Estación zombie: nuestra crítica del fenómeno de terror coreano
Sebastián Pimentel

En "Estación zombie", película del director Yeon Sang-Ho, todo empieza cuando una niña reclama la atención de su padre, gestor de inversiones de Seúl que no tiene tiempo para nada. La pequeña quiere volver a ver a su madre, quien vive al otro extremo del país. Al día siguiente, a regañadientes, el ejecutivo cede ante la insistencia de su hija, por lo que se dirigen al tren que los llevará a Busan. En el camino a la estación ocurren algunos hechos extraños, como el incendio en una de las torres de la ciudad.

Este es un prólogo de vistas apocadas, nocturnas, íntimas, pero algo carentes de vida. La razón: sus imágenes hablan de la soledad, flagelo de las grandes urbes que sufren tanto el padre –enfermo de trabajo en el despiadado mundo de las finanzas – como una niña algo triste. Inicio silencioso y susurrante, pero que pronto se verá asaltado por todo lo contrario: una odisea frenética y barroca donde la vida y la muerte se intercambian, respiran lado a lado, y entablan un largo combate, luminoso y casi festivo, al interior de los vagones del tren.

La excusa es un misterioso virus que no deja de infectar a los pasajeros, y que impide desembarcar hasta no llegar a Busan. Pero el sustrato de la historia de "Estación zombie" está en el grupo sobreviviente: además del padre financista y su hija, un vagabundo que apenas habla con coherencia, una pareja de colegiales y una mujer embarazada que es custodiada por un hombre fuerte con corazón de oro.

En un inicio, los tipos sociales son indiferentes los unos a los otros. Pese a estar juntos en el viaje, están separados por barreras infranqueables, que tienen su metáfora en esas puertas que dividen un vagón de otro. El vagabundo, por ejemplo, es un intruso visto con demasiado desprecio. A pesar de que trata de comunicar algo importante, es ignorado. Pero la crítica social del filme no es altisonante y se trasluce con humor. Como le dice el pedante inspector del tren a la niña que observa, atónita, al indigente: “Eso es lo que les pasa a los niños que no quieren estudiar”.

En líneas como la que acabo de citar se expresa mucho de la afilada mirada de Yeon Sang-Ho, que es más efectiva cuanto más está travestida de acción, suspenso, horror, humor y ciertas dosis de melodrama. Los ingredientes de una especie de alquimia que pocos realizadores pueden tentar: la del cine popular hecho con inteligencia y suspicacia. Ese que fustiga, como en este caso, la ética del éxito a toda costa, el individualismo como principio rector o la ley del más fuerte, esa que parece enarbolar el protagonista, ‘yuppie’ del nuevo milenio que se siente el prototipo del triunfador y, por lo tanto, está por encima del resto.

Se dirá que "Estación zombie" juega las cartas de una crítica social demasiado explícita. Quizá eso sea verdad, pero solo a medias. Y la razón es muy simple: sus personajes trascienden el maniqueísmo vulgar. Tienen lados secretos que van descubriendo, o que nosotros vamos develando, con asombro. En el viaje, hasta el villano más despiadado deja salir flancos frágiles, inconscientes, vulnerables.

Yeon Sang-Ho se alimenta, por supuesto, de los espantajos que inventó George Romero, en los sesenta, con “La noche de los muertos vivientes” (1968). Pero la cinta surcoreana tiene también como referencia inmediata a “Snowpiercer” (2013), blockbuster distópico –de su compatriota y maestro Bong Joon-Ho– en el que otro tren contiene grupos humanos esclavizados por una especie de cruel élite aristocrática, al estilo nazi de la Segunda Guerra Mundial. Sospecho que, con más frescura y menos pretensión, "Estación zombie" llega más lejos.

LA FICHA
Estación zombie
Título original: “Busanhaeng”. Género: horror, acción, drama.
País y año: Corea del Sur, 2016. Director: Yeon Sang-Ho
Calificación: 3,5/5.
Actores: Gong Yoo, Kim Su-Han, Yung Yu-Mi, Ma Dong-Seok.

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