En marzo de 1922 el cine de horror estaba aún en ciernes. Un audaz y talentoso director, F. W. Murnau, hizo lo posible por adaptar al cine la obra cumbre de Bram Stoker, “Drácula”, pero la viuda del autor no estaba interesada. Entonces, llevó adelante el sombrío proyecto de inventarse su propio y espeluznante vampiro, convirtiéndolo en icono del expresionismo alemán. Así nació “Nosferatu”, la primera vez que unos colmillos nos hicieron temblar.
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De él decían que cazaba ratas, devoraba alimañas o bebía sangre. Que miraba con deseo los cuellos de la gente, que él mismo era una criatura pestilente ávida de muerte. Quizás sus dientes afilados, su cabeza calva, sus orejas puntiagudas y sus largas y negras uñas, además de su perfil esmirriado y sombrío, en el que habitaba una mirada muerta que parecía venir de tiempos inmemoriales, no hayan sido solo parte de su actuación. Quizás no se trata solo de un actor de método.
¿Es realmente un histrión teatral reclutado por Murnau? ¿Solo extraña o impresiona porque usa técnicas poco convencionales o es un vampiro verdadero, un sobreviviente mítico hallado en una cueva olvidada? Estas fueron algunas de las sospechas, rumores e interrogantes que se hicieron alrededor de la figura de Max Schreck, el actor que encarnó al Conde Orlock —protagonista de Nosferatu— y que forjaron una leyenda tan grande que necesitó película por sí misma. El año 2000, E. Elias Merhige dirigió “La sombra del vampiro”, con John Malkovich como Friedrich Wilhelm Murnau, y Willem Dafoe como un perturbador Schreck, en una historia con tintes de ficción sobre la filmación de Nosferatu, realizada en 1921. Gracias a ella podemos acercarnos a la ambigüedad de una figura trágica que parece arrastrarse por todos los siglos como la sombra borrosa de lo que fue. Tal como escribió el célebre crítico Roger Ebert, Nosferatu “se asombra de sí misma. Parece que cree de verdad en los vampiros”.
Olvídense del atractivo hombre de mirada firme, ademanes refinados y traje impecable que el cine construyó posteriormente, convirtiéndolo en una especie de malévolo y seductor galán a través del embrujo de Bela Lugosi, Christopher Lee o Frank Langella. El de Murnau es una criatura maligna, espantosa y voraz. El fantasma que queda en pie tras pestes, guerras, hambre y muertes, deambulando en las ruinas de lo que queda del mundo.
Obligado por Florence Balcombe, viuda de Bram Stoker, Murnau tuvo que transformar su proyecto sobre la marcha para convertirlo en “Nosferatu, una sinfonía del horror”. Ya que la dama británica se negó a cederle los derechos de Drácula, la novela de su esposo publicada en 1897, el protagonista llevaría el nombre de “conde Orlock”, aunque la historia original podía reconocerse sin esfuerzo: desde su castillo en Transilvania, Orlock desea adquirir una propiedad en una apacible ciudad, la que tras su llegada sucumbirá ante una extraña peste, haciendo de la muerte algo terriblemente cotidiano.
Entretanto, el insaciable vampiro querrá unir su destino al de una mujer que lo remite a su pasado, a cuando no era aun lo que ya es. El guionista, Henrik Galeen, se encargó de hacerle ciertas variaciones a la historia de Stoker, pero los cambios no contentaron a Balcombe. Tras enterarse del estreno en Berlín a través de una carta anónima, la viuda actuó de inmediato en defensa de los derechos de autor de su esposo. No solo no quiso nunca ver “Nosferatu”, sino que exigió una reparación económica y consiguió una orden para destruir todas sus copias y negativos, lo que tuvo que hacerse. Felizmente, algunas ya habían salido de Alemania, lo que nos permite apreciar la espeluznante magia de este filme hoy, 100 años después de su estreno.
Colmillo blanco
“Nosferatu. Quizás la palabra no te suene como el grito nocturno de un pájaro de mal agüero. Pero guárdate de pronunciarla o las imágenes de la vida se desvanecerán en las sombras, sueños espectrales saldrán de tu corazón y se alimentarán de tu sangre”, indica un mensaje que aparece al inicio del filme. A partir de ese momento, los espectadores irán sumergiéndose lentamente en una especie de hipnosis, un trance como el que legendariamente usan los vampiros para subyugar a sus víctimas. Nosferatu es “el inmundo”, el “no muerto”. La sola pronunciación de su nombre podría convertirse en una invocación que atraiga su presencia.
