No han sido pocos los cineastas que optaron por crear películas bajo las restricciones del espacio. Porque si bien estar entre cuatro paredes es, en principio, una limitación (podemos dar fe de ello en estos tiempos de cuarentena obligatoria), con ingenio y técnica este confinamiento puede convertirse en una gran posibilidad. Un desafío en el que se combinan el diseño meticuloso de la locación, la habilidad para desplazar a los personajes y la destreza al momento de colocar la cámara y encontrar el mejor ángulo.
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De allí que existan filmes que tengan como un protagonista más a las casas donde se ambientan. Un ejemplo reciente y por ello de fácil recordación es la cinta ganadora del Óscar, “Parásitos”, del coreano Bong Joon-ho. Alex Hess, subeditor del diario británico “The Guardian”, escribía en febrero pasado: “Casi todos los actores de ‘Parásitos’ ofrecen una actuación perfecta, pero a medida que se desarrolla la película, no quedan dudas de que la estrella del espectáculo es la casa donde tiene lugar la mayor parte de la acción”.
La mansión de la opulenta familia Park, donde se van infiltrando los miembros de un clan de clase baja de Seúl, exhibe su sofisticada y lujosa arquitectura a la manera de una casa en miniatura desde la que nosotros, los espectadores, podemos hurgar en sus secretos, en las acciones en segundo plano, y hasta en rincones escondidos que no alcanzamos a ver. Por eso también son tan simbólicas sus escaleras, vías que usan los personajes para subir y bajar niveles en un sentido literal y metafórico.
Mención aparte para la otra casa de la película, la de los Kim, que si bien tiene menos protagonismo que la anterior, funciona por contraste. Si la primera se ubica en los elegantes altos de la ciudad, esta luce como una covacha gris, húmeda y sin señal de Internet.
La pericia cinematográfica de Bong Joon-ho en “Parásitos” es clara deudora del talento de Alfred Hitchcock, un maestro en el arte de convertir casas en universos narrativos. Muchos recordarán, por ejemplo, el memorable plano contrapicado del siniestro motel Bates, en “Psicosis”. Pero es sobre todo en “La soga”, de 1948, donde el cineasta británico ofrece una lección fílmica dentro de un ‘penthouse’ en Manhattan.
Toda la acción de este ‘thriller’ psicológico y criminal ocurre en ese lugar, simulando una sola toma continua de 80 minutos de duración. Un experimento milimétrico y de enorme tensión, que si bien no satisfizo a un perfeccionista como Hitchcock, aún hoy cautiva a cinéfilos de todo el mundo.
CON LAS PUERTAS CERRADAS
No podemos dejar de mencionar otros grandes usos de casas en el cine. En 1962, Luis Buñuel estrenó una de sus mejores cintas, “El ángel exterminador”, que se ambienta en una lujosa mansión donde se desarrolla una fiesta con un selecto grupo de burgueses como invitados. Cuando por una razón nunca explicada ninguno de ellos pueda escapar, comenzará a desatarse una áspera convivencia, que cambiará las refinadas formas de los personajes en acciones bárbaras. Un filme tan angustiante como surrealista, que satiriza la conducta humana en condiciones salvajes.
El terror y el suspenso también han sabido explotar los confines cerrados de la arquitectura, aunque para ello se requiere del oficio de directores que no abusen de la fórmula. Lo logró Stanley Kubrick en “El resplandor” (1980), aunque no precisamente en una casa, sino en el inmenso y aterrador hotel Overlook. Y también David Fincher en la claustrofóbica “La habitación del pánico” (2002), película en la que madre e hija (Jodie Foster y Kristen Stewart) deben encerrarse en su propia casa para protegerse de la invasión de tres intrusos.
Más perturbador es el austriaco Michael Haneke con “Funny Games” (1997), que muestra la feliz cotidianidad de una familia cuando es destruida por dos jóvenes psicópatas que ingresan a su hogar. El espectáculo de tortura y violencia, chocante por lo realista, generó reacciones encontradas. Por su parte, “Hereditary” (2018), de Ari Aster, sorprende con las penumbras domiciliarias de una familia en pleno derrumbe emocional, materializado en hechos paranormales.
Por último, no podemos dejar de mencionar la a veces menospreciada, pero altamente efectiva, “Mi pobre angelito” (1990). Encerrado por accidente en su propia casa, el pequeño Kevin McAllister (Macaulay Culkin) debe enfrentarse a un par de torpes ladrones, desatando una guerra hilarante en la que se mezclan el juego de las escondidas, el ‘slapstick’ y otros elementos, usando de forma inteligente los diversos espacios de la vivienda. Prueba de que no hay género que no resista quedarse en casa.
LA LITERATURA EN CONFINAMIENTO
Sin la potencia visual del cine, la literatura también posee grandes ejemplos de cómo construir historias dentro del limitado espacio de una casa. Citamos solo tres ejemplos.
- “Casa tomada”, notable cuento del argentino Julio Cortázar, nos presenta la historia de unos hermanos, hombre y mujer, que habitan una vieja casa familiar pero de pronto se ven invadidos por unos intrusos, de los que no se revela demasiado. Un relato que ha sido objeto de múltiples análisis e interpretaciones.
- “La casa de Bernarda Alba”, pieza teatral de Federico García Lorca, también destaca como reflejo de la psicología de sus protagonistas, y con un inteligente desarrollo que va adentrándose más y más en el lugar.
- “La casa de hojas”, del estadounidense Mark Z. Danielewski, es un portento experimental y metaliterario, que parte de la delirante premisa de una casa cuyo interior es más grande que el exterior. Una ambiciosa obra de múltiples capas, como una gran mansión llena de habitaciones.
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