación que Natalia Majluf encontró en el Archivo Regional del Cusco, la retratada declara que, a pesar de su noble origen, se había “casado pobre” y que se encontraba “enferma de enfermedad corporal”. Para el curador Kusunoki, es rarísimo encontrar un caso en que un cuadro y un expediente nobiliario de la misma época tengan una relación directa.

Manuela (la mujer de la pintura) descendía de Felipe Tupa Amaro, último inca de Vilcabamba, y estaba casada con el criollo Bernardo de Betancur y Hurtado de Arbieto.

“En el archivo cusqueño hay mucha documentación sobre la familia Tupa Amaro”, añade el curador. Esta abundancia de papeles se explica por un famoso pleito, sostenido a mediados del siglo XVIII, entre los hijos de Manuela con José Gabriel Condorcanqui, futuro Túpac Amaru II, por la propiedad del marquesado de Oropesa, título nobiliario concedido por la corona española a Beatriz Clara Coya, hija del último inca, que implicaba la posesión de ricos territorios. Empero, tras fallecer Beatriz en España, el marquesado quedó vacante y era objeto de largas disputas de la élite indígena, que afirmaba ser su descendiente.

Pero más allá de la identidad del personaje y del propósito con que fue pintado, ¿por qué se le ocultó detrás de una estampa religiosa? La respuesta tendría que ver con aquel proceso judicial. En efecto, en 1780, tras el sangriento develamiento de la rebelión indígena liderada por José Gabriel Condorcanqui, la Corona española cuestionó los privilegios tradicionalmente asignados a la nobleza indígena. “No sabemos cómo fue el proceso tras la rebelión, pero en los documentos coloniales dan cuenta explícita de la orden de destruir toda representación de los incas y de sus descendientes”, explica Kusunoki.

Según escribe Natalia Majluf, probablemente por esas fechas, la figura de Manuela, a pesar de ser de una familia opositora de Condorcanqui, tuvo que ser cubierta con la imagen del Señor de los Temblores. “Rebelarse contra el rey era considerado el crimen mayor. El hecho de que Túpac Amaru II se proclamara inca reafirmó una paranoia ya existente entre las autoridades coloniales”, advierte Kusunoki.

Para las élites indígenas, debió haber sido muy difícil deshacerse de los símbolos que daban cuenta de sus privilegios. La dificultad para encontrar hoy retratos de la nobleza inca nos habla de aquella destrucción masiva. Quiso el destino que la imagen de Manuela Tupa Amaro, travestida como telúrico culto, sobreviviera para contarnos su historia.