Pedro Alonso en "El secreto del pantano", disponible en Netflix. (Foto: Difusión)
Pedro Alonso en "El secreto del pantano", disponible en Netflix. (Foto: Difusión)

¿Cuántas películas recuerdan que hayan estado situadas en Valencia? ¿Qué conocemos algunos de esa ciudad española, más allá del Valencia Club de Fútbol o la paella valenciana? ¿Conocemos acaso a sus élites de políticos corruptos o al poder que se mueve en sus bajos mundos? “El silencio del pantano” -basada en la novela homónima de Juanjo Braulio y dirigida por Marc Vigil, responsable de varios episodios de la serie “El ministerio del tiempo”- ensaya algunas respuestas, con siniestros resultados.

En la primera escena de la película, sopla el viento y agita árboles, ramas y hojas. Silba fuerte ese viento, como si previniera que algo va a ocurrir en aquel paraje que parece el pantano del título, aunque también nos recuerda a la selva amazónica en la que se refugió hace poco el actor para huir junto a su novia del bullicio de la fama y concentrarse en escribir “El libro de Filipo”, el que será su debut literario. Mientras se sienta a crear a orillas de un Amazonas imponente, recuerda también al protagonista de su nuevo filme, un exitoso escritor de novelas de misterio que parece guardar, tras la misma sonrisa amable con la que autografía libros para sus fans, una pulsión tanática a punto de explotar. Mientras se regresan los pasos tras los motivos de un asesino, estos se convierten también en los motivos del narrador, en los motivos del actor, en una selva o un pantano difusos. Pedro Alonso nació en Vigo en 1972. Q, el protagonista, es un exitoso escritor valenciano. En este universo, un hombre sin nombre sucumbe a jaquecas que lo convierten en un criminal. Un actor con trayectoria, pero poco renombre internacional, eleva sus bonos por interpretar a uno que roba La casa de la moneda. Uno es carisma. Otro es éxito. Otro es frialdad. Otro es poder. Un solo elemento, indesligable: cuando uno sonríe, sonríen todos. El asesinato como una de las bellas artes. La vida misma. “¿Por qué mata su personaje?”, le pregunta una lectora en una firma de libros al inicio del filme. “Porque puede”, le dice él. O uno de ellos.

Alonso, el multifacético

Valencia no es una ciudad marítima. Nunca lo ha sido. Es una urbe fluvial construida sobre un descomunal pantano”, narra el protagonista en los primeros minutos del filme, a modo de introducción. Vemos pasar, ante los ojos de su imaginación -o su recuerdo- a gente frívola, rica, aparentemente exitosa, pero que parece desfilar contenta y superior, sin mirar nunca hacia abajo. “La ciudad empezó el siglo XXI enamorada de sí misma. (…) hoy, el pantano ya no se ve por ninguna parte, pero eso no significa que no exista, sigue ahí, solo que un poco más abajo, como un cadáver mal enterrado, repleto de anguilas y de cañas.”, prosigue. Hay un asesino, ya lo dijimos, pero no es el único. Hay, también, un actor interpretando un papel y un escritor creando una historia. Alrededor se sucede una ciudad digna de aquella descripción, en la que la corrupción política es material diario de noticieros, mientras la miseria y la violencia de los barrios más bravos se agudiza e incendia, ocultada por las autoridades. Q (Pedro Alonso) se mueve entre ambos mundos, casi mimetizado, sin entender que podría convertirse en la pieza clave que haga la línea divisoria entre ellos aún más delgada.

¿Qué más va a encontrar uno en esta historia? “Pues se va a encontrar una novela negra, narrada bajo el sol desvergonzado del mediterráneo valenciano –ha dicho Juanjo Braulio sobre su novela, material inspirador de la película-. He intentado contar una historia negra sobre los rencores más profundos, más oscuros y más terribles del alma humana y ubicarla en un escenario que, a priori, es poco probable o poco propicio o con poca tradición en la novela negra como la ciudad de Valencia, con sus playas, con su especial manera de ver y vivir la vida, optimista, luminosa, y que, como todas las sociedades, tiene un rincón oscuro que es mejor no ver”.

