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Nuestra crítica cinematográfica sobre "El planeta de los simios: La guerra"
Sebastián Pimentel

La nueva saga de “” debe ser una de las superproducciones hollywoodenses que exhiben más dignidad artística en, por lo menos, los últimos 15 años. Si hubiera algo de justicia en el mundo, las legiones de fans de “La guerra de las galaxias” preferirían esta genealogía invertida de la civilización no-humana imaginada por el escritor francés Pierre Boulle y no le prenderían tantas velas a las criaturas de George Lucas y compañía. 

Desde la trilogía de “El señor de los anillos” no surgía una especie de gran novela fílmica con el aliento épico de esta nueva serie iniciada por el director Rupert Wyatt, y concluida por Matt Reeves. Como decía Mario Vargas Llosa sobre “Cien años de soledad” de García Márquez, este podría ser un deicidio artístico: acto demiúrgico que quiere competir con el de Dios. Es la fábula sobre el origen de un pueblo, raza o cultura, en un ambicioso e imaginario arco temporal: el de la fundación del mito o la leyenda. 

En “El planeta de los simios: la guerra” se concluye la historia de César (Andy Serkis), primate que gracias a la ciencia evoluciona hasta poseer la inteligencia y el lenguaje de los humanos, tal como vimos en la primera entrega, “El planeta de los simios: revolución”, dirigida por Wyatt, del 2011. En “El amanecer del planeta de los simios” (2014), ya con Matt Reeves en la dirección, no se trata tanto de la evolución y la sublevación de estos monos inteligentes, sino la lucha fratricida entre el líder, César, y Koba, especie de iracundo rebelde que no soporta el pacifismo de su compañero respecto a una posible convivencia con los humanos. 

Como si fuera el cierre de un relato bíblico, en este tercer episodio César debe afrontar el gran dolor de perder a su familia. El culpable es un desquiciado coronel (Woody Harrelson), humano que ha construido un campo de concentración –el recuerdo de Auschwitz es inevitable– para castigar a los primates. Finalmente, todo gira en torno a la revancha, sus causas, consecuencias y sopesamientos morales. Más que la acción, se trata de poner en escena el reflejo especular entre dos venganzas: la del coronel y la de César, la del humano bestializado y la del animal humanizado. ¿Cuál está más justificada? 

Reeves supera a “El amanecer del planeta los simios”, su solvente interregno de la saga, pero que no llegaba a alcanzar la penetración psicológica de la primera cinta. Quizá la razón sea la siguiente. Se ha pasado por alto un atinado recurso de la cinta del 2011: la cámara subjetiva, que nos obliga a ver el mundo desde el punto de vista de los primates. Sin embargo, en “La guerra”, el emplazamiento narrativo vuelve a profundizar en la perspectiva emocional de César, convertido en un Moisés que lleva a su pueblo –perseguido y elegido por Dios o el destino, como el pueblo judío– hacia la salvación. 

En el camino, los simios recogen a una niña que ha perdido el habla, porque resulta que la raza humana ha empezado a involucionar. Una bella secuencia hace recordar a “Frankenstein” (James Whale, 1931): el monstruo recibía una flor de las manos de una inocente chiquilla que no lo discrimina, a pesar de su extraña apariencia. