Pocos eventos deportivos han concitado tanta atención como el legendario match por el título mundial de ajedrez disputado por Bobby Fischer y Boris Spassky en 1972. La carga política detrás del enfrentamiento cautivó a miles de personas en todo el mundo debido a que cada jugador representaba a una ideología distinta: el estadounidense Fischer era el abanderado del bloque occidental capitalista, mientras que el soviético Spassky lo era del bloque oriental comunista.
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La película “La jugada maestra”, estrenada en el 2014, recupera parte de esta historia. Los intérpretes Tobey Maguire y Liev Schreiber encarnaron a Fischer y Spassky, respectivamente. Salvo detalles menores –como la escena en que en plena partida el ruso le hace un gesto a su rival-, la recreación de la tensión de aquella época es bastante fiel a lo ocurrido en la vida real. Sin embargo, el guion no se adentró en algunos aspectos que permiten entender la complejidad de la situación, como la importancia del ajedrez en la Unión Soviética, los problemas psicológicos que arrastraba Fischer desde su adolescencia, o la explosión de la popularidad del deporte ciencia a raíz de este evento.
TENSIÓN POLÍTICA
Durante la Guerra Fría, el ajedrez estuvo bajo la mira de las dos grandes potencias que polarizaban el globo por ser una actividad estrechamente asociada a la destreza intelectual. El problema era que Estados Unidos no tenía a un jugador capaz de hacerles frente a los grandes maestros soviéticos. Debido a ello, por años miraron de lejos el predominio de la Unión Soviética, que en 1963 había inaugurado la Escuela de Jóvenes Talentos dirigida por el excampeón mundial Mikhail Botvinnik.
El gobierno oriental invirtió mucho en la consolidación de esta institución de élite con el objetivo de posicionarse como líderes absolutos del ajedrez. Muchas familias enviaban a sus pequeños a Moscú para postular al programa de formación de la escuela, pero solo los aspirantes más prodigiosos superaban las exigentes pruebas. En este selecto grupo encontramos nombres como Vladimir Kramnik, Sergei Tiviakov, Alexei Shirov, Artur Yusupov y los emblemáticos Anatoly Karpov y Garri Kasparov.
Para los países involucrados en el conflicto, la más mínima expresión de superioridad en los campos científicos, militares o económicos era ya una victoria. Tras alcanzar su punto más álgido con la crisis de los misiles en Cuba en 1962, ambos bloques tuvieron que acoplarse a un nuevo modelo geopolítico. No obstante, esto no atenuó el ímpetu de las dos facciones a la hora de competir.
Los deportistas soviéticos que perdían con rivales de Norteamérica eran severamente castigados. Prueba de ello es lo sucedido con el ajedrecista Mark Táimanov, quien cayó ante Fischer en 1971 y fue marginado por el Kremlin. Se le tildó de traidor y le retiraron las condecoraciones que ganó en el pasado. También se le prohibió escribir artículos y dictar clases.
UN PERSONAJE INUSUAL
Fischer tuvo una infancia complicada marcada por la prematura muerte de su padre cuando él apenas tenía 9 años. Se quedó con su madre Regina y su hermana Joan. Para mantener a su familia, Regina aceptó diferentes empleos y se vio obligada a mudarse varias veces junto a sus hijos a causa de la inestabilidad económica. En paralelo, el pequeño Bobby comenzaba a manifestar un apego inusual por el juego de los escaques. Finalmente, a los 14 años terminaría por abandonar el colegio para dedicarse enteramente a la práctica del ajedrez. Regina lo llevó a terapia preocupada por ver a su hijo pasar horas solo frente a un tablero. “No se preocupe, señora. Hay obsesiones mucho peores que el ajedrez”, le dijo el psiquiatra.
Al año siguiente, Fischer se convertiría en el campeón absoluto de Estados Unidos. Maestros como Max Euwe o Mikhail Tal reconocieron de inmediato su agudeza táctica y su profundidad de cálculo. Tardaría un tiempo más en representar un peligro para la supremacía soviética. Su mérito principal fue desarrollar su fuerza de juego sin contar con los recursos de sus colegas orientales, a quienes se les cubría la manutención por largas temporadas para que se concentraran exclusivamente en su preparación ajedrecística.
En los sesenta, Bobby se empeñó en el análisis exhaustivo de sus partidas y en el estudio de aperturas. Su estilo agresivo con piezas negras y sus innovaciones teóricas pusieron de moda la Defensa Siciliana, vista hasta ese entonces como un variante muy arriesgada. Se adjudicó la mayor parte de torneos en los que participó en ese periodo, pero aún le faltaba coronarse como el mejor del mundo.
