En Perú si alguien tiene suerte lo meten al colegio, nos dice Víctor Sanjinez García al otro lado del telefónica. Por la diferencia de husos horarios en su nueva ciudad, Hong Kong (China), él vive 13 horas en el futuro. Llegó a este sitio de idioma y cultura ajena hace año y medio para trabajar como infografista en el South China Morning Post, tal vez el diario más importante del este de Asia. Hablamos del colegio porque es allí donde a los niños se les pide dibujar, algo que hacen con gusto; los círculos y garabatos ayudan a que la mano se acostumbre a trazar las letras. Sin querer, este proceso desarrolla en el niño la creatividad, a comprender que el lápiz contiene multitudes de imágenes, de mundos.
“En un momento se rompe esta mística, de que aprendes a escribir y te olvidas toda esta idea que tuviste antes. Y hay gente que de pronto, como yo, tiene la idea de seguir pintando y vas a mejorar, ya tienes más edad y no van a ser simples garabatos, sino que ya tienen intención, hasta que cuando uno sea más grande y le toque sobrevivir, uno lo tiene como un regalo”, dice el artista arequipeño, orgulloso de vivir de lo que ama. Por su trabajo en el país asiático ha ganado de manera reciente el premio de oro y plata por diseño de la Sociedad para el Diseño de Noticias, además del premio a Mejor diseño de página en los Hong Kong News Awards.
Antes de su aventura china trabajó en el diario mexicano Contra Réplica, en el argentino La Nación. Y en El Comercio de Perú. Su paso por el Decano no fue fácil, cuenta mientras allá es de noche; él venía de hacer solo ilustración y encontró muy retador el trabajo de las infografías. Pensó que no duraría un año; se terminó quedando ocho.
“Antes de entrar a El Comercio estaba en la universidad y hacía caricaturas en vivo con Carlos Galdós en canal 5, y hacía todo lo que tenía que ver con dibujo. Me gustaba pintar. Ya cuando me contratan de El Comercio fue específicamente para ser infografista, pero lo que querían hacer era hacer una mezcla de infografía con ilustración. Cuando empecé a hacerlo fue horrible, sufrí muchísimo los primeros meses. Sentí que no servía para infografía, que no había hecho antes; eso se aprende en el campo, por eso siento que El Comercio fue como mi escuela”, sostiene el ilustrador que también se considera un periodista visual.
En este Diario, así como el asiático, usa la imagen para contar historias. “En la ilustración me sentía como pez en el agua”, dice, pero con la infografía tenía que dejar la subjetividad de lado para trabajar con la realidad, con la información. Ahora se gana la vida en uno de los diarios que más importancia le da en el mundo a la narración con imágenes, que dicho sea de paso fue un referente para su trabajo durante años.
¿Cómo es trabajar allá a comparación de Perú? Mientras aquí las redacciones pueden ser muy animadas y hasta ruidosas, allá reina el silencio producto de lo que Sanjinez llama eficiencia; el precio es menos contacto humano, incluso entre personas que trabajan una cerca de la otra. “Aquí a la hora que entras te pones a trabajar y no te levantas salvo para ir a tomar agua o para algo. Y tenemos por ahí un billar, pinball o Nintendo. Vas a pasar el tiempo allí y regresas, así como robot. Pero no hablamos dentro de nuestros escritorios cercanos con la persona de al lado, los televisores no tienen volumen. Todo es silencio. [Con] eso estoy aprendiendo a lidiar”.
A continuación, la entrevista completa:
― ¿Cómo te sientes con tantos reconocimientos?
Evidentemente me alegra, y a veces el día a día te consume y como que no le das la sensación que corresponde. Pero creo que eso me pasa porque quien lo recibe siempre es mi yo de cuando tenía diez años. Y creo que no soy la única persona a quien le pasa. A esa edad yo siempre he tenido ese ego muy soñador, y más aún en la situación en la que yo vivía: sin padre, solamente con mi madre haciendo muchos esfuerzos para sacarnos adelante. En medio de todo eso siempre me ha gustado dibujar. Imagínate ahora recibir estos premios en lugares tan lejanos, premios tan importantes. Creo que el hecho de recibirlos, como un chico de diez años, multiplica la emoción.