La historia del filme se inicia mencionando la extraña mortandad ocurrida en la ciudad de Wismar, Alemania, en 1838. Antes de esos días aciagos, todo parece ser felicidad en el recuerdo de Hutter, el protagonista, y su novia Ellen, antes de que él viajara a Transilvania y se involucrara con Orlock. Ante la falta de permisos para usar los nombres de la novela, la Inglaterra victoriana del libro se convirtió en una ciudad alemana, Jonathan Harker pasó a llamarse Hutter y Mina se convirtió en Ellen.
A pesar de los posteriores problemas legales, la película es considerada hasta hoy como uno de los mejores filmes de todos los tiempos, gracias, sobre todo, a su atmósfera siniestra, llena de sombras y contraluces, y a su enigmático protagonista. Lo primero fue responsabilidad directa del genio de Murnau y de su director de fotografía, Fritz Arno Wagner, uno de los más importantes de aquellos años, cuyo trabajo influiría decisivamente en el cine negro, tiempo más tarde. El segundo mérito le corresponde al ya mencionado Max Schreck, que no era un vampiro real como imaginó la película de Elias Mehrige, sino un actor berlinés con una sólida carrera teatral —al lado del reputado Max Reinhardt— y una meticulosa pasión por el maquillaje y la confección de vestuario, talentos que aplicaría para la concepción de su repugnante Nosferatu. La música, por su parte, sería tarea del compositor Hans Erdmann, que trabajaría años después junto a Fritz Lang en “El testamento del Dr. Mabuse” (1933).
Aunque la referencia directa es la novela, el origen del proyecto está en una experiencia vivida por Albin Grau, productor, director artístico y de vestuario en la película de Murnau. Durante la Primera Guerra Mundial, en 1916, en Serbia, el entonces soldado Grau oyó a un granjero decir que su propio padre era un “no muerto”. La convicción con la que contó su historia en un contexto ya de por sí devastador y mortal, lo impactó para siempre. Años después, junto a Enrico Dieckmann, fundó la productora Prana Film, responsable de “Nosferatu”, y se convirtió en un creyente y seguidor del ocultismo que llegó a tener cercanía con Aleister Crowley, icono esotérico de inicios del siglo XX, también llamado “La bestia 666″. El propio nombre de la productora de Grau, una palabra en sánscrito, hacía referencia a la fuerza vital que mueve a todos los seres vivos, según el hinduismo. Es inevitable establecer el paralelo entre esa idea y un personaje que no está completamente muerto y que consume la energía –la sangre- de otros para subsistir. Otra clave está en los símbolos arcanos de la carta que Nosferatu envía al corredor inmobiliario en una escena de las escenas iniciales del filme y que aún hoy son indescifrables.
Un sórdido acontecimiento asociado a estas teorías tuvo lugar en julio del 2015, cuando unos desconocidos profanaron la tumba de F. W. Murnau —fallecido en un accidente automovilístico en Estados Unidos en 1931—, ubicada en el cementerio de Stahnsdorf, en Berlín, y le arrancaron y robaron el cráneo a su esqueleto. ¿Frenología? ¿Coleccionismo tanático? ¿Un ritual satanista? A pesar de los restos de cera de velas dejados en la escena, que insinúan una oscura liturgia, es otro misterio sin resolver dentro de las infinitas anécdotas que rodean al filme y a sus protagonistas. Como cruel paradoja, queda un busto suyo en la parte exterior del mausoleo. Afuera está la cabeza que adentro ya no hay. Ni siquiera el director de Nosferatu pudo escapar a la necrofilia digna de los vampiros. Lo curioso es que no le hayan también clavado una estaca allí donde solía estar su corazón.
Desde el más allá
La muerte de Murnau, a los 42 años, fue tan temprana como polémica y suscitó el morbo de prensa y público. Según Kenneth Anger, autor de ese compendio chismográfico de los primeros años del cine, titulado “Hollywood Babilonia”, “Las viperinas lenguas de Hollywood no tardaron en afirmar que, cuando el vehículo se salió de la carretera, Murnau estaba practicando una delicada fellatio sobre García”. García Stevenson era el criado y secretario personal de Murnau que manejaba el auto en el accidente que lo mató. Otro dato para la polémica posterior: se dice que el muchacho, de origen filipino, tenía solo 14 años.
Sorprendentes también fueron las muertes de Max Schreck, en 1936, a los 56 años, producto de un infarto fulminante, o la de Fritz Arno Wagner, en un accidente mientras filmaba, en 1958.
Se cuenta que, tras la partida del director alemán, solo 11 personas fueron a su entierro, entre ellas Emil Jannings, Fritz Lang y Greta Garbo. De hecho, la actriz sueca encargó hacer una máscara mortuoria del rostro de Murnau que mantuvo en su escritorio durante varios años.
