Alfonso Rivadeneyra García

― “Puedo caerme solo”.

responde así, medio en serio, medio en broma, cuando se le ofrece ayuda para bajar una escalera. Los peldaños se cuentan con las manos, pero al ver al actor con bastón, saber qué le pasó hace solo unos meses y que cuenta ya 81 años de edad, la sugerencia no es descabellada. Él baja a su ritmo hasta donde puede, hasta el final.

Romero recibe satisfecho el homenaje anunciado por el Festival de Cine de Lima por sus contribuciones al medio; se sabe privilegiado al tener un trabajo que no le pesa, una “catarsis” que, en sus palabras, le permite “conocer el alma humana”. “Pude haberme equivocado en muchas cosas, pero no al elegir mi profesión”, dijo a este diario tiempo atrás y, 36 años después, se reafirma.

He luchado siempre contra una cosa: hay actores que se quedan con un personaje y son toda su vida un personaje. Para mí, el personaje se queda en el camerino”, nos dice. En el vestidor del cine los roles se acumulan como el bonachón Nicolás en “Todos somos estrellas” (1990), el brutal Luis Felipe de “No se lo digas a nadie” (1998) e incluso el religioso Alonso de Vásquez en “Rosa mística” (2018). Héroes o villanos en su libreto, Romero se enfoca en otra cosa: “Si el personaje me gusta, yo me encuentro cómodo. Si tiene vida interior, tiene posibilidades de expresar, posibilidades de vivir una aventura, yo no discrimino”. En las ficciones hay cultura, y verlas, nos cuenta, enriquece.

― ¿Qué es lo que le hace sentirse más afortunado de su trabajo?

Conocer el alma humana. Decía Shakespeare que el teatro es un espejo donde ve reflejada su imagen, el vicio y la virtud, todas las gamas, del blanco al negro, y eso es un poco lo que el actor hace, representar las diferentes facetas del ser humano.

― ¿Siente que en este momento de su vida tiene tranquilidad?

Sí. Estoy satisfecho de lo que he hecho, de mi trayectoria. Tengo tranquilidad, pero todavía creo que me queda mucho por recorrer.

― Todavía tiene unos roles interesantes que interpretar.

Espero que lleguen, sí.

El actor y la realidad

La vida de Hernán Romero también se ha movido en el teatro, sea con los clásicos “El sí de las niñas” y “Romeo y Julieta”; o en televisión, con telenovelas como “Gorrión” (1994) o “Luz María” (1998). Romero es afortunado como actor, pero también como adulto mayor en un país donde las canas no se valoran.

―Relacionado a lo que dijo, que usted es afortunado, muy pocos adultos mayores pueden decir eso en Perú. ¿Qué puede decirse de un país que maltrata tanto a sus ancianos?

Es una falta de cultura. No hay ninguna consideración para los adultos mayores, sobre todo los pensionistas. Son unas pensiones que son un insulto. Pero eso viene desde muy atrás, no lo podemos remediar. Lo que empezó mal, terminará mal.

―Usted hacía antes deporte. ¿Cómo está manejando eso con la edad?

Yo hice pesas hasta los 50 años. Después hice equitación. Lo que quiero es terminar la rehabilitación para empezar a hacer deportes de acuerdo a mi posibilidad. Pesas otra vez. Cuando uno hace pesas trabaja cada uno de los músculos del cuerpo, eso es lo interesante.

― ¿Usted está viendo alguna serie de televisión, va al cine? ¿Cómo se está entreteniendo?

Yo veo mucho deporte. Me gusta el box, el béisbol, el fútbol americano, el fútbol. Soy hincha del Sporting Cristal, que ayer perdió. No pasó a la siguiente ronda de la Copa Sudamericana.

―Por el cómo usted se expresa, por lo reflexivo de sus palabras, usted parece ser un lector consumado. ¿Qué lee usted?

Todo lo que cae en mis manos. No soy selectivo, leo lo bueno lo malo y lo feo.

― ¿Y ahora está leyendo alguna novela en particular?

En este momento, no. Tengo otras preocupaciones por el momento.

―Le entiendo. La salud, por ejemplo.

Lograr la rehabilitación, estar en óptimas condiciones, que todavía no he logrado.

― ¿Le afecta mucho, entonces, no moverse como antes?

Es molesto depender.

Pese a las dificultades de toda la vida, y si bien ha trabajado en múltiples países, Romero eligió seguir donde nació. “Aquí hemos luchado mucho por hacer un teatro de calidad, por respetar lo que se hace y que respeten lo que uno entrega. Y hemos logrado lo que nos propusimos en gran medida”, dice. Conoce los obstáculos en un país que no apoya lo suficiente a su cultura. Treinta años atrás, Armando Robles Godoy dijo que “la pobreza más dramática y paralizante que padece el Perú es la pobreza cultural, que ya llegó a los límites de la miseria” y donde el gobierno carga la culpa. Romero coincide que eso no ha cambiado.

