Desplazarse por campos puneños, mimetizarse con su fulgor y reírse con el candor de la infancia. La intuición de un tiempo circular, sin principio y fin, de energía en constante movimiento, como si el pasado y el futuro se fusionaran. El niño Óscar Catacora corre y sonríe en ese espacio exuberante en las antípodas de la saturación limeña y del vértigo de un tiempo capitalino que avanza de forma lineal.
Ya en la ciudad de Puno, el artificio asoma: la hipnosis televisiva por medio de la señal del Estado. Pero es un artificio que activa la magia. Sus familiares a veces salen los fines de semana. Al estar solo, la TV funge de compañía. El niño contempla películas japonesas que registran otro tiempo y espacio. Y que lo fascinan. Esa estética oriental le genera curiosidad. Él asocia esos planos, horizontes vastos y cierto pudor en el estilo de vida con los Andes peruanos.
Hoy el adulto Óscar Catacora, de 31 años, cree este encuentro fue una feliz casualidad: “No me lo esperaba”. Y no recuerda cómo se llaman esas cintas. Algunas eran de samuráis. Podría haber sido una del senséi Akira Kurosawa. O del maestro Kenji Mizoguchi. Las imágenes se depositan en el inconsciente del niño. Y despiertan una vocación.
Años después, Óscar Catacora se convierte en cineasta, presenta su primer largometraje “Wiñaypacha”–una película hablada íntegramente en aimara–, marca un hito en el cine peruano y obtiene tres distinciones en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, en México: Mejor Ópera Prima, Mejor Fotografía en Película Iberoamericana de Ficción y el premio Feisal (Federación de Escuelas de la Imagen y el Sonido de América).
La fría sinopsis dice sobre su excepcional cinta: una pareja de ancianos de más de 80 años vive abandonada en un lugar remoto de los Andes del Perú, a más de cinco mil metros de altura. Ellos ruegan a los dioses para que su único hijo regrese a rescatarlos.
En imágenes, todo se potencia. Su puesta en escena genera múltiples sugerencias. "Wiñaypacha" apela a recursos esenciales para ofrecer modernidad cinematográfica. La película se funde con tradiciones para proyectarse al porvenir.
Las composiciones de sus encuadres, por ejemplo, propician una sensación de armonía, de convivencia entre las personas y la naturaleza, de reciprocidad entre los seres humanos, su entorno y la Pachamama (en la madre tierra todo regresa), lo que sintoniza plenamente con el aimara. Hay en esa armonía, sin embargo, algo inquietante; como si el paso del tiempo o el devenir de la vida cobijara un desgarro. Los silencios y la espera se vuelven significativos.
¿Qué particularidades presenta el aimara? Catacora responde: “Siempre se habla en primera persona y en comunión. Nada puedes hacer de manera individualista. Por eso existe la expresión ‘jilatanaka kullakanaka’, que quiere decir ‘hermanos y hermanas’. Siempre es con el permiso de ellos”.
Luego, el cineasta cita en aimara la frase célebre de Túpac Katari, el rebelde indígena que murió en plena revolución. Catacora traduce la cita al español: “Más o menos quiere decir que él solo va a morir, pero que después de él vendrán millones”.
El aimara es un idioma testimonial. La enunciación en primera persona es inseparable del conjunto y del entorno. El lenguaje refuerza la identidad, la cultura y la cosmovisión. Por cierto, sigue en los planes del director llevar al cine la rebelión indígena de 1780, una sublevación que lo persigue e impresiona desde niño.
“Wiñaypacha” ha sido traducida como eternidad. Se le pregunta a Catacora si esto es exacto. Él acota: “Ha sido dificilísimo definirla así. Tiene varias acepciones. Lo más cercano sería tiempo eterno o mundo eterno. Porque ‘pacha’ significa ‘espacio’. Por eso ‘pachamama’ significa ‘madre tierra’. Pero cuando decimos ‘aka pachamaqa’, esto quiere decir ‘en este tiempo’. Es complicado darle una traducción exacta. Pero esto no es un documental; se trata de una ficción. Como cineasta, en todo caso, me gusta la ambigüedad”.
EN CÍRCULOS
Óscar Catacora contesta el test de Proust de la revista "Somos". Una pregunta y una respuesta son las siguientes:
—Si murieras y se te permitiera volver convertido en otra persona o cosa, ¿cuál crees que sería?
Creo que me reencarnaría en un león.
¿Por qué esta elección? El director se explaya: “Creo ser el único de mi familia que ha generado ciertos problemas. Digamos que en la cultura aimara no existe la costumbre de salir a explorar. Por otro lado, me gusta resguardar a mi familia, ese lado protector”.
De niño y adolescente, sus ganas de explorar se agudizan con su afición por la lectura y la escritura. Tras terminar el colegio, el joven Catacora busca trabajo. Pero la pasión por la narración sigue ahí.
Él encuentra en la fotografía un arte afín a esa expresión. Empieza a laborar como asistente en un estudio de fotografía. La tecnología digital se consolida. Un día, él mira en la pantalla una de sus tomas. Entonces su intuición interviene decisivamente: el encuadre de esa foto le recuerda algunos planos de las películas japonesas que veía de niño en la televisión.
