No es exagerado decir que Mercedes Morán (Córdoba, 1955) es una actriz cuyo talento y encanto traspasa la pantalla, ya sea interpretando a una talentosa escritora de novela negra, la brillante Nurit Iscar en “Betibú” (2014), o a una feroz y conservadora pastora evangélica, la intrigante Elena Vázquez Pena, en la serie “El reino” (2021). Su filmografía, por supuesto, es mucho más extensa.
Empezó a actuar profesionalmente en sus veintes, pero el público peruano la conoció mucho después, tal vez en las primeras películas de Lucrecia Martel: “La ciénaga” (2001) o “La niña santa” (2004). En el 2021 presidió el jurado de la competencia ficción del Festival de Cine de Lima, y este 2022, el mismo espacio la acoge como la homenajeada de su edición número 26.
La noche de la inauguración del festival, fue la directora peruana Joanna Lombardi la encargada del discurso que precedió la entrega del trofeo Spondilus a Mercedes Morán. La homenajeada cerró la noche bailando las canciones de Los Mirlos, encantada. “Me gustó la gala. Me gusta que los festivales latinos sean bien latinos, que dejemos de mirar hacia afuera”, dice, y luego lamenta que solo a través de los festivales se pueda acceder al cine latinoamericano. “No tenemos un circuito que permita que nos veamos los unos a los otros”, añade. Y así, empezamos esta conversación.
—Este homenaje se suma a otros que ya ha recibido por su trayectoria. ¿Qué es lo que ve cuando repasa su carrera?
Veo una sucesión de trabajos que parecen de otra persona. La verdad es que estos últimos años he empezado a experimentar estos reconocimientos a la trayectoria y de alguna manera me han obligado a reflexionar sobre el privilegio que siento de poder trabajar de esto. Cada película que repaso para estas retrospectivas me hace viajar a las circunstancias, al momento en el que la hice, y así tengo la posibilidad de verme en distintos momentos de mi vida y la verdad que veo un camino lleno de maestros, de aprendizajes, de convivencias, porque las filmaciones son eso, somos como hermanos que nos comprometemos para realizar el sueño de una directora, de un director, y eso es muy bonito.
—Joanna Lombardi destacó que usted ha trabajado en varias óperas primas. ¿Es un propósito que ha desarrollado con el tiempo o que asumió desde sus inicios?
En principio son las dos cosas. Es darle crédito y apoyar a alguien que hace su primera película, pero por otro lado también es algo personal, egoísta, si quieres. Creo que la primera vez es irrepetible y única, y que hay algo más allá del derrotero del director o directora. Hay algo que pone en esa ópera prima que no lo vuelve a depositar y eso es increíble. Por otro lado, también he notado que muchos realizadores, cuando piensan sus óperas primas, sueñan con trabajar con algún actor o con alguna actriz determinada, pero aparece una especie de temor, de pudor a la hora de presentarse con su primera película e intentar dirigir a alguien con mucha experiencia; entonces también siempre me ocupé de tirar por tierra ese prejuicio conmigo. Yo hago el mismo trabajo con una directora o un director que recién empieza, y con una o un consagrado. Y me gusta que sea así.
—Hablando de vencer un pudor inicial, ¿qué pudores tuvo que vencer usted en su carrera?
El primero fue descubrir que para ser actriz no había que ser especialmente extrovertida. Yo pensaba eso, y me sentía muy lejos de la actuación porque yo era muy tímida. Ya no puedo decir que sigo siendo igual de tímida, me ha pasado la vida y he perdido algunos pudores, pero cuando comencé sí; así que fue un gran descubrimiento básico, inicial, de que la actuación o el componer personajes no tenía que ver con la desfachatez, que se podía abordar por otro camino.
—¿Hay algo que usted no haría?
