El músico irlandés Van Morrison. (Foto: EFE/Víctor Lerena/ Archivo)
El músico irlandés Van Morrison. (Foto: EFE/Víctor Lerena/ Archivo)
Ricardo Hinojosa Lizárraga

Habían pasado ya por el Trobadour y Fillmore como parte de su gira por los Estados Unidos. A pesar de que sus dos primeros discos no habían estado entre los más vendidos, sus presentaciones en vivo despertaban entusiasmo, como lo hicieron desde sus primeros días en , donde representaban a los “angry youngs”, los “jóvenes molestos” de mediados de los 60, los quinceañeros de la posguerra. La inmensa capacidad de su vocalista para convertir sus presentaciones en ceremonias de fuego y sacrificio los habían sacado de los pequeños clubes nocturnos de su ciudad natal, hasta llevarlos a los lugares más de moda del otro lado del Atlántico. Eran tiempos de los Rolling Stones, tiempos de The Who, The Kinks, The Animals, pero también tendría que ser tiempo para Them. O al menos para uno de ellos.

Tras el Trobadour y Fillmore les quedaba un lugar más en la ruta, el Whisky a Go Go en Los Angeles, donde compartirían cartel con una banda emergente de la casa. Cuenta la leyenda que, en el momento más álgido de aquella noche de 1966, los dos vocalistas hicieron un mano a mano vibrante interpretando In the Midnight Hour, un clásico de Wilson Pickett: “I’m gonna wait till the stars come out/ And see them twinkle in your eyes/ I’m gonna wait ‘till the midnight hour/ That’s when my love begins to shine/ In the midnight hour” (“Voy a esperar hasta que salgan las estrellas/ Y las vea brillar en tus ojos/ Voy a esperar ‘hasta la hora de la medianoche/ es entonces cuando mi amor comienza a brillar”). Ambos convirtieron ese tema en un jamming espectacular, de casi 20 minutos, gracias a sus voces y sus talentos desenfrenados. Eran Van Morrison y Jim Morrison, frontman de The Doors, compartiendo el único parentesco que los unió, entre cervezas, huiros y whiskies, más allá de la coincidencia de sus apellidos: la música.

Aunque el segundo fue una estrella fugaz que partió a los 27 años, ha logrado perennizar más temas que el hombre que sigue vivo. Para cualquier amante del rock es sencillo enumerar varias canciones de The Doors, pero no todos son capaces de hacer lo mismo con el repertorio del cantante irlandés que, además, ha sabido trascender las fronteras del rock para vestir su sonido de rythm & blues, jazz, blues y música celta. Aunque podría decirse que una de las grandes injusticias de la historia de la música es que a veces parezca no ocupar el parnaso de los grandes rockstars, es posible que él mismo se lo haya buscado. ¿Un ejemplo? Muchos creen que Jim Morrison y The Doors son los autores del clásico “Gloria”, con la que consiguieron una brutal versión en vivo, pero el tema fue escrito por Van Morrison en 1964 para Them. Las leyendas cuentan que también la cantaron juntos en aquella noche de jammin´. “Dentro del corazón de la bestia... Aquí hay algo tan bueno, tan puro, que, si no hubiera indicios de la existencia del disco, no debería haber algo como el rock and roll... La voz de Van Morrison es un feroz faro en la oscuridad, el faro en el final del mundo. Resulta uno de los más perfectos himnos del rock, conocidos para la humanidad”, escribió sobre “Gloria” Paul Williams, en su libro “Rock and Roll: The 100 Best Singles”.

Durante los más de 50 años que tiene en los escenarios, el hombre también conocido como “El cowboy de Belfast” ha forjado fama de malhumorado, impaciente, esquivo y hostil con la prensa y ha concedido muy pocas entrevistas. Eso le sucedió, incluso, a su llegada a Estados Unidos, antes de esas noches de locura y rock and roll. “Un equipo del programa de televisión costa a costa “Shindig”, fue a esperar a Them al aeropuerto. Los tribuletes de turno se abalanzaron sobre ese irlandés bajito y gordinflón mientras que las cámaras lo enfocaban en primer plano. Morrison se quedó patidifuso, empezó a balbucear confusamente e intentó contestar aquellas preguntas estúpidas. Lo único que consiguió hacer fue poner su típica cara de desprecio, en la que no faltaban las muecas de terror, y quedarse completamente mudo”, contó el periodista y escritor Eduardo Jordá en su libro “Van Morrison”.