― ¿Qué es lo que estos premios de Asia valoran en cuanto al contenido visual infográfico que has estado haciendo?
En el caso de la SND, en los premios oro y plata ellos ponen la apreciación del jurado, que dicen por qué le dan este premio. Y dicen cosas muy bonitas: les gusta la composición del color, la composición en sí o la poesía visual. Uno valora la composición, otro el flujo visual, otro el cómo se cuenta la historia.
―Me llama la atención que uno de los jurados hable de poesía visual. ¿Tu sientes que tu trabajo es así, que tienes que ser un poco poeta del lápiz?
De hecho, yo creo que sí tiene que ver con la poesía o por lo menos con la melodía. Yo toco la guitarra, me gusta cantar (que es distinto a saber cantar). De algún modo lo relaciono con la melodía cuando es armoniosa, sinuosa, melódica. Llevado a las palabras es como poesía, y llevado a la gráfica trato que vaya por ese rumbo. Es cómo trabajo el color, las líneas, el claroscuro, los espacios en blanco. Y eso tiene que ver con composición.
―Todos dibujamos de niños, en el colegio. A algunos nos gusta, pero no todos terminamos convirtiéndolo en una carrera. ¿Qué te llevó a que pasaras de este dibujo que todos hacen a que sea algo profesional en tu vida?
A todos los que tenemos suerte en Perú nos meten al colegio a leer, estudiar y ser alguien en la vida. Si entras al kínder, antes de escribir, enseñan a hacer garabatos: círculos, culebritas. Y esto un poco tiene que ver con la idea de preparar tu mano para luego aprender a escribir. Pero sin querer desarrolla en el niño una parte creativa. En un momento se rompe esta mística, de que aprendes a escribir y te olvidas toda esta idea que tuviste antes. Y hay gente que de pronto, como yo, ha seguido con la idea de seguir pintando y vas a mejorar, ya tienes más edad y no van a ser simples garabatos, sino que ya tienen intención, hasta que cuando uno sea más grande y le toque sobrevivir, uno lo tiene como un regalo. Yo puedo vivir en esta sociedad de esa cosa que yo hacía cuando era niño. Y me pagan por eso ahora.
―Cuando pasas de ilustrar a hacer infografías, imagino que tu método de trabajo es distinto, ¿verdad?
Es verdad. Antes de entrar a El Comercio estaba en la universidad y hacía caricaturas con Carlos Galdós en canal 5, caricaturas en vivo, y hacía todo lo que tenía que ver con dibujo. Me gustaba pintar y cosas así. De pronto me salía [trabajo] para hacer la ilustración para un libro. Ya cuando me contratan de El Comercio fue específicamente para ser infografista, pero lo que querían hacer allí era hacer una mezcla de infografía con ilustración. Cuando empecé a hacerlo fue horrible, sufrí muchísimo los primeros meses. Sentí que no servía para infografía, que no había hecho antes; eso se aprende en el campo, por eso siento que El Comercio fue como mi escuela, porque ahí es donde aprendí. En la ilustración yo me sentía como pez en el agua, y de algún modo (ahí) cabía la subjetividad mediante las imágenes. Ya en la infografía tiene que ver directamente con la información, y desde el lado periodístico tiene que ver mucho con hechos y nada de opinión, cero subjetividad. Y por ahí me estaba metiendo a otro mundo. Y como sabrás, las herramientas que te enseñan para ser periodista datan de muchos años. Y me había formado para ser visual y tuve que reconstruirme para ser eficiente en infografía. Finalmente me transformé en periodista visual. Y a diferencia de la ilustración tenía que echar mano y tener bien en mente que todo lo que yo hacía, todas las imágenes, los elementos, colores, líneas, la misma composición no podía dejar nada a la subjetividad.
― ¿Qué tan diferente es trabajar en China que hacerlo en Perú?
