“Una historia de fantasmas” (2017), de David Lowery, no se estrenó en el Perú. Sin embargo, sí se estrenó su cinta anterior, “Peter y el dragón” (2016), así como la última realización de Lowery, “Un ladrón con estilo” (2018) –ambas comentadas en su momento en esta columna–. Pues bien, felizmente hace poco ha ingresado a la plataforma de Netflix “Una historia de fantasmas”, probablemente el mejor filme de su autor.
El título es una renuncia a la intriga. Veremos fantasmas, sí, pero el título original (“A Ghost Story”) es más sugerente aún, porque puede significar “Una historia fantasma”. Todo parte de un hecho trágico: tras unos momentos en los que vemos a Casey Affleck y a Rooney Mara interpretar a una joven pareja que se prodiga cariño y amor, hay un corte abrupto y lo vemos a él ensangrentado, al volante de un automóvil siniestrado.
Lo que viene después, más que una historia, es un prodigio visual y a la vez metafísico: el cadáver que yace bajo una sábana blanca en la morgue se incorpora junto con el manto como cobertura, una que no deja ver nada más que dos agujeros negros que hacen de ojos no humanos. Lo que vemos es un espíritu, un espectro, el alma de Casey Affleck. O, más prosaicamente, un típico fantasma.
Los efectos especiales de Lowery acá, salvo algunas secuencias puntuales, son artesanales, manuales, hechos de pura fotografía y de una concepción del movimiento y el espacio –todo lo contrario a la técnica digital que utilizó con la casa Disney para su “Peter y el dragón”, por lo demás, una cinta lograda y bella a su manera “clásica”–. Lo que cuenta es la sábana blanca deambulando, mirando, nunca vista salvo por nosotros.
En efecto, nosotros, los espectadores, vemos junto con el fantasma pero sin ser vistos por nadie. La naturaleza voyeurista del cine siempre fue una naturaleza espectral, con la verdadera vida detrás de la pantalla. Eso se replica con esta presencia blanca pero incorpórea, y que logra fusionar dos dramas: el drama de “ver” a la persona amada –mujer que está en otro mundo, el de los vivos–, y el de existir sin ser visto.
Rooney Mara, por su parte, es esa chica bella pero arisca; hermética pero comprensiva. Ella pasará por el sufrimiento de la pérdida y luego retomará su vida. Pero para nosotros todo es sordo, casi mudo. De alguna manera, este es un filme sonoro y musical, pero que juega a ser mudo. Lowery fabrica una experiencia de pura observación, donde lo que dicen los demás es un ruido de fondo, un escenario hablado, un puro rumor.
Una excepción a ese hablar como ruido es el monólogo filosófico de un personaje que integra una fiesta en la casa donde el espectro está atrapado. Porque Rooney Mara ya dejó el hogar y solo queda, para el fantasma, ver a las distintas familias y personas que la ocupan, lo que agudiza su malestar y sufrimiento. En medio de ese tráfago, se destaca ese monólogo casi pascaliano, que habla de la ínfima pequeñez y fugacidad de lo humano.
Lowery elude la narrativa lineal. Privilegia, en cambio, un montaje que multiplica y amplifica los tiempos, que permuta el pasado de los primeros colonos ingleses asediados por los indígenas, con el futuro de las corporaciones de rascacielos que parecen borrar cualquier afecto. Y el fantasma permanece allí, marcado por una condena o por su voluntad de no irse. En medio, imágenes a la sombra atravesadas por racimos de luces encendidas que parecen dar vida, colores nuevos y asombrosos. Por todo eso y más, este quizá sea uno de los filmes norteamericanos más importantes de la última década.
LA FICHA
Título original: “A Ghost Story”.
Género: drama, fantasía.
País y año: EE.UU., 2017.
Director: David Lowery.
Actores: Rooney Mara, Casey Affleck, Liz Cardenas.
Calificación: ★★★★★.