La leyenda del irlandés errante

La primera presentación de Them había sido una noche de abril de 1964 en The Maritime Hotel, en Belfast, considerado hasta hoy como la cuna del Rythm & Blues en Irlanda del Norte. Van Morrison dijo, tiempo después, que Them había nacido y muerto allí, porque para él, la banda fue incapaz de rescatar la mística y el feedback que les daba el público allí en otras giras y conciertos. Incluida aquella legendaria noche en el Whisky a Go Go en la que cantó junto al Rey Lagarto. Hoy, aquel compositor de canciones de amor y desamor, recuerdos de las calles de Belfast o duras historias de soledad, con 76 años, ha sido nominado al Oscar por “Down to Joy”, el tema que compuso para “Belfast”, que suma otras seis nominaciones en una noche que podría tener sabor norirlandés.

Kenneth Branagh decidió detenerse en una ciudad, en un tiempo y un espacio determinados. Su infancia en las calles de la capital norirlandesa no solo vio nacer el conflicto entre protestantes y católicos, con connotaciones políticas, que llegó a tener graves episodios de violencia, sino también los movimientos musicales, eminentemente influenciados por el rock y el blues, a ambas orillas del mar de Irlanda. Sin embargo, para el hoy consagrado director y guionista, no había música ni voz que sonara más Belfast que Belfast misma, como la de Van Morrison, uno de los cantantes definitivos de la historia del rock, que pasó de una juventud salvaje hasta una madurez calmada, con la sobria imagen de un crooner que no solo canta, sino que consagra las canciones como si se tratara, cada una de ellas, de una ceremonia religiosa, de palabras que embriagan y llevan a la epifanía con la elegante influencia del jazz y el blues. Visto así, no había otra voz como la suya capaz de elevar cinematográficamente a Belfast, la ciudad que vio nacer a Morrison y a Branagh.

“Le escribí, y luego me llamó por teléfono y me hizo una audición”, contó Kenneth Branagh en una reciente entrevista sobre cómo se concretó la colaboración de Van Morrison en Belfast, que es, además, la primera vez que compone música para una película. “Creo que quería saber que mis intenciones eran honorables y que no nos meteríamos con su sonido. Pero, al final, nos dejó hacer remezclas para la banda sonora de algunas de las grabaciones maestras. También nos escribió una nueva canción, ‘Down To Joy’, que abre la película: es mágica. Vino a ver cortes del filme y ofreció más aportes. Van fue un excelente colaborador, y muchas, muchas personas que me habían advertido que sería un alma muy gruñona, ¡resultaron estar equivocadas en este caso!”. “Entonces –agregó Branagh- aunque hay música hermosa en todas partes de la isla, contemporánea y muchos otros clásicos, era difícil pensar en hacer una película sobre Belfast sin reconocer esa voz en particular”.

Dejando su proverbial mal carácter de lado, Van Morrison aportó a Belfast otros temas antiguos de su discografía, como “Caledonia Swing” (del álbum Keep Me Singing del 2016), “Bright Side of the Road” y “And the Healing Has Begun” (Into the Music, 1979) –que un biógrafo llamó “la canción central de la carrera de Morrison”-, “Warm Love” (Hard Nose the Highway, 1973), “Jackie Wilson Said” (Saint Dominic’s Preview, 1972), “Days Like This” (Days Like This, 1995) –que se convirtió en un himno pacifista para Irlanda del Norte-, “Stranded” (Magic Time, 2005) o “Carrickfergus” (Irish Heartbeat, 1988), lo cual es una maravillosa manera de hacer un recorrido por joyas de su discografía, a la vez que se revive un difícil periodo de la historia de su país. La música demuestra ser tan inmortal como la propia historia.

El hombre dentro de la voz

Algunos dicen que Van Morrison luce como si el poeta Dylan Thomas hubiera llegado a su edad. Eso, si su edad se midiera en litros de whisky o en noches en vela siendo un incendio por sí mismo. Para cantar la música de “Belfast” también era necesario haberla sufrido, haber tenido angustia en sus calles o dolor en la almohada, antes y después de cada madrugada, con conciertos o sin ellos y más allá de la música. Porque no se puede cantar con la textura que Morrison posee en la garganta si no se ha vivido –o bebido- lo suficiente.