Veamos cuántos congresistas han ido al teatro. Casi nadie sabe de qué se trata. Y te voy a contar un detalle: cuando yo saqué mi primer pasaporte en 1969, el pasaporte se entregaba en Relaciones Exteriores. Y te entrevistaba un funcionario que lo llenaba a manuscrito. Y entre las preguntas que me hizo fue “¿Ocupación?” “Actor”, le dije. “No, ¿en qué trabaja?”. Ese es el criterio [del estado]: este no es un trabajo, es una diversión. Cuando tu vas a una oficina pública para que te respeten, porque tienes tantos años [de carrera] y eres actor, dicen “este es un actor, este juega, este no trabaja”. Esta es la que trabaja [Hernán Romero se toca la sien con el índice]”.

/ ALESSANDRO CURRARINO

El trabajo de ser alguien más

― ¿Le ha pasado tiene diferencias creativas con el director?

Me ha tocado alguna vez trabajar con algún director que quería que lo imitara. Que hiciera las cosas como él hacía. Y eso a mi no me gustaba. Yo creo que uno es un creador. Dentro de mi creación tengo que darle lo que el director me pide, [pero él] quería una imitación. Y eso te frustra.

―Aparte, el director contrata a un actor, no a una persona que solo repita líneas.

El otro día conversaba con mi hija menor y le decía “mira, el actor tiene que ser sincero. El público que va al teatro, ve cine y televisión, tiene que ver que algo le está pasando a esta persona. No que te haga creer que algo le pasa, sino que le pase algo y tú lo veas. El cine da esa posibilidad. Un acercamiento de la cámara da las posibilidades al actor de mostrar en sus ojos el proceso interno. Y aparte de eso la cámara tiene su propio lenguaje. El movimiento de la cámara magnifica o minimiza diferentes situaciones.

―Y no son cosas que entran por la lógica, sino por el subconsciente.

El movimiento de la cámara es un lenguaje subliminal. Una cámara bien dirigida ayuda a la actuación. Una cámara mal dirigida hunde al mejor actor.

― ¿Hay algún actor peruano joven, digamos bordeando los 30, que a usted le parezca cautivante, que le haga decir que tiene mucho futuro?

No podría darte un nombre. Hay muchos que tienen talento, hay que ver si persisten. Yo he conocido a muchos actores con muchas posibilidades que después desaparecieron porque encontraron otro interés. El teatro no les daba lo suficiente o no estaban muy satisfechos. Talentos desperdiciados. Pero en fin, cada uno escoge.

―En cierto modo pasa al revés en la televisión peruana: personas que no son actores y que los ponen frente a una cámara a actuar.

Durante una época fue así, buscaban caras. Generalmente son gente que pasó, que desapareció, apareció en una novela o dos y no apareció más.

―O sea las caras se van, pero los actores quedan.

Los actores trascienden.

― ¿Se ha sentido usted conmovido por sus colegas, cuando está rodeado de tanto talento que se piensa afortunado de estar en cierta obra o película?

Yo siempre doy gracias. Yo busco algún rincón antes de empezar una obra y le pido al Señor “tú a través de mí, porque los dones que tú me diste no me pertenecen, tú me los regalaste y yo vengo a servirte”.

―En sus entrevistas recientes siempre hay una mención a la fe. ¿Está usted unido a la fe de modo tal que no se le pude entender sin ella?.

Sí, claro. Yo estuve en una situación gravísima por una perforación de un divertículo [bolsa intestinal]; me operaron mal dos veces y llegué con septicemia a emergencia del hospital Rebagliati y allí me salvaron. Y cuando estaba en emergencia había una parte que me faltaba, que era acercarme a Dios. Recibí una palabra de aliento y un mensaje. Allí hice la promesa de servirlo y desde entonces le estoy sirviendo.

―Están los asuntos del cielo, pero también los de la tierra. Actualmente en Hollywood hay una huelga de actores, allá reclaman por sus regalías, por cosas más justas, mientras que en Perú los actores . ¿Cómo interpreta este desinterés histórico del país hacia sus intérpretes?

El actor hace una interpretación. La interpretación de un personaje, de alguna forma, le pertenece al actor. Cada vez que se repite, el actor debería recibir una remuneración porque hay algo parecido a los derechos de autor. Pero eso no se ha reconocido. Tenemos una institución que recauda los derechos [Inter Artist Perú], pero esto recién está empezando*. Desde que yo empecé en televisión en el año 65 nunca, nunca recibí un solo centavo por las repeticiones. Sobrinos míos que de repente en Alemania me han mandado una foto de la novela que hice en los años 60, doblada en alemán. ¿Quién se mete esa plata en el bolsillo?

🎭

Hernán Romero está inquieto como en ningún momento de la entrevista. Frente a él tiene un espejo que refleja no el presente ni pasado, sino una realidad simulada, una pantalla donde le mostramos la escena final de su personaje, el siniestro Velaochaga de “Sin compasión” (1994) que vaga por la Plaza Mayor y tiene un último momento de dignidad al sentarse sobre su pañuelo en las escaleras de la catedral: no quiere ensuciarse el pantalón. Es una de las escenas finales de la película. Él mira el silencio, aspira su cigarro y se mete un tiro. Cae directo al camerino. El director dice corte. Y Romero, él solo, se levantó.

*Inter Artist Perú empezó a funcionar en 2011, tras la disolución de ANAIE.

Sobre la foto abridora: Hernán Romero, durante una sesión de fotos para El Comercio en el CCPUCP. Foto: Alessandro Currarino.

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