No. Haría de todo, si es algo que me inspira, si me despierta la imaginación. El correr riesgos es algo fundamental, pues te saca de esa zona cómoda que conoces y es la única posibilidad de descubrir instrumentos nuevos. Puede salir bien o mal, pero yo no tengo prejuicios de ese tipo.
—O sea, un desnudo, una escena de sexo o saltar en paracaídas, todo está contemplado.
Sí, está contemplado. El hecho es que yo sienta que realmente pueda aprender algo de eso.
—Usted lleva un cabello blanco precioso. Creo que ayuda a resignificar las representaciones de mujeres.
Ojalá. No es sencillo envejecer frente a cámaras. Hay cosas que tenemos muy incorporadas, tanto nosotros como la industria. Para mí ha sido una liberación dejar de depender de la peluquería, pero todo comenzó cuando hice “Neruda”. Pablo Larraín me dijo: “Te ves un poco joven para el papel, ¿no te animas a decolorarte el pelo?”. Y le dije que sí, claro, por supuesto. Fue rarísimo, porque por lo general es al revés, nunca estás demasiado joven. Así que bueno, ahí me lo decoloré, y cuando me empezó a crecer me encontré con esto, con este color.
—Antes los papeles de mujeres mayores de 40 eran muy limitados, y ahora hay un poco más de diversidad, de opciones. ¿En algún momento temió que llegara un punto en el que podrían encasillarla?
¿Sabes? Nunca pensé en mi trabajo en términos de carrera. Lo único que recuerdo es haber dicho que no quería envejecer trabajando, que mi fantasía era irme a vivir al campo y estar ahí en la tierra, con alguna huerta o algo así, pero la verdad que he cambiado de idea. Ya no pienso así, por ahí combinar las dos cosas. Quisiera seguir trabajando. A mí actuar me hace bien, me cura, me quita años en el mejor de los sentidos. Cuando paso un tiempo largo sin rodar, extraño los sets, los equipos, los encuentros que se provocan haciendo una peli o una serie o teatro, así que en ese sentido he cambiado de opinión. Me pasa también que cada trabajo que hago me da mucho nervio, me da mucho susto, pienso que no me va a salir, dudo... Y quiero que sigan pasando esas cosas, quiero, en mi último trabajo, mantener intacta la sensación que tuve la primera vez.
—Usted nació en Córdoba, ¿volvería a vivir allá?
Mi infancia transcurrió en San Luis y yo sufrí mucho la primera gran mudanza del pueblo a la capital, pero he construido mi vida en Buenos Aires desde los 7 años y la siento mi casa. La verdad es que cuando vuelvo de un viaje me vuelvo a enamorar de sus calles, de su luz, sigo el crecimiento de los árboles en la ciudad... La siento mi casa. Por San Luis y por Córdoba tengo un amor muy lindo, de la infancia. Me gusta volver, me gusta recordarlo, tengo recuerdos prístinos de esa época de mi vida, pues tuve una infancia feliz, pero no me imagino viviendo fuera de Buenos Aires.
—Y cuando ve cómo está su casa, Buenos Aires, ¿qué le genera?
Buenos Aires no sufre lo que sufre cualquier otra ciudad del interior, pero sí me entristece ver cómo la ciudad se llena de gente desclasada y pobre que empieza a dormir en las calles.
—Hace poco también fue noticia que el gobernador pidiera que se deje de usar lenguaje inclusivo en las escuelas…
Sí, y me parece un atraso tremendo. Tanto que se lucha por progresar culturalmente en un sentido y en otro, y luego vienen estos retrocesos. La verdad es que yo soy muy progresista en ese sentido, creo que el lenguaje está vivo y que representa lo que sucede, y que lo que han hecho no es por un tema académico, sino que es una resistencia de la tradición más fuerte.
—Reflejo de que tenemos muchas batallas por librar.
Sí, y de que los derechos que hemos conseguido hay que sostenerlos y defenderlos, y lo que falta conquistar, pues hay que ir por ello.