Años setenta. Alguien limpia y lava las baldosas de una casa del barrio Roma, Ciudad de México. Un avión surca los cielos. Afuera, una banda militar marcha con el sonido de trompetas. La joven Cleo, empleada del hogar, va y viene. Recoge algo. Los niños juegan. El sol, afuera, brilla, y tiende un cálido archipiélago de sombras dentro de la casa. Llega la tarde y la familia mira la televisión. Cleo se detiene para ver un poco del programa cómico, ese que todos miran con sonrisas
cómplices. Uno de los niños la abraza.
Así, como momentos que se suceden sin aparente correlación narrativa, se va desarrollando la última película del mexicano Alfonso Cuarón. Esta cinta viene luego de "Gravedad" (2013), fábula del espacio y éxito de taquilla que fascinó más por su pericia técnica y deslumbrante estilo que por su contundencia artística. Pues bien, "Roma" no es solo una película contundente. Es también la mejor película del año, junto con "El otro lado del viento", de Orson Welles.
¿Pero qué hace tan especial a "Roma"? Para empezar, hablamos
de un filme sin planos cerrados en el rostro. Una buena parte son encuadres abiertos, con mucha profundidad de campo. Sin embargo, el que cree que con esos planos de conjunto nos distanciamos del personaje central, se equivoca. "Roma" es, al contrario, el retrato íntimo de Cleo (Yalitza Aparicio). Y quizá sea, a la vez, el mejor retrato en el cine sobre una empleada del hogar latinoamericana.
Desde su mirada abarcadora, Cuarón emula a Welles o a Jean Renoir como un genio de los espacios anchos y profundos. Siempre estamos con Cleo, pero también fuera de Cleo. Siempre están enfocados, pero
más lejos, circundantes, otros personajes que pasan: el hogar de clase media hecho de niños y perros, o la sufrida esposa que a veces la recrimina injustamente, pero que sobre todo la quiere. También la vemos en el que parece ser su espacio de libertad: la calle, el cinema, los moteles.
¿Quién es esa mujer de pocas palabras? Desde su condición subordinada, la película la reconoce como el verdadero centro de la familia. Una mujer al margen de la sociedad, pero también la que
regenera un hogar resquebrajado por la partida del padre. A él lo vemos poco, y de lado; es, en realidad, una ausencia. "Roma" cuenta esa profundización de la soledad que une a la ama de casa y su empleada doméstica. Dos tragedias que las termina por abrazar espiritualmente, más allá de los hombres.
"Roma" es, además, la odisea de un regreso de la muerte. Al inicio, uno de los niños se echa en la azotea y dice a Cleo "Estoy muerto". Luego ella lo emula y repite: "Estoy muerta". Esa alusión a la muerte
es una figura poética y filosófica presente en más de un filme de Cuarón –recuérdese el regreso a la vida de Sandra Bullock en "Gravedad"–. Acá esto tomará un relieve mayor con la secuencia del desgarrador parto de Cleo, y su posterior lucha por salvar a los niños en la playa.
Pero "Roma" no es una trampa nostálgica. Es, más bien, un viaje por
el tiempo de largos planos en blanco y negro, el tiempo de la vida y la muerte en perpetuo intercambio: lucha dolorosa y lírica. Eso incluye
una dimensión social e histórica, como cuando Cuarón incorpora, con la naturalidad de una mirada distraída que se encuentra con un acontecimiento imprevisto, una matanza de paramilitares en plena marcha de estudiantes. De lo íntimo a lo épico, "Roma" proporciona, en cada plano, una lejanía de fondo que arrastra nuestra mirada hacia
un cosmos infinito. Desde esta estética de mirada inacabable, Cuarón ha hecho una de las películas latinoamericanas más originales de este milenio.
Puntaje: 5 estrellas de 5
Título original: "Roma".
Género: Drama.
País y año: México y EE.UU., 2018.
Director: Alfonso Cuarón.
Actrices: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira