Emilio Echevarría interpreta en la película a El Chivo, un asesino a sueldo con un misterioso pasado.
Emilio Echevarría interpreta en la película a El Chivo, un asesino a sueldo con un misterioso pasado.
Rodrigo Moreno Herrera

Antes de empezar el rodaje de la serie “Detrás del dinero” en 1995, se prometió a sí mismo que ya no pondría más excusas para no hacer una película. “Si consigo armar una sola escena veraz, el siguiente paso será un largometraje”, pensó. Al ver el resultado hubo una secuencia de cinco minutos que lo convenció. Mucho después, en el 2019, confesó que tras revisarla de nuevo en YouTube no entendía cómo le pudo gustar tanto en el pasado. Quizá las ganas de emprender su ópera prima o su inexperiencia lo sugestionaron a mitad de los noventa, pero a partir de ahí empezó a gestarse “Amores perros”, un punto de quiebre para el cine latinoamericano que este año celebra su 20 aniversario.

El filme narra tres historias de diferentes clases sociales que convergen en un accidente cuya resonancia en sus vidas será trascendental. Hace unas semanas, Iñárritu pidió a quienes aún no han visto la cinta que esperen el lanzamiento, a fines del 2020, de la versión remasterizada. Según explicó, desea que los jóvenes tengan una experiencia acorde a las exigencias actuales. La generación que ya conoce esta obra probablemente no necesite de un ajuste tecnológico para apreciar sus méritos. No obstante, sin importar la edad, puede que varios no conozcan la suma de decisiones arriesgadas detrás de su éxito.

HORA DE UN CAMBIO

Iñárritu opina que para cualquiera es fácil aprender de lenguaje cinematográfico y de registro de imágenes en movimiento. Lo complicado es hacer del cine una obra de arte. “La batalla está dentro de uno mismo y eso no se aprende”, suele decirle a los aspirantes a cineasta. El cargo de consciencia al liderar una producción lo heredó de Ludwik Margules, un profesor de teatro que le inculcó la responsabilidad del director como cabeza de una pieza artística.

Se embarcó en la realización de “Amores perros” junto al equipo con el que había hecho comerciales publicitarios durante diez años. De hecho, le iba bastante bien con su productora Z Films, la cual fundó junto a Raúl Olvera. El problema es que poco a poco dejaba de lado la creatividad para centrarse en la conducción de su empresa. Al advertir esta situación, Alejandro frenó de forma abrupta para cumplir su sueño.

Y era un sueño porque desde su etapa universitaria fue consciente de que el cine no era un oficio accesible a todos. En los ochenta, al igual que sus compatriotas Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, estaba decepcionado del cine mexicano. Unos cuantos directores recibían los premios de financiamiento para filmar y las oportunidades para los nuevos valores eran mínimas. Sin embargo, a fines de siglo, la caída del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la contienda electoral marcó la pauta de una renovación en distintos sectores, incluido el cultural.

Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón (Foto: AP)
Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón (Foto: AP)

UN RODAJE ACCIDENTADO

En “El renacido” (2015), con Leonardo DiCaprio, Iñárritu tuvo un presupuesto de aproximadamente 60 millones de dólares. Una cifra muy por encima de los 2 millones 400 mil que costó “Amores perros”. Pero en el año 1999, invertir esa cantidad en un debut cinematográfico era muy arriesgado, por decir lo menos. Los productores Francisco González, Raúl Olvera y Pelayo Gutiérrez estaban alarmados con las cuentas porque tenían previsto un gasto total de un millón de dólares.

Dada la complejidad de la trama, el despliegue de recursos tan ambicioso no suena demasiado ilógico ahora. El escritor Guillermo Arriaga planteó desde el guion la construcción narrativa que se observa en la edición final. La multiplicidad de personajes y la cantidad de perspectivas supuso un reto que el equipo de producción supo afrontar con minuciosidad, pues se utilizó un detallado storyboard con una propuesta visual clara para no perder ni un minuto en el set. El trabajo de Arriaga tuvo tantos elogios que no tardaría en despegar su carrera internacionalmente. Al día de hoy, han dado vida a sus textos estrellas como Tommy Lee Jones, Jennifer Lawrence, Brad Pitt, Naomi Watts, Cate Blanchett, y muchos más.

