No es fácil lo que consigue Richard Linklater en “Boyhood”. De por sí, su forma de haber sido filmada ya es llamativa: un mes de rodaje por cada uno de los 12 años en los que transcurre la historia de Mason, un chico, desde los 6 hasta los 18 años. Así, vemos a todos los personajes crecer ante nuestros ojos. Pero tal proeza quedaría en nada si no fuera por la fluidez que el cineasta le imprime a su cinta. Fluidez que tiene que ver con el hecho de que Linklater elige filmar los momentos más íntimos y pequeños con total naturalidad, como si ningún momento en la vida de Mason fuera más o menos importante que otro. Desde la agresión de un padrastro borracho hasta besarse con la enamorada en el carro; desde un altercado en el baño de un colegio hasta la fiesta familiar de graduación: el cineasta no privilegia ninguna situación y deja que cada una de estas sume al retrato que busca crear.
Nuestra memoria, muchas veces, se compone de estos momentos, que solos no quieren decir mucho, pero que juntos nos pintan un recorrido de quiénes somos y de lo que hemos vivido: lo bueno y lo malo se mezclan, las conversaciones placenteras se quedan al lado de los momentos tensos que quizá queremos olvidar pero que ahí están presentes. Pocas cintas crean esa impresión de memoria como “Boyhood”.
Porque la memoria es esencial en el filme: no solo la memoria personal, sino también la social: los grandes hechos que marcaron EE.UU. durante la década están en la cinta, pero siempre desde el prisma del niño que escucha a su padre rajar de Bush, o desde la aventura de hacer campaña por Obama en una zona conservadora como Texas. La memoria social se mezcla con la personal, y en la cinta aquello que toca un país se mete en lo íntimo, generando interacción entre los personajes, moviendo sus relaciones.
Pero la memoria también trabaja lo musical: en Twitter, la crítica Mónica Delgado notaba que el filme juntaba Coldplay con The Hives en menos de tres minutos. Y así es: la música que privilegia el filme es aquella que se escucha en la radio y que procesamos casi inconscientemente, aquella que nos lleva a un tiempo preciso y que suena al lado de nuestro recuerdo.
Y, por supuesto, “Boyhood” también nos hace trabajar la memoria cinematográfica. Desde el drama doméstico hasta la comedia, pasando por el ‘coming of age’ y las cintas que retratan la vida en el pequeño pueblo americano. Y, claro, el western, con Mason, ya grande, al final, conversando con una nueva chica. La memoria también se compone de cine, y Linklater lo sabe: esa escena final nos recuerda a Jesse y Celine, los protagonistas de “Antes del amanecer”, viviendo el momento. “Boyhood”, la mejor cinta del 2014 hasta el momento, se basa en el placer de recordar.