Si hablamos desde la parte social, hay mucha diferencia. Yo después de El Comercio he estado en un diario de Estados Unidos y después en México, y de alguna forma tiene un parecido al de aquí, la parte de Asia, de China. Y te digo eso porque en toda esa área occidental los diarios tienen mucho ruido, es como una suerte de fiesta, puedes transitar de una sección a otra haciendo ruido, hay risas, de pronto hay gritos de sección a sección, las pantallas están a full volumen; cuando hay eventos de fútbol y política todos están atentos a las pantallas, por ahí hay gritos, qué se yo. O de pronto por un momento puedes levantarte e ir a la sección de otra persona y hablar de algo que no sea trabajo, luego de pronto irte un rato a comprar un choclo con queso a la esquina, o por un café y regresas. Eso no lo tengo acá. Aquí a la hora que entras te pones a trabajar y no te levantas salvo para ir a tomar agua o para algo. Y tenemos por ahí un billar, pinball o Nintendo. Vas a pasar el tiempo allí y regresas, así como robot. Pero no hablamos dentro de nuestros escritorios cercanos con la persona de al lado, los televisores no tienen volumen. Todo es silencio. Eso estoy aprendiendo a lidiar. Y en la parte del trabajo, todo es muy articulado. No hay problemas con la computadora, si te pasa algo hay como 5 o 6 personas solucionándolo. En ese sentido es exageradamente eficiente.
―El contacto humano es menor.
Sí, pero la parte de trabajo es en todo sentido eficiente. Eso es un poco que yo, buscando la razón de que de pronto porqué no es tan humanista las personas en la calle, en el trabajo, en la tienda, en el restaurante, es porque justamente la eficiencia hace que le quite peso a la parte humana. Una con otra.
―¿Cómo describirías tu tiempo en El Comercio?
Los primeros meses fueron de terror, yo sufría muchísimo. Sentía que no era para eso. Cuando venía alguien de otra sección a pedir un gráfico a mi jefe, sentía que mi jefe me iba a mirar a mi y sufría. Para mí era horrible. Como yo tenía los siete primeros meses de gracia, pensé que no me iban a firmar otra vez el contrato y que me iban a echar. Y de hecho, lo agradecería. Y al final no me echaron, me contrataron indefinidamente, pero luego, ya gracias a que mi nuevo jefe me comenzó a compaginar con ilustraciones, a dar libertad, bajó un poco mi estrés. El tiempo hizo su trabajo también, comencé a aprender más. Ya luego comencé a hacer los trabajos especiales de fin de semana, doble página, una página entera. Y para mi era disfrutar. Yo no iba a trabajar al diario, iba a disfrutar básicamente. Y la pasé muy bien todos esos años que estuve básicamente aprendiendo. Yo aprendí muchísimo en El Comercio.
―¿O sea El Comercio te preparó para el South China Morning Post?
Siempre lo repito. Y además de la gente de infografía, aprendí mucho del trabajo en el diario, cómo es trabajar con los redactores, lidiar con el cierre, ir a entrevistar, ir a buscarme la vida con el tema. Recuerdo cuando fui a un evento de infografías en la Universidad de Navarra en España, vi el trabajo de los alemanes, holandeses, que hacían visualización de datos que era un trabajo más minimalista con los números. Y me dejaban. Tuve suerte también de tener gente con apertura, con visión para no cerrarse a nuevas formas de contar las historias.
―Los diarios impresos están pasando momentos difíciles en todo el mundo, ¿Cómo es la realidad en Hong Kong, donde estás ahora?
Me llama mucho la atención que en occidente sí está pasando, desde antes de la pandemia: el papel está amenazado. Hay diarios que han pasado del papel a ser enteramente online. El South China Morning Post trabaja como los periódicos importantes de occidente, de EE.UU. y Alemania. Primero trabajan primero la parte online, luego de eso ya pensamos en papel. Nosotros tenemos nuestro espacio que sale todos los lunes, que es la parte de atrás del diario, y podemos hacer lo que queramos allí. Luego lo online lo convertimos al papel. Se trataba en dual. Y el papel, también como El Comercio, es el diario más importante de esta área. Todavía se trabaja con suscripciones, todavía se vende el papel en las calles. Si sabes, Hong Kong es la ciudad que maneja mucho la parte comercial; los bancos, como lo es Nueva York en occidente. Aquí está la bolsa. Quienes consumen el SCMP son justamente la gente que trabaja en los bancos, los comercios. En ese sentido hay entradas (de ingresos). El último consumidor del SCMP es en el quiosco, para la gente. Pero la suscripción gruesa del diario es la gente de los bancos.