Aunque lo suyo siempre fue la pintura, un viaje a México lo llevó por caminos impensados del arte. Oswaldo Sagástegui (87) es uno de los integrantes de la llamada generación de oro de la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú (Ensabap). Egresó en 1959 junto a Tilsa Tsuchiya, Alberto Quintanilla, Gerardo Chávez, Milner Cajahuaringa, Enrique Galdos Rivas y Alfredo González Basurco, dejando un extraordinario legado plástico. En aquel tiempo, su pasión por el color era más que desbordante pero su destino, además de establecerlo en tierras foráneas, hizo que cambiara los pinceles por el blanco y negro de los lápices. Llegó por primera vez a México en 1964 para una exposición y cuatro años después -gracias a su hermano Marino, con quien compartía el talento para el dibujo- empieza a trabajar como caricaturista en el periódico Excélsior, actividad que le trae consigo reconocimiento y también la tranquilidad económica que nunca conoció en el Perú. Desde entonces y por más de 30 años la sátira y el humor fueron una constante en su vida. Este año la Ensabap le hizo una invitación, a manera de homenaje, para dar a conocer más de su prolífica labor. El resultado de esas conversaciones es “Memorias dibujadas”, exposición con 150 caricaturas, entre personajes y sucesos que marcaron la historia mundial.
"Yo siempre le digo a todos que soy tres veces peruano: nací en los andes, en Huánuco; me crie en la selva del Amazonas; y luego vine a la costa y me formé en Lima. ¿Cuántas personas pueden decir lo mismo? Lo peruano no me lo quita nadie".
Las ilustraciones que se exhiben en dos salas del Centro Cultural de la Ensabap son solo una pequeña muestra de las más de 10 mil que el autor ha creado a lo largo de su trayectoria periodística. Entre los trabajos de Sagástegui destacan los retratos a figuras literarias de la talla de Gabriel García, Márquez, Julio Cortázar, Octavio Paz, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa. Otros pertenecen a políticos del siglo XX como Fidel Castro, Ronald Reagan o Margaret Thatcher también publicados en Europa y Estados Unidos. La revolución islámica liderada por el ayatolá Ruholá Jomeini, la guerra de Irak, el escándalo sexual en la Casa Blanca que involucró a Bill Clinton o la histórica visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, son algunos de los acontecimientos que reflejan sus dibujos. “Para mí ha sido una sorpresa maravillosa que mi escuela me haya recordado porque lo fue todo para mí”, confiesa el emocionado artista. Esta es la primera vez que las ilustraciones del huanuqueño pueden verse en Lima. Su última exposición pictórica en la capital peruana fue en la desaparecida galería Camino Brent, hace 25 años.
—¿Qué recuerdos tiene de sus compañeros de la promoción del 59?
En realidad, ese grupo del que todos hablan se fue formando poco a poco. Sé que, junto a Chávez, Galdos Rivas y Quintanilla somos los que quedamos con vida. Pero no entramos todos juntos a la escuela. Yo por ejemplo entré en el 52 y Tilsa se reintegró en el 55. Chávez apareció después. Pero en el 56 más o menos ya estábamos todos. Participamos en los cambios de enseñanza de la escuela que, como decirlo, era muy académica. Nosotros, a través de un movimiento estudiantil, luchamos porque llegue la modernidad y por modificar el sistema de enseñanza. Cuando se da lo del movimiento se cambia de director. Llega Juan Manuel Ugarte Eléspuru y se empiezan a impartir conceptos del arte moderno, que para nosotros era chino. Pero el promotor de todo fue el maestro Ricardo Grau.
—¿Por qué decide ir a México cuando su carrera como pintor resultaba más que prometedora?
Cuando egresé tuve algunos trabajos en Panamericana y la revista Extra, donde compartí con Mario Vargas Llosa. Pero mi objetivo era llegar a Europa, así que me fui en barco a Roma. Pero allá tuve un problema de identidad artística, de conceptos. Empiezo a tener un desencanto de la pintura y a tener problemas económicos. Como era la época de la postguerra la situación no era muy buena. Fui invitado a una exposición en la ciudad de México en el 64. Regreso a Lima por un problema familiar y me quedo dos años aquí, en los que enseñé en Bellas Artes durante dos semestres.
—¿Es cierto que fue su hermano quién lo anima a dibujar en medios mexicanos?
En esos años mi hermano Marino ya era un famoso caricaturista en México. Él me dio la idea de hacer algunos dibujos en la página de deportes del periódico Excélsior para ganar algo de dinero. Allí estaba yo cuando llega la desgracia del 2 de octubre de 1968, la matanza de los estudiantes en la ciudad de México. Las olimpiadas también estaban a punto de empezar. Uno o dos días después de esas muertes, el encargado de la página 7, que era editorial, desaparece no sabemos por qué. En ese momento los directores se dieron cuenta que ni él ni mi hermano Marino tenían suplentes, así que como ya sabía dibujar me contrataron, pero sucede que yo no tenía idea de donde estaba parado. No sabía ni de historia ni de política mexicana, ni del humor ni lenguaje popular. Allí empieza mi historia. Mi objetivo seguía siendo la pintura, pero seguí en el periódico hasta que llegué a ser el ilustrador titular.
