“La animación es cine, no es un género. La animación está lista para ser llevada al siguiente nivel. Estamos todos listos. Por favor ayúdennos. Mantengamos la animación dentro de la conversación”, dijo a inicios de año Guillermo del Toro al recibir el Oscar a Mejor película animada por “Pinocho”. Pero hacer animación requiere animadores, gente que dedique su vida y, cuadro a cuadro, produzca un corto, una serie o una película para contar esa historia que no podría decirse de otro modo.
En Chile esto lo saben. El vecino país lleva décadas impulsando este arte que es industria y por el que, en 2016, ganó el Oscar a Mejor cortometraje animado por “Bear Story”, que cuenta una versión estilizada del drama de las familias separadas por la dictadura de Pinochet. Precisamente el estudio creador del corto desarrolló y lanzó este 2023 un episodio de “Star Wars: Visions”, serie que muestra distintas interpretaciones a la franquicia de ciencia ficción más popular del mundo.
Lo que se hace en el continente puede tener alcance global. ¿Cómo replicar esto en países como el Perú, con una industria incipiente? Hablamos de eso y más con el colombiano Simon Wilches, director creativo de Titmouse, estudio realizador de series como “Star Trek: Lower Decks”, “Big Mouth”, “Agent Elvis”, entre otras. Wilches, personalmente, dirigió los segmentos animados de la serie de Disney+ “WandaVision”, así como la imaginación del personaje Kat en “Euphoria”, quien imagina a dos integrantes de One Direction en una fantasía erótica. Él, quien está en el país por el evento Perú Service Summit 2023 de Promperú, habló con El Comercio sobre lo que le pide la industria a los animadores, por qué el medio es especial, el rol de América Latina y qué necesita el Perú para estar a la par de los grandes de la región.
Semáforo, corto animado de Simón Wilches.
—¿Qué cosas permite la animación, en cuanto a creación, que no te permite otra clase de arte?
Personalmente, la forma en que yo la concibo es un medio que combina la capacidad narrativa del cine con la capacidad plástica de la pintura y de la ilustración. Es un arte que tiene posibilidades infinitas, pero usualmente lo que más vemos son historias para niños. Lo que está pasando hoy en día con el crecimiento de todas las plataformas es que ya se está empezando a explorar todo el potencial de la animación. Uno empieza a ver películas que ya tienen un tono un poco más adulto, series de televisión que tocan temas más complejos de la mente. Y a la vez permite un tratamiento muy único de la estética, como la nueva de “Spider-Man”, que es completamente diferente a, por ejemplo, las “Toy Story” de Pixar. Gracias a esa plasticidad se puede dar un tono único y un tratamiento muy “de autor” a las historias. Ese es el potencial que otras cosas como la televisión o el cine en imagen real a veces no pueden lograr gracias a que ya están grabadas en la fotografía y no en la plástica.
—Y a tu criterio ¿Qué es lo más valioso que tiene un animador para que los estudios lo quieran para sus equipos?
Su punto de vista. Para mí, y sobre todo para mi carrera específicamente, ha sido afrontar la animación desde un punto de vista muy único. Y ese único viene de ser latinoamericano, básicamente. Yo vengo de una ciudad muy pequeña en Colombia y crecí alrededor de una cantidad de influencias indígenas, afrocolombianas, cuestiones políticas que en mi país siempre han estado, y a la vez muy enamorado de la televisión y la animación. Cuando uno empieza a comprimir todos esos elementos en un dibujo, en un en una pequeña secuencia animada, empieza a salir el punto de vista y es inevitable, porque no es como coger una cámara y disparar, sino que se tiene que producir eso con las manos, en 2D en 3D.
—Ahora que mencionas tu experiencia latinoamericana ¿Cómo puede ganar experiencia alguien que viene de un mercado pequeño, digamos Perú, para ser competitivo internacionalmente?