La puesta en escena fue extenuante para cada integrante de la película. Por un lado estaban las apasionadas exigencias del director, como cuando les pidió a Gabriela Diaque y Brigitte Broch, encargadas del vestuario y el diseño de producción, impregnar la escenografía con un olor que reflejara la crudeza de la trama. Y por el otro estaba el peligro de ser víctimas de la delincuencia. Las locaciones escogidas no solo eran visualmente acordes al ambiente lumpen que se quería retratar. Los técnicos y asistentes fueron atacados varias veces, al punto de pedirle a una de las bandas que les robó que los protegieran de más asaltos. De esa misma pandilla sacaron a los extras para las escenas de peleas de perros.

Gustavo Sánchez Parra da vida a El Jarocho, rival de Octavio en las apuestas.
Gustavo Sánchez Parra da vida a El Jarocho, rival de Octavio en las apuestas.

A propósito de esto último, los fragmentos de la cinta en torno a los enfrentamientos entre canes fueron motivo de polémica. Pese a que al inicio de la película aparece un mensaje para resaltar que ningún animal resultó herido durante el rodaje, diversas organizaciones cuestionaron el realismo de las secuencias. A raíz de ello, Iñárritu aclaró que se trató de un artificio de edición, ya que los perros fueron grabados mientras jugaban.

Pero nada de lo anterior se comparó a la filmación del nudo argumental de las tres historias de “Amores perros”: el accidente de tránsito. Fue lo más difícil de organizar porque tenían una sola oportunidad de grabar. Una proeza técnica dentro del estándar de la industria latina. Tenían a su disposición nueve cámaras. Ensayaron tanto que empezó a irse la luz del sol. La gente se amontonó alrededor y eso exacerbó la presión. Peor aun cuando un taxista se negó a mover su Volkswagen estacionado a unos metros del cruce de avenidas donde ocurre la acción. Le explicaron que tenían un permiso especial y que era necesario despejar el lugar por prevención. Incluso así se rehusó.

Alejandro Vásquez, responsable de los efectos especiales, había colocado un maniquí en uno de los autos para simular la presencia de la actriz Goya Toledo. Ambos carros estaban automatizados para que pudieran ser maniobrados por control remoto. A Iñarritu le preocupaba que Emilio Echevarría, quien interpreta a El Chivo, resultara herido por estar cerca del choque. Por fortuna, no hubo contratiempos con ninguno de los actores ni con los curiosos de la zona. El único que no estuvo contento al final del día fue el dueño del taxi mencionado líneas arriba: uno de los coches continuó su marcha a 90 kilómetros por hora y lo estrelló.

EL SALTO A HOLLYWOOD

Algunos miembros del elenco tenían ya una amplia trayectoria como Emilio Echevarría, Adriana Barraza (la madre de los conflictivos hermanos Octavio y Ramiro) y Álvaro Guerrero (Daniel, el ejecutivo que deja a su familia para mudarse con una modelo). Otros comenzaban a sobresalir en el cine y la televisión como Vanessa Bauche, Humberto Busto y la española Goya Toledo. Aunque sin duda el mayor espaldarazo tras el éxito de “Amores perros” lo recibió Gael García Bernal.

En 1992 tuvo su primer protagónico en la telenovela “El abuelo y yo” a los 14 años. A pesar de que su interpretación fue bien recibida por la audiencia, posteriormente no tuvo suerte en obtener más papeles principales. Varios años asistió a castings de comerciales para tentar opciones que le dieran visibilidad a su trabajo. Así cayó en la mira de Z Films en 1995.

Iñárritu recuerda que conoció a Gael en un corto publicitario. Su primera impresión sobre él cambió cuando Rodrigo Prieto apuntó la cámara a su rostro. “¿Ves eso? Sus ojos se ven púrpuras con el filtro. Como que tiene cara de lobo, ¿no? Qué buena cara”, le dijo a Prieto. A su mente vino la película “El samurái”, en la que bastaba la presencia de Alain Delon para llenar la pantalla. “Este wey es como el samurái”, remarcó emocionado. Esa ambivalencia de rasgos que denotaban viveza e inocencia a la vez le pareció una expresión muy representativa de su país. Por ello lo tendría presente años más tarde para asignarle la misión de interpretar a Octavio, un muchacho que se inicia como apostador con el objetivo de reunir suficiente dinero para fugarse con su cuñada.