En paralelo a su sobresaliente habilidad empezó a resaltar su personalidad caótica. Más de una vez acusó a los soviéticos de acordar tablas premeditadamente con el objetivo de estar más frescos para sus partidas contra él. De igual modo, se retiró de varios concursos de forma intempestiva alegando una sobrecarga en su agenda, lo que para nada era cierto.
De hecho, durante el match por el título mundial contra Spassky se rehusó a jugar la segunda partida debido a que no se sentía cómodo con el trato que la organización les dio a los competidores. El Secretario de Estado, Henry Kissinger, tuvo que llamarlo por pedido del presidente Richard Nixon para convencerlo de que no abandone. Hasta ahora se especula con qué le dijeron en esa llamada para que aceptase, pero lo demás es conocido: de las 21 partidas del duelo, Fischer ganó 7, perdió 3 y empató 11.
Con el triunfo acaparó las portadas de las revistas y periódicos de su país. Fue recibido como un héroe en la Casa Blanca y, por un momento, la audiencia se olvidó de las excentricidades del gran maestro. Pero para Fischer ya no quedaba ningún reto en su carrera. Sería el inicio de su debacle psicológica. Se negó a defender su campeonato ante Anatoly Karpov y abandonó el circuito profesional. En 1992 aceptaría jugar una revancha por US$ 5 millones contra Spassky, en la cual volvería a vencerlo.
A partir de ahí solo llamaría la atención por sus polémicas declaraciones en contra del gobierno de Estados Unidos y sus ácidas opiniones sobre minoría étnicas. La administración de George Bush emitió en el 2003 una orden de arresto contra Fischer. Varios excolegas, incluido Spassky, firmaron una carta para que dieran marcha atrás con la detención. La única opción fue conseguirle una nueva nacionalidad y el país que estuvo dispuesto a dársela fue Islandia, lugar donde se disputó el match de 1972. Después se mantuvo alejado de la opinión pública hasta su muerte por insuficiencia renal en el 2008.
EFECTO EN EL PERÚ
Óscar Quiñones, maestro internacional de ajedrez, publicó su primera columna semanal en el diario Expreso en 1968 para comentar los acontecimientos más importantes del deporte ciencia. Durante los siguientes 16 años, solo una vez sus editores le pidieron escribir tres textos a la semana. Fue en 1972 para que analizara las partidas del match. En el periódico no tenían fotos de los contendientes porque nunca habían enviado corresponsales para cubrir torneos de ajedrez. Recuerda Quiñones que tuvo que recortar sus revistas extranjeras “Deutsche Schachzeitung”, “British Chess” y “Europe Échecs” para ilustrar sus notas.
En esa etapa alternaba su actividad como ajedrecista con su rol de columnista y su puesto en un banco. “De repente todos empezaban a hablar de ajedrez. Mis compañeros de trabajo me pedían que les explique las jugadas que hacían. Fue un bonito momento que capturó la atención del mundo”, afirma.
Por su parte, el experimentado árbitro internacional FIDE, Abel Aparcana, señala que el match tuvo una gran influencia en sus contemporáneos, ya que fue su generación la que impulsó el desarrollo del ajedrez en el Perú, al punto de que en la actualidad nuestro país es una potencia en categorías infantiles y juveniles. “Las partidas entre Fischer y Spassky causaron la efervescencia del ajedrez. Era de lo que más se hablaba por entonces. Tuvo unos pormenores increíbles. Muchos adquirimos el gusto por este juego a partir de ese enfrentamiento y los resultados se ven al día de hoy”, señala.
Razón no le falta a Aparcana, pues en esta disciplina nuestros connacionales han obtenido decenas de preseas en el extranjero. Sobresalen los triunfos de los hermanos Cori, Emilio Córdova, José Martínez y Diego Cuéllar en los últimos años. Aunque, sin duda, el caso que sintetiza la repercusión del ‘match del siglo’ en el Perú se registró en Camaná, Arequipa. El agricultor Daniel Granda quedó tan sorprendido por la victoria de Fischer sobre Spassky que decidió enseñarle las reglas básicas del juego a su hijo Julio de 5 años. Sí, hablamos de ese compatriota que tantas alegrías nos ha regalado: Julio Granda, el mejor ajedrecista peruano de la historia.
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