Se abre un camino que lo obsesiona. Comienza a grabar cortos. Tiene inquietud por la actuación, pero el quehacer y la planificación detrás de la cámara lo van ganado. Pasan los años. Un primer hito de esa trayectoria se llama “Wiñaypacha”. El recorrido continúa.
Se le consulta si ese tiempo o espacio eterno aludido por el título de la película se refiere a algo cíclico. Catacora detalla: "Es lo que se llama pachacuti. En la filosofía o cosmovisión andina, el tiempo da vueltas y no es lineal como en Occidente".
¿En la cultura aimara se cree en la reencarnación, como en muchas culturas orientales? El realizador afirma: “Creo que sí. No lo he leído en ningún libro y tampoco lo he oído, pero como aimara puedo dar mi punto de vista y decir que sí existe la reencarnación. Digamos, una persona ha asumido grandes cargos en la comunidad, ha sido un líder y se le atribuye cierta divinidad. Por eso se le denomina el ‘tata’, y es el que se reencarna en un cerro, en un apu. Entonces, cuando está por comenzar un gran proyecto, hay que mencionar esos nombres. Por ejemplo: ‘Padre Sebastián, ayúdame con este trabajo. Gran apu, tú que estás acá, dame las fuerzas para hacer este proyecto bien, dame la sabiduría’. Estamos asumiendo que esa persona no ha muerto, sino que ha reencarnado en ese cerro o en ese territorio”.
CINEFILIA
El dolor es parte de “Wiñaypacha”. Su mirada, sin embargo, está lejos de un estilo miserabilista u oportunista que exporta exotismo. Catacora indica que el filme tiene dos puntos de vista. Desde una perspectiva andina, “Wiñaypacha” no habla de la pobreza, sino de “un hombre que, con su sabiduría, costumbres y cosmovisión, vive conectado a la naturaleza y en armonía”, y que sufre por la cultura globalizada que le ha arrebatado a su hijo.
Desde una mirada occidental, el director comenta que "Wiñaypacha" podría referirse a "una miseria profunda, el abandono por parte tanto de los hijos hacia los padres, como del Estado, que no tiene políticas públicas para auxiliarlos".
Detrás de "Wiñaypacha" hay mucha cinefilia. Catacora menciona el naturalismo del neorrealismo italiano, la vastedad del paisaje y su convivencia con los hombres del director John Ford, la contemplación existencialista de cierto cine europeo, la observación de los rituales cotidianos –pero trascendentales– de la vida y de sus vacíos de Yasujiro Ozu.
Pero el realizador puneño no es sectario. Él puede disfrutar de un ‘blockbuster’ de Hollywood, aunque el respeto por un tipo de cine de autor es irremplazable. Una cinematografía que apela a lo esencial, sin truculencias. Catacora compara esa pureza con el asombro de un niño por el circo, como cuando ese espectador inocente aprecia a un trapecista que revolotea por el aire para desafiar la muerte sin que ningún cable lo sostenga.
En el cine, el equivalente a ese cable o artificio sería algún efecto o retoque que mata la magia. En “Wiñaypacha”, el realizador procuró que de día la iluminación fuera totalmente natural, y que en las escenas nocturnas o en interiores las fuentes de luz fueran a gas o que provinieran de un fogón. Los cuadros de Rembrandt fueron una referencia para trabajar los claroscuros en “Wiñaypacha”.
DECISIONES Y RECOMPENSAS
Otra pregunta y respuesta del test de Proust con Catacora consignadas fueron:
— ¿Qué otro talento especial te gustaría tener?
Ser experto jugador de ajedrez.
Él pormenoriza ese guiño al ajedrez y sus estrategias: “Es una batalla interna. Una cuestión de decisiones. Para jugar ajedrez tienes que tomar decisiones, y tienes un montón de decisiones para tomar ahí. Y son decisiones drásticas: te equivocas y no hay marcha atrás. Siempre me digo: cómo me gustaría jugar ajedrez como esos maestros”.
¿Cuál ha sido la decisión que más le ha costado tomar? El cineasta medita y contesta: “Apostar por mi sueño. Y creer en mi sueño. Viniendo de una familia sumamente conservadora, no ha sido fácil romper con el paradigma de ir por lo seguro. Soy el primero que ejerce la actividad cinematográfica. Tuve que convencer a mi familia de que crea en mí. Más allá de eso, es enfrentarte a una barrera cultural: la cinematografía es un hecho ficticio, basado en una creación; por ende, incluso podrían considerarme como un mentiroso, como alguien que crea fantasías”.
¿Qué es lo más seguro para su familia? Catacora detalla: “La unidad familiar. Puedes perderlo todo y quedar en lo más bajo de la vida. Puedes ser despreciado por la sociedad. Pero si pierdes a tu familia, ése es el verdadero desprecio que podrías conseguir. Como decía mi abuelo: lo más importante en la vida es la familia y nunca hay que olvidar los orígenes. Mirar el pasado te ayudará a mirar hacia adelante”. Enhorabuena: estas deliberaciones y resquemores han tomado la forma de una recompensa titulada “Wiñaypacha”.
Dato
“Wiñaypacha” está disponible en la plataforma de streaming Netflix.
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