—Retratar a personajes políticos y sucesos controversiales le debe haber traído más de un problema. ¿Recuerda alguno en especial?
Como en esos tiempos no había libertad de prensa en México, yo era muy sutil en mis caricaturas, pero algún candidato presidencial y un alcalde quisieron intimidarme. En realidad, recibía amenazas casi todos los días, me mandaban anónimos con insultos. Pero fue en 1976 durante el gobierno de Luis Echeverría Álvarez que las autoridades toman las instalaciones del Excélsior. Pensé en regresar al Perú, pero acababa de nacer uno de mis hijos y de comprar una casa que aún no terminaba de pagar. Tenía que quedarme, fue un tiempo de mucho temor porque el gobierno amenazaba y golpeaba a periodistas. Ahora se puede decir lo que uno quiera.
—Aunque su carrera como caricaturista ha sido muy prolífica, debe tener algunos dibujos preferidas.
Hay una que hice y me encanta, es de Ronald Reagan, que siempre me pareció un tipo de mente cuadrada. Él está frente al mundo, lo quiere copiar y agarra un compás, pero lo que le sale en vez de un círculo es un cuadrado. Otra del papa Juan Pablo II corriendo el mundo y que hace referencia a su histórica visita a Cuba. O la de Clinton abriéndose el saco tras la noticia de su escándalo sexual. Tengo también una caricatura de mí mismo en la que me persigue un perro que representa a la autocrítica. Yo trato de ser objetivo, aunque llegar a serlo es una utopía. La autocrítica ha sido una herramienta en mi vida en general. Siempre me está persiguiendo, nunca me deja tranquilo.
De regreso a la pintura y sus lazos con el Perú
Como caricaturista periodístico, Sagástegui ha presenciado los grandes eventos del mundo y a conocido a muchos políticos, incluso cuenta que llegó hasta a la Casa Blanca y a la Plaza Roja. Pero además de sus aplaudidas ilustraciones, sus obras pictóricas son muy valoradas en el exterior y están en diversas partes del mundo. En “Memorias dibujadas”, pueden verse solo tres de ellas. ¿Por qué no se hizo una exhibición conjunta de sus cuadros? “No pude traerlas -responde Sagástegui- debido a las malas relaciones entre México y Perú que complicaron las cosas. Además, algunos coleccionistas no las prestaron por un tema de seguros”.
—Usted dejó el periódico Excelsior en 2002, para entonces ya había vuelto a pintar. ¿Cómo se da este proceso tan singular?
En 1964, la primera vez que estuve en México, conocí a muchos artistas por la muestra que tuve. Pasaron 18 años y no había vuelto a pintar ni había visitado museos ni galerías como si la pintura nunca hubiera existido para mí. Era como una defensa sicológica. Por ese tiempo me encontré con Manuel Felguérez, un respetado pintor mexicano que me reconoce y me pregunta cuándo llegaste. Se sorprendió al saber que vivía allí y me insistió en que debía volver a pintar, porque decía que era muy bueno. Me despedí, pero me quedé pensando en eso, así que decidí intentarlo, compré todo lo que necesitaba y nada.
—Pero no se rindió.
Habían pasado casi 20 años desde que pinté por última vez y descubrí que había perdido la relación entre la cabeza y la mano. El óleo que era como mi sangre no estaba en mí, había desaparecido. Intenté dos años y nada. Pensé que tal vez necesitaba del ambiente de la pintura y me matriculé en estos cursos para señoras domingueras, tampoco pude. Cuando ya estaba a punto de desistir descubrí el color pastel y unas manchas que me gustaron, empecé a trabajar día y noche. Soñaba millones de colores como si fueran un pozo de petróleo que revienta. Así que cuando me jubilé nunca más hice una caricatura. Volver a pintar ha sido maravilloso para mí.
—¿Por qué nunca regresó a vivir al Perú?
Mi sentimiento peruano nunca ha desaparecido, yo siempre le digo a todos que soy tres veces peruano: nací en los andes, en Huánuco; me crie en la selva del Amazonas; y luego vine a la costa y me formé en Lima. ¿Cuántas personas pueden decir lo mismo? Lo peruano no me lo quita nadie. Algunos dicen que nunca debí haberme ido y han insinuado que ya no soy peruano. La verdad, es que siempre contemplé la posibilidad de volver, pero había algo en lo que no había pensado. No es lo mismo cambiar de vida a los 30 que a los 50 o 60. En unos años cumpliré 90, mi vida está allá, mi familia, mis hijos, mis nietos, he echado raíces en México.
—En retrospectiva, ¿cómo evalúa su vida fuera del país?
Si mis sentimientos son peruanos, no hay nada de qué arrepentirse. Ahora, sé que si yo me hubiera quedado en Lima, pintando, estaría sin duda en otro nivel artístico. El curador de arte Juan Acha ha definido mi obra como “hiperilusionismo”, porque tiene mucho color y efectos ópticos. Pero yo me defino como pintor abstracto con mentalidad de pintor figurativo.
Lugar: Centro Cultural de Bellas Artes. Dirección: Jr. Huallaga 426, Centro Histórico de Lima. Horario de visitas: Hasta el 28 de abril. De lunes a sábado de 10 a.m. a 6 p.m. Ingreso: libre.