Hell or High Water: lee nuestra crítica a la nominada al Oscar
Hell or High Water: lee nuestra crítica a la nominada al Oscar
Sebastián Pimentel

Los hermanos Tanner (Ben Foster) y Toby (Chris Pine) Howard son pobres y violentos. Viven en medio de los desiertos más agrestes de Texas y han decidido robar varias sucursales de un banco tejano que los tiene contra la pared. El banco amenaza con quitarles, por una deuda hipotecaria, el rancho de su madre ya fallecida, un pedazo de tierra donde podría haber algo de petróleo. La sombra de la madre aún revuela en la vida de estos dos vaqueros solitarios, que han decidido apostar todo a la que quizá sea su última aventura. 

Esta sinopsis habla de un relato que mezcla el drama social con el thriller criminal. Sin embargo, por el paisaje, los personajes, y la mitología que palpita en cada fotograma, estamos ante lo que algunos llaman neowéstern o nuevo wéstern. Es decir, una película de cowboys o forajidos del Oeste, solo que en el marco de los tiempos actuales: los caballos se cambian por autos llenos de polvo, los pueblos pequeños por gasolineras y carreteras, los jinetes indómitos por psicópatas o delincuentes despiadados. Eso sí, los sheriffs siguen ahí, aunque cada vez más cínicos y desencantados.

El sheriff de "Hell or High Water" ("Nada que perder") es Jeff Bridges, que compone a un viejo agente del orden, gruñón y experto en humor negro, a punto de jubilarse. Su compañero, mestizo de antepasados comanches y mexicanos, interpretado por Gil Birmingham, lejos de reclamarle por sus chistes racistas, le da réplica con el mismo cariño revestido de dureza. Ambos recuerdan los diálogos desenfadados y entrañables de las viejas películas del Oeste de Howard Hawks, John Ford, o Sam Peckinpah. Pero también las de los hermanos Coen (“Sin lugar para los débiles”).

En efecto, lo que quedará de esta película del escocés David Mackenzie no son tanto las secuencias de acción, que son pocas y justificadas. Lo más interesante está en los momentos que comparten, cada una por su lado, las dos parejas, policías cazadores y ladrones perseguidos. A eso contribuyen las actuaciones de Pine, Foster, Bridges y Birmingham. Pero también los diálogos del guionista Taylor Sheridan, a veces más amargos que irónicos: “He sido pobre toda la vida. También mis padres y sus padres. Es como una enfermedad... que se transmite de generación en generación”, dice, como escupiendo un rezo, uno de los hermanos en un momento clave de la cinta.

“Nada que perder” es una película diferente porque incorpora, de forma sutil y con pocas palabras que se desprenden con naturalidad de sus personajes, una visión muy crítica de los estratos más golpeados y abandonados de la sociedad estadounidense. Los ‘red necks’ (cuellos rojos) o la ‘white trash’ (basura blanca) están representados en los asaltantes kamikazes. Por su parte, el policía de antepasados comanches no deja de mencionar una historia de violencia e injusticia que se remonta a la colonización y exterminio de todo un pueblo.

Lo que se extraña de este estupendo wéstern moderno es, sobre todo, un mayor relieve de los personajes principales. Ben Foster hace la mejor actuación de su carrera, con un frenesí y un temperamento incendiario que recuerda a James Cagney. Sin embargo, la aproximación del realizador a este personaje, como a su hermano menor, es algo distante. Es más bien la pareja de policías la que conocemos mejor y que nos termina conmoviendo más. Aun así, se trata de un filme tan inteligente como salvaje y que recupera esa reflexión moral que caracteriza lo mejor de una tradición cinematográfica que –todavía– se resiste a morir.

LA FICHA
Título original: “Hell or High Water”.
Género: drama, acción, thriller.
País: Estados Unidos, 2016.
Director: David Mackenzie.
Actores: Chris Pine, Ben Foster, Jeff Bridges.

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