Gael García Bernal durante una escena de "Amores perros".
Gael García Bernal durante una escena de "Amores perros".

Entre tanto, el director de fotografía Rodrigo Prieto y el compositor de la música original Gustavo Santaolalla se afianzaron en la élite de sus rubros. Para alcanzar esa textura particular de los fotogramas de la cinta, Prieto echó mano de práctica prohibida en Estados Unidos por los residuos químicos que generaba. Se trata de la remoción de plata del material. Antes de los filtros de Instagram, no había nada parecido para lograr una coloración similar. También puso de moda la trajinada cámara en mano. Con esta técnica le dio intensidad a la historia y facilitó el trabajo en la isla de edición. Más adelante demostró que no era casualidad su pericia. Quedó evidenciado en “El irlandés” de Martin Scorsese, su más reciente encargo.

Por su parte, Santaolalla ya era un reconocido productor musical radicado en Los Ángeles en los noventa. Su relación con el cine no era tan estrecha por ese entonces. Apenas una canción suya había sido utilizada en el filme “The Insider” y eso era todo. Fue con “Amores perros” que se vincularía al séptimo arte y no lo soltaría más. En 1999 fue visitado por González Iñárritu, quien cargaba una lata con su ópera prima y muy poco dinero para la mezcla de sonido. El primer corte había sido editado con la música de “París, Texas” de Wim Wenders. Gracias a los contactos de su etapa como conductor radial en WFM, el cineasta convenció a Julieta Venegas, Café Tacvba, Control Machete y Moenia para que compusieran temas exclusivos para la película, pero faltaba una instrumental a secas. Fue suficiente para Santaolalla ver media hora de la cinta para que aceptase ser parte del proyecto. Sería el punto de partida de su periplo en Hollywood, un camino que incluye incontables satisfacciones y dos Óscar por “Secreto en la montaña” y “Babel”.

RETRATO VEROSÍMIL

Cuando se estrenó “Amores perros” en el año 2000 en festivales extranjeros, los embajadores mexicanos no salían muy satisfechos de las salas de proyección. Incluso un par de ellos la criticaron, como los cónsules en Francia y Japón, quienes se quejaron de que no había postales de Ciudad de México. Eso se debió a que Iñárritu quería, en términos simples, reproducir de manera sensorial el espacio descrito por Arriaga en el guion. Es decir, no le importaba retratar la capital per se, sino el espacio marginal en el que se desarrollan las historias.

Si bien no ganó el Óscar a Mejor Película Extranjera –estuvo entre las cinco finalistas–, su estética descarnada y la profundidad que imprimió en sus personajes le hizo merecedora de un lugar privilegiado en la historia del cine. Dio cátedra de realismo urbano en la pantalla grande y dejó una estela que al día de hoy sigue siendo revisada por la generación siguiente de cineastas.

DOSIS DE REALISMO PERUANO

En el Perú, como antecedentes en el cine de realidades subalternas en la ciudad se podría mencionar a “Maruja en el infierno” o “Caídos del cielo”, ambas de Francisco Lombardi. En paralelo, el realismo urbano se desarrolló con mayor eficacia en la literatura durante la segunda mitad del siglo XX. “Domingo en jaula de esteras” de Enrique Congrains Martin, “Los inocentes” de Oswaldo Reynoso, “La casa del cerro El Pino” de Óscar Colchado o “Un muerto en Cocharcas” de Fernando Iwasaki son algunos ejemplos. Después de “Amores perros”, la senda sería más clara para el planteamiento estético frente a cámaras. Solo teniendo en cuenta la última década encontramos los filmes peruanos “Pasajeros” de Andrés Cotler, “Cuchillos en el cielo” de Chicho Durant, “El evangelio de la carne” de Eduardo Mendoza, “Magallanes” de Salvador del Solar o “Rosa Chumbe” de Jonatan Relayze.

Sea directa o no la influencia de la obra de González Iñárritu, lo cierto es que su labor no solo redefinió los parámetros del realismo, sino que abrió paso para que más realizadores latinos ingresen a la competitiva industria norteamericana. Luego de conseguir el Óscar como Mejor Director dos temporadas consecutivas por “Birdman” y “El renacido”, la valla parece insuperable de cara al futuro pero, con lo que ha demostrado, seguramente estará a la altura de las expectativas.

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