Poco tiempo después del estreno de Nosferatu en Alemania, y para evitar el pago de la reparación económica a la viuda de Stoker, Grau declaró Prana en bancarrota. La productora que había nacido para realizar películas de misterio y terror, con un trasfondo ocultista y sobrenatural, dejaba como legado un único filme. Felizmente, algunos se resistieron a los legítimos esfuerzos legales de la señora Stoker y guardaron copias hasta que pasó la tormenta. Este triunfo, sin embargo, fue una espada de doble filo: ha hecho que abunden copias con cortes, pésima calidad de imagen o variaciones en la edición. Felizmente, el filme fue restaurado en 1987, 1995 y, el 2006, cuando tuvo paso por su restauración definitiva a cargo del español Luciano Berriatúa, quedando lo más fiel posible a la versión original.
Nosferatu, hoy
Poco más de 50 años después de Nosferatu, en 1979, Werner Herzog mostró su admiración por F. W. Murnau haciendo un remake de su icónico filme. Fue una nueva oportunidad para unir su talento al de Klaus Kinski, quien ya era su propio terror fuera de cámaras. Participaron también Isabelle Adjani y Bruno Ganz, y la atmósfera sombría se acentuó gracias a la música de Popol Vuh y a la fotografía de Jörg Schmidt-Reitwein.
Pero, como un genuino vampiro, Nosferatu se resiste a morir. Hace unos meses se comentó que Robert Eggers, director de filmes destacados, como “La bruja” o “El Faro”, estaba inmerso en el proyecto de un nuevo remake, en el que participaría Anya Taylor-Joy. Sin embargo, según la página imdb, el director David Lee Fisher está ya en la posproducción de un proyecto similar, que tiene como protagonista a Doug Jones, recordado por “El laberinto del fauno” o “La forma del agua”.
De este modo, la historia que se inició en los estudios de cine Jofa en julio de 1921, pasó por su filmación en lugares como Wismar, Lübeck, Lauenburg, Rostock, Sylt o el bosque de Tegel en Alemania; o el Valle Vrátna, el Alto Tatra, el río Váh o los castillos de Orava o Starý hrad en Eslovaquia, y se extendió hasta el estreno oficial del filme, el 15 de marzo de 1922, sigue moviéndose entre las sombras, como si fuera natural la fobia al sol, no reflejarse en los espejos, dormir en ataúdes o alimentarse con sangre, características arquetípicas de los vampiros, se apelliden como se apelliden.
En una escena de “La sombra del vampiro”, el conde Orlock –encarnado por Willem Dafoe-, se queda solo en el lugar de filmación y enciende una cámara que proyecta sus imágenes sobre una sábana blanca. Orlock coloca su mano, tétricamente huesuda y con uñas afiladísimas, delante del lente, proyectándola como símbolo del horror. Segundos después, decide mirar hacia adentro de la cámara a través de ese mismo lente. Es la única manera en la que le es posible ver amaneceres. Como si los hallara en un pasado cinematográfico que sigue saludable y vivo.
“¿Qué es lo que más quieres y no puedes obtener?”, le preguntaron a Orlock instantes antes. “La luz del sol”, respondió lacónico. “Ahí está tu emoción, úsala”, le respondió Malkovich/Murnau. Después de todo, si Drácula es el “Príncipe de las tinieblas”, Friedrich Wilhelm Murnau debería ser el rey de ellas.
- Friedrich, tenemos que hablar del vampiro…
- No ahora, Albin, ya casi es de noche.
Un Oscar para Murnau
A diferencia de muchas otras ocasiones, la Academia de las Artes y las Ciencias de Hollywood fue capaz de reconocer oportunamente el talento de un director que parecía venir desde el futuro, al otorgarle un Oscar por “Sunrise: A Song of Two Humans” (1927), “por ser una producción única y artística”. Al igual que “Nosferatu”, “Sunrise” es considerada hasta hoy una de las obras maestras de la historia del cine y un filme revolucionario en su momento. Aunque parte de su filmografía se ha perdido, tiene otras obras destacadas que es posible hallar, incluso en YouTube, como “Fantasma” (1922) “La última carcajada” (1924), “Fausto” (1926) o “Tabú” (1931), película que estaba a punto de estrenar cuando tuvo el accidente que le costó la vida.
¿Dónde ver “Nosferatu, una sinfonía del horror”?
Por su antigüedad, los derechos de la película ya han sido liberados y es posible verla en buena calidad en YouTube.
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