Son dos avenidas. Yo crecí en un tiempo donde internet apenas estaba saliendo, a mí me tocaba ser muy curioso, hacer cacería de las influencias, de software. Los cortos que hoy en día todo el mundo tiene YouTube había que buscarlos en huecos del internet. Cuando yo logré saltar de Colombia a Estados Unidos para hacer una maestría, entré a estudiar con gente de otros países que estaban el triple de avanzados en términos técnicos. Llegué más viejo que ellos y decía “me quedé”. Pero una cosa que no tenían ellos, que habían crecido con una instrucción muy formal y acceso a todos los medios, era hambre que yo tenía, eso hizo que no fuera el último de la camada. Hoy siento que con las redes sociales todo ya está muy a la mano, me preocupa que cuando a la gente le dan todas las respuestas a veces no aprende qué preguntas hacer. Hoy, con el tema de la inteligencia artificial, es aún más. Aparte de estar al tanto de la tecnología y aprender a dibujar, lo principal que tiene de diferenciador un latinoamericano es el hambre y la recursividad, porque uno aprende a funcionar en unos entornos bastante caóticos. Si uno logra volver de eso algo positivo, será la armadura más fuerte que tiene para enfrentarse al mundo.
—Entonces irse de América Latina ya no es la única opción para que el talento local crezca profesionalmente, ¿cierto?
Totalmente. Siempre hay un tema de idioma, hay que tratar de entender inglés. Los lenguajes de la programación y del software, también. Pero obviamente después de la pandemia se volvió muy normal trabajar en remoto. Y muchos animadores lo hacíamos antes de la pandemia, justo ahora estoy tratando con un chileno. Parte de lo que he tratado de hacer desde mi estudio es conectar con muchos artistas latinoamericanos porque hay demasiado talento en Argentina, en Chile, Perú, Colombia. Ahora voy al Summit porque conocí a muchísimos peruanos y para mí fue impresionante, quiero conocer más. Este año justamente me han invitado a varios festivales de animación y me estoy dando cuenta que hay unas industrias súper fuertes formándose en Latinoamérica. Lo que ahora sigue, creo yo, es el tema del punto de vista, que no sean los estudios latinoamericanos contando historias de otras latitudes, sino contando sus propias historias y logrando distribuirlas a un público mundial.
—¿Cómo describirías el trabajo que actualmente se está haciendo en América Latina en cuanto a animación?
Pues yo fui jurado de los Premios Quirino y lo que empecé a ver, en términos de animación es la diversidad. Porque uno ve una cantidad de historias y sobre todo con una ejecución ya de mucho nivel, competitivas internacionalmente y muy ajenas a lo que uno consume más naturalmente. Lo que a mí en realidad me dio esperanza es que hay mucha gente luchando por esa visión de la que hablaba al principio. Es complejo, porque les toca de nuevo coproducir con cuatro o cinco países, lo que hace que las producciones sean más lentas, pero garantiza que las historias estos autores las están contando. Obviamente, esa no la forma que en la que procede mucha gente. Todo el mundo está esperando que llegue un streamer y les compre la historia, pero para atraer a esas plataformas o lugares más comerciales siempre toca sacrificar un poquitico de la visión; que tampoco está mal, son formas de afrontarlo. Pero para mí lo que se está haciendo en Latinoamérica son productos muy diversos tanto en temática como en estilo.
—¿Cómo ha cambiado el streaming, que lleva casi una década en ebullición, los requerimientos hacia los estudios de animación?
Ese es un tema complejo porque fue una oportunidad increíble cuando empezó, rompió la forma de distribuir tradicional. Le agradezco que “educó” a mucha gente en términos de lo de lo que es animación más allá de lo infantil. Uno empezó a ver animación en historias para adultos, para acompañar productos de imagen real. Expandió el vocabulario visual del público tradicional y eso hace que muchos artistas independientes empiecen a llamar la atención dentro de un espacio comercial. También se malacostumbró mucho la forma en que la gente veía y consumía contenido, por el tema de que podían tener toda la serie en un solo clic cuando hacer animación demora y requiere mucho cariño y atención, no se puede producir a la velocidad. Entonces el reto fue que empezó a comprimir un poco los tiempos de producción entonces, empezó a generar como una forma de hacer contenido, digamos, más para YouTube que para un proyecto tradicional. Y ahí hay algo positivo en Latinoamérica, donde nunca hemos tenido presupuestos gigantes y los tiempos infinitos para producir como han tenido otros países. Si en este momento nos enfrentamos a una industria que no es ideal, ¿quiénes tenemos las herramientas para producir con en escenarios?
