Si se tuviera que elegir la filmografía de un gran director para estudiar la condición humana, algunos nombres vendrían a la mente: Akira Kurosawa, Roberto Rossellini, John Ford o Alfred Hitchcock, por ejemplo. Pero, si me pidieran el nombre de un director contemporáneo que aún sigue filmando, no dudaría un segundo en mencionar estas dos palabras: Clint Eastwood.
Con cada película, Eastwood hace el retrato del hombre común estadounidense. Sus personajes son héroes anónimos; y si sus vidas son cotidianas, la escala de sus hazañas es inconmensurable. Como en “La mula” o en “Sully”, la historia de “El caso de Richard Jewell” está sacada de la vida real, y cuenta la historia del guardia de seguridad que encuentra la bomba plantada en uno de los eventos multitudinarios de las Olimpiadas de Atlanta, en 1996.
Como sucede en “El sustituto” (2008), el ciudadano común, lejos de verse protegido por la policía y los jueces, se convierte en víctima de ellos. Lo mismo sucedía en “Sully”, cinta en la que el piloto de avión que salva vidas, de pronto, se vuelve blanco del poder. Y, como en “Sully”, la verdadera hazaña de Jewell (Paul W. Hauser) no será salvar a otros, sino sufrir y soportar, con éxito, el terrorífico proceso contra él iniciado por las autoridades y la prensa.
Pero aquí también tenemos otro tema eastwooniano: la amistad esencial. Por eso el filme inicia con el breve encuentro, muchos años antes del acto heroico de las olimpiadas, entre Jewell y el abogado Watson Bryant (Sam Rockwell). Con una sola secuencia, Eastwood pinta lo más sustancioso de todo el metraje: el torpe y bien intencionado conserje regala unas barras de chocolate al hombre de leyes astuto y desconfiado.
Con este filme, Eastwood vuelve a formular la pregunta filosófica que lo emparenta tanto con Kurosawa, y quizá con un poeta como César Vallejo: ¿en qué momento la creencia en el ser humano se cambió por una sospecha? En “El caso de Richard Jewell”, el FBI y los medios de comunicación prefieren suponer la maldad a usar la lógica, y emprenden una alianza feroz que decide de antemano la culpabilidad de un inocente.
El cine de Eastwood se ha vuelto uno que no para de formular paradojas: los inocentes pasan por culpables, lo mejor del ser humano pasa por lo peor. Y si estas son experiencias terroríficas es porque la paradoja, lejos de ser una figura literaria, es una realidad desquiciada. Después de todo, la ley del mundo moderno parece confabular contra lo único que merece ser protegido: las personas que salvan a otras.
Y si esta fábula paradójica podía triunfar, necesitaba configurar bien a su héroe. El actor Paul W. Hauser, en ese sentido, presenta un retrato no muy visto en el cine. Es gracioso por torpe, raro por demasiado escrupuloso, y muy poco listo para la jungla social. Jewell es un adulto que vive con su mamá (Kathy Bates), está subido de peso y es el único que sigue al pie de la letra los reglamentos del trabajo. Para los demás es un perdedor, quizá un idiota.
Pero el mundo de Jewell tiene más sentido que el de los que se ríen de él. Por eso, en un diálogo memorable, Jewell le dice a su abogado que lo eligió a él porque es la única persona que no lo trató como alguien inferior. Lejos de ser un santo, este es un hombre lleno de temor, y lo vemos extraviado, con miedo de que lo confundan con un homosexual, entre otras inseguridades. Sin embargo, el ingenuo y esmerado Jewell sí es una posibilidad humana, sí es un héroe. Por eso, nos dice Eastwood, hay que salvarlo, y a eso se dedica el único amigo que tiene sobre la faz de la tierra. Si hubiera que elegir una película para ver lo mejor y lo peor de la humanidad, esta sería, sin dudas, una buena opción.
LA FICHA
Título original: “Richard Jewell”.
Género: biografía, drama.
País y año: EE.UU., 2019.
Director: Clint Eastwood.
Actores: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates, Olivia Wilde, Jon Hamm.
Calificación: ★★★★★