En abril de 1966, las costuras temporales con que se había sostenido la banda en su gira americana, terminaron por romperse y varios miembros de Them buscaron un nuevo destino. Para mediados de ese año, Van Morrison vivía solo en un hotel londinense de medio pelo, rodeado de botellas de licor. Recién estaba por cumplir los 21 años, pero consideraba que su carrera estaba acabada. Comenzó como saxofonista, pocos años antes, en una banda llamada The Monarchs, sin mayor ambición, pero el tiempo junto a Them le había mostrado lo que sí podría haber logrado. La escena californiana lo había fascinado, pero se había quedado sin alma… y casi sin hígado, distanciado de sus compañeros y harto de los managers y productores. Lo único bueno que hizo en este tiempo fue seguir escribiendo canciones. Dejó atrás la inspiración garajera de su antigua banda y eligió senderos más íntimos. Si bien debutó como solista en 1967 con el LP “Blowin´ Your Mind!” –que incluye su clásico “Brown Eyed Girl”-, su verdadero debut se considera el fabuloso “Astral Weeks” (1968), al que siguió “Moondance” (1970), dos obras maestras en toda regla que aparecen en las principales selecciones de mejores discos de la historia del rock, a pesar de no interpretar únicamente ese género.

Tupelo Honey (1971), Saint Dominic’s Preview (1972), Wavelength (1978) o Into the Music (1979) continuaron por esa misma línea durante los años 70. Irish Heartbeat (1988) coronó la década de los 80 tal como Back on Top (1999) lo hizo en los 90. De este último se extrae “Precious Time”, uno de los temas clásicos de su repertorio en concierto. “Back on Top es sólido, brillante. Pero es también un Monet y nueve Norman Rockwell”, escribió sobre este disco la revista Rolling Stone.

En el camino, Morrison se dejó sudores, sangre y lágrimas, pero también la consagración que su talento merecía. Ha recibido 6 Grammy (Entre 1996 y el 2007), un premio Brit (1994), además de haber ingresado en el Salón de la Fama del Rock and Roll (2003) y en el Salón de la Fama de la Música Irlandesa (1999). Luego, recibió la Orden del Imperio Británico –por su servicio a la música- y Francia le otorgó la Orden de las Artes y las Letras (ambas en 1996). Recibió también dos doctorados honoris causa por la Universidad Queen’s de Belfast (2001) y por la Universidad del Úlster (1992).

Estos méritos, sin embargo, no suman a la hora de aumentar sus posibilidades para obtener el Oscar a Mejor Canción, categoría en la que “Dos oruguitas” (composición de Lin-Manuel Miranda e Interpretación de Sebastián Yatra para la película “Encanto”), parte como clara favorita. De todos modos, un premio así coronaría la carrera de una de las voces más poderosas que ha tenido el rock and roll, aunque Van Morrison jamás haya tenido interés en ser el tipo más simpático del barrio. De hecho, ya anunció que no irá a la ceremonia del Oscar, ya que está en plena gira. Este año, se presentará en ciudades como Viena, Estocolmo, Gent, Stuttgart, Baarn, Madrid, Hollywood o Las Vegas.

Sin embargo, hay rumores sobre otro motivo para su ausencia: la exigencia de vacunación. Como se sabe, la ceremonia del Oscar pide, obligatoriamente, que nominados, invitados y personal de los medios de comunicación estén vacunados antes de asistir. Morrison, en los últimos tiempos, emprendió una “cruzada” junto a otra leyenda, Eric Clapton, contra la cuarentena y la vacuna del Covid-19 que lo llevó, una vez más, al centro de la polémica. “Stop and Deliver” y “This has Gotta Stop”, dos temas que hicieron juntos, manifiestan estas ideas. En un tema propio, No More Lockdown, Morrison canta: “No más confinamientos/ no más excesos del Gobierno/ no más matones fascistas/ alterando nuestra paz”.

Sin embargo, como en su propia carrera, no todo es tan malo como parece: algunas de estas últimas grabaciones han servido para recaudar fondos que subvencionan a los músicos parados en Irlanda del Norte a causa de las restricciones por la pandemia.

Para bien o para mal, el irlandés errante, conocido también como “El león de Belfast”, sigue su ruta, fiel a sus convicciones. Y, felizmente, fiel a la música que lo hizo eterno.

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