—Hace poco hablé con un animador que trabaja en Japón y le pregunté algo que se habla mucho en Internet, que cuando ven una secuencia animada excelente es porque le han metido bastante dinero a la animación, y él me contaba que más que el presupuesto lo que importa es tener un equipo talentoso. ¿Ocurre lo mismo en occidente?
Sí, claro. Hay animaciones de autor, que de principio a fin las hace una sola persona, pero hay un dicho: si uno quiere ir rápido va solo, si uno quiere ir lejos va con gente. Yo comencé siendo muy independiente, hacía todo yo, y no fue hasta que convertí en director que aprendí que el potencial solo se magnificaba cuando se trabajar con un equipo de gente; hay gente que sabe diseñar mucho mejor que yo o que puede interpretar mis ideas de una manera muy diferente. Eso inmediatamente hace que el producto crezca, luego viene el desarrollo técnico. Si quiero hacer una secuencia de acción, hay gente que tiene eso dominado mucho más porque tiene un punto de vista un poco más interesante. Cada vez que uno va sumando todos esos valores dentro de un solo producto, el producto llega muy lejos.
—La animación requiere bastante el ojo humano, la visión que uno quiere contar ¿Cómo están viendo en la industria de EE.UU. la inteligencia artificial?
Estamos en la fase del temor y no solamente los animadores, pero no es un tema nuevo. He estado en esta industria casi 20 años y si yo me pongo a comparar los programas de computadora que usaba antes con los de hoy, hay muchísimas funciones que antes eran trabajo de alguien. Ese proceso de ir optimizando funciones existe desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que ahora hubo un boom en mediático al tema y la gente está muy asustada. De pronto hay trabajos que se van a reemplazar, sí, y también hay cosas que los gobiernos tienen que considerar en tanto no puede dejar a toda la gente sin trabajo, pero una vez superemos esta fase inicial y y entendamos la regulación de todas estas herramientas en tanto se respeto la existencia de la gente, sí viene siendo una herramienta muy buena que ojalá ayude a liberar la creatividad en vez de reemplazarla.
—Última pregunta: el Perú lleva años haciendo animación, de hecho aquí se hizo la primera película animada 3D de toda Latinoamérica, “Piratas en el Callao” (2005), pero sus creaciones todavía no tienen repercusión global la diferencia de, digamos, Chile, que ha ganado el Oscar a Mejor corto animado o incluso ha participado en “Star Wars: Visions”. ¿Qué necesita un país como Perú para desarrollar más su industria de animación?
Es un tema complejo. Chile también lleva mucho tiempo haciendo animación, no creo que sea gratuito que ellos se sean notables. Argentina también es muy bueno. Personalmente siento que para lograr un impacto internacional, para empezar, hay que formar autores para que pase como en México: Iñárritu, Guillermo del Toro. La gente nunca reconoce industrias, lo que reconoce son autores y puntos de vista y a mí me parece que lo que Chile ha hecho muy bien es contar esa historia tan dura, “Bestia”, nominada al Oscar. Esos autores tienen que estar soportados por equipos que puedan ejecutar la visión y para eso que se necesita apoyo de los gobiernos. Solamente en Estados Unidos, Francia y Japón las industrias son tan fuertes que se pueden mantener ahí solas, pero en el resto del mundo necesitamos que los gobiernos entiendan la importancia de contar esas historias. Y los autores tienen que entender que la meta no es copiar los modelos de éxito de Estados Unidos, para qué copiar a Pixar, si ya existe. Lo que tienen que hacer es la versión de ese del Pixar peruano y cómo nos hacemos diferentes para no entrar a competir con un gigante, sino crear uno propio.
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