Aarón, el pequeño hijo de Jimena Lindo que parece tener una energía infinita, la acecha de modo esporádico e incisivo mientras se inquieta en el departamento en el que ambos viven. Acomodada en la sala, ella lo atiende con prestancia a la vez que se prepara para encarar la sesión de fotos.
En su vuelta al cine con “No estamos solos”, la actriz muestra una faceta distinta a esa imagen maternal y luminosa. En esta cinta de terror dirigida por el director peruano Daniel Rodrí- guez, ella es la acosadora y encarna a un ente del más allá.
—Lo último que muchos esperaban era verte transformada en una entidad paranormal.
Ja, ja, ja. Nunca se me pasó por la cabeza interpretar un papel así. Pero Daniel me convocó para el cásting y yo tenía ganas de volver a trabajar con él. No soy fanática de las películas de terror, aunque lo fui cuando era niña y vi tantas que hasta ahora tengo imágenes que no me dejan dormir de filmes como “El exorcista”, “Poltergeist” o “Creepshow” –que es más graciosa, pero que igual tiene cosas aterradoras–, o de series como “Espectros de medianoche” o “Alfred Hitchcock presenta”.
—¿Cómo fue ese cásting?
Me preguntaba: “¿Cómo me visto para el cásting de un espectro?”. No tenía la menor idea. Opté por usar una ropa lo más atemporal posible y vi referencias de otras actrices en este género. Ya en el cásting, hubo mucho trabajo de expresiones de intensidad y voz.
—¿Lidiar con un papel de este tipo es una forma de confrontar tus propios miedos?
Claro. Ha sido importante para mí interpretar aquello a lo que le tengo miedo –es decir, un gran fantasma–, estar de ese lado y darme cuenta de que nuestros “fantasmas personales” no son tan graves y que todo tiene una explicación.
EXPLORACIONES PERMANENTES
“Hasta aquí eso de decir no me atrevo. Entonces me atreví”, se- ñala Jimena Lindo para referirse a su debut en la dirección en el 2015 con las obras “El Avaro” –que es el resultado de un taller de teatro veloz que ella dictó– y “¿Te puedes quedar?”, del ciclo Microteatro, con la que también se estrenó como dramaturga. En el 2015, además, fue su retorno a la televisión con la telenovela “Amor de madre”, en la que asumió un papel de alta demanda dramática: su personaje, Alicia, fallece de cáncer tras una larga agonía. Ahora ella es parte de las grabaciones de “Valiente amor”, la nueva producción de Michelle Alexander que se estrenará este 2016.
—¿Nunca has tenido prejuicios con la televisión?
Los tuve cuando era chibola, tenía 17 o 18 años y me estaba formando en el teatro. Pensaba: “Yo soy actriz de teatro”. La primera vez que me llamaron para un cásting de TV, sentí que me moría y me traicionaba a mí misma. Aunque igual fui, para ver y probar, y me llamaron para la serie “Tribus de la calle”. Mi mamá me dijo más o menos: “Acepta, cojuda”. Luego me di cuenta de que todos los actores de teatro estaban ahí trabajando. Uno cuando recién empieza está lleno de prejuicios. Pero, poco a poco, te percatas de que es tarea de todos ampliar horizontes, expandir la mente y romper barreras. Así uno se siente más libre. Ahora soy mucho más abierta en cuestiones de chamba.
—Tus papás son ingenieros civiles. ¿De dónde crees que proviene ese gen por la actuación?
En una rama familiar de mi papá hay fotógrafos, poetas y artistas. Por el lado de mi mamá, una tía era cantante de ópera, así que por ahí también hay algo.
—Antes de consolidar tu trabajo en la actuación, chambeaste en un bróker de seguros.
Estudié una carrera técnica llamada Asistencia de Negocios por insistencia de mi papá. Y en el bróker de seguros, me sentía enjaulada con el horario de oficina y no veía la hora de ir a mis ensayos de actuación, por más que mis compañeros de chamba eran lo máximo.
—Sergio Llusera, actor y director, destaca tu talento, entrega al trabajo, humildad y tus cualidades como compañera. Además, acota que eres sensible, vulnerable y que siempre te pones en riesgo. ¿Arriesgas mucho cuando actúas?
Siempre me gusta transgredir límites. Trabajo con el cuerpo y me gustan los personajes en los que puedo depositar muchas cosas. No me considero una actriz sobria. A veces, soy un poco excesiva, y sé que por eso puedo embarrarla o ‘chuntarla’. Es mi forma de investigación. No me gusta quedarme en lo cómodo y seguro. La seguridad me da miedo y no me interesa.
—¿Ser mamá te ha hecho una mejor actriz?
Ser mamá ha sido –y esta es una interpretación personal– como recibir una patada y que me digan: “Reacciona y crece de una vez”. En mi caso, la maternidad me ha hecho una mejor persona en todos los sentidos. Y si creces, de todas maneras creces como actriz, porque el lado humano y la faceta de actor están íntimamente ligados.
—¿Qué tipo de actriz eras antes de la maternidad?
Tenía más miedo y prejuicios conmigo misma. Me daba miedo mi voz, por más que haya hecho buenos trabajos. Tenía miedo a arriesgar y al qué dirán. Pensaba en eso, algo que definitivamente te limita. Y era más intolerante a las críticas. Quería gustarle a todo el mundo, esas cosas que nos pasan cuando somos jóvenes. Luego te das cuenta de que eso es imposible. Ya después uno se vuelve más abierto y tolerante.
—¿En qué metas pendientes te estás enfocando?
Quiero seguir escribiendo y dirigiendo. La pedagogía también me interesa. Ahora estoy trabajando con el director Guillermo Castrillón en un proyecto de performance, teatro y danza. En la actuación, estas iniciativas que mezclan varios lenguajes son mi gran amor y me nacen desde las vísceras.
—¿Cómo van las clases de filosofía?
A fines de febrero me matriculo en el nuevo ciclo. Me fascinan. Son un acompañamiento intelectual y siento que abren otras puertas de mi cerebro, distintas a las que abre la profesión de la actuación.