MIRA: “La casa de papel”: cuando ‘Berlín’ visitó la selva peruana en busca de inspiración para su libro

Alonso se conduce por la película con una sobriedad que roza lo gélido, lo contemplativo, muy distinta a lo que ofrece el histriónico, sarcástico y ególatra Berlín de La casa de papel. A pesar de que participó en un cortometraje en 1995, su carrera arrancó realmente en 1996, con un papel en la película Alma gitana (Chus Gutiérrez), a la que siguió, en 1997, Niño Nadie (José Luis Borau). Más adelante participaría en series de TV como A las once en casa (1998-99), Código fuego (2003), Gran Hotel (2011-13) o El ministerio del tiempo (2016), antes de dar el salto a la fama internacional gracias a La casa de papel. En el camino, algunos cortometrajes, nominaciones a premios, pequeños papeles en películas, una turbadora actuación en La playa de los ahogados (Gerardo Herrero, 2015) y el inicio de sus inquietudes literarias, inspiradas por autores como Gay Talese, Karl Ove Knausgård o Emmanuel Carrère.

“Hay algo en la película de Marc Vigil que juega con esa línea difusa entre realidad y ficción. Yo la confundo todo el rato en mi propia vida”, declaró el año pasado a Vanity Fair. Después de pasar periodos largos en el paro, como dicen en su España natal, se dio cuenta de que se había convertido en uno de esos actores por los que muchos peguntan “¿Qué fue de él?”. Desde el 2017, interpretar al inestable pero carismático ladrón del éxito de Netflix le dio un giro a su vida y llovieron las propuestas. Rechazó casi todas, menos El silencio del pantano. La razón fundamental fue la posibilidad de trabajar con Marc Vigil, una promesa que se hicieron después de sus colaboraciones en El ministerio del tiempo. De este modo, Pedro Alonso pasó, en un período muy corto, de ser el actor que busca refugio en la tranquilidad contemplativa de un rincón de la selva peruana, a ser el cínico ladrón capaz de todo, el escritor silencioso de personalidad ambigua, el asesino letal, el hombre al límite. Como las cañas y las anguilas que, según describe, pugnan con una sonrisa en el rostro y febril envidia en la mirada, por el poder en la Valencia-pantano que se mueve tras bastidores. “Durante un tiempo él también quiso alzarse dorado, orgulloso –narra en otro momento del filme-. Pero no tardó en darse cuenta que no era una anguila ni tampoco una caña. Era otro tipo de criatura. Una mucho más peligrosa.”

¿Le costó distinguir los mundos reales, paralelos o inventados de esta historia? Pues así es la película. Véala y dé su veredicto.


Cine negro Made in Perú

Fue en 1996 cuando Francisco Lombardi estrenó Bajo la piel, una truculenta historia en la que convergen crímenes, culturas ancestrales, amores apasionados y oscuros secretos. En resumen, todos los elementos que podría tener una buena película de cine negro. Percy Corso (José Luis Ruiz) es un tímido policía que se ve envuelto en la investigación de un asesino en serie que mata jóvenes bajo los ritos brutales de una cultura prehispánica. En el camino, señala a un catedrático universitario (Gianfranco Brero) como principal sospechoso, se somete al poder de un alcalde prepotentón (Jorge Rodríguez Paz) y su díscolo hijo (Diego Bertie) y sucumbe al misterioso atractivo de una joven forense (Ana Risueño), teniendo como escenario un pequeño pueblo del norte del país. El cóctel tiene, naturalmente, resultados explosivos. Augusto Cabada y Francisco Lombardi fueron premiados por el guion en el Festival de Cine de La Habana; José Luis Ruiz recibió un premio por su actuación en el Festival de Gramado y Lombardi obtuvo el premio a Mejor Director en el Festival de San Sebastián. Es, definitivamente, una de las mejores películas de la historia del cine nacional.

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