"El castillo de cristal" es protagonizada por Brie Larson y Woody Harrelson. (Foto: Difusión)
"El castillo de cristal" es protagonizada por Brie Larson y Woody Harrelson. (Foto: Difusión)
Sebastián Pimentel

Nacido en 1978, los primeros referentes del realizador Destin Daniel Cretton debieron ser el cine de fines de los ochenta y, sobre todo, de los noventa –entre títulos de Quentin Tarantino y directores independientes como Jim Jarmusch o Todd Solondz–. Pero el estilo de Cretton, más afín al crudo melodrama de cineastas setenteros como John Cassavetes, sorprendió a todos con “I’m Not a Hipster” (2012) o la aclamada “Short Term 12” (2008). Esta última también lanzó la carrera de Brie Larson, quien personificó a la supervisora de un centro de acogida para adolescentes en situación de vulnerabilidad.

“El castillo de cristal” trae una nueva colaboración entre Cretton y Larson. Se basa en el libro de memorias de Jeannette Walls, quien fuera columnista del “New York Magazine”. Esta adaptación escrita por Cretton se estructura a partir de una dinámica de flashbacks que parten del presente neoyorquino y “exitoso” de Jeannette, y nos traslada al caótico pasado de la familia. En la que fuera una riesgosa aventura, Jeannette y sus hermanos deben sobrevivir a la pobreza y trashumancia que sus excéntricos padres, Rex (Woody Harrelson) y Rose Marie (Naomi Watts), escogieron vivir, dejando atrás las posibilidades de una vida estable y citadina.

Cretton saca lo mejor de sus actores, como es el caso de Harrelson y Larson, padre e hija en permanente duelo, crisis y reconciliación. Dentro de las coordenadas estéticas de este tipo de películas, centradas en el caos de unos afectos desarreglados que no cesan de transformarse en la experiencia de la vida compartida, el actor es rey. El estilo de Cretton se hace así un sismógrafo del cuerpo y el rostro de un gigante fuerte, explosivo, pero también frágil y torturado: Rex es un leviatán tan cruel como tierno, tan brillante como chiflado, en permanente guerra con una civilización que él sabe deshonesta y corrompida.

Otro acierto de “El castillo de cristal” es su radiografía de la sociedad norteamericana. No solo desliza apuntes críticos a su sistema de salud –como cuando la pequeña Jeannette sufre unas quemaduras que obligan a llevarla a una clínica de la que preferirán escapar sin pagar las cuentas– o a las castas de hombres de negocios que se aprovechan de los aparatos del Estado. También hace un repaso por la geografía más olvidada y menesterosa del país más rico del mundo, entre ‘rednecks’ y desiertos que cobijan a los antepasados de esta familia errante y desheredada.

Pero la mejor reflexión sobre el tema de las diferencias sociales y los estilos de vida en EE.UU. es una que se hace no con palabras, sino con unas imágenes de choque. Esto sucede al principio, cuando Jeannette, ya una sofisticada mujer neoyorquina, mira tras los vidrios del auto que la lleva y observa a sus padres, como indigentes, hurgando en la basura de una calle desierta. Estas imágenes del presente, por lo general filtrado por una gama pálida y fría, se encadenan luego a un pasado luminoso y cálido, donde lo monstruoso de Rex y Rose Marie se anuda con una mezcla de ternura y dramatismo difícil de olvidar.

“El castillo de cristal” es, por último, un cuestionamiento sobre qué significa ser una familia “normal” en la sociedad. Por más excesivo que resulte el retrato de los Walls, está hecho con la suficiente concentración y delicadeza como para que resulte complejo, más allá de cualquier cliché. Más que santos, los seres humanos del filme son asombrosos, y tan generosos como egoístas. En medio de esa balanza, Jeannette es una mujer que debe conocer las apariencias del éxito, pero para reconciliarse con algo más profundo y esencial: una memoria compartida que debe enfrentar y asumir para ser finalmente libre.

Título original: “The Glass Castle”. Género: drama, biografía. País: Estados Unidos, 2017. Director: Destin Daniel Cretton. Actores: Brie Larson, Woody Harrelson, Naomi Watts.

Calificación: 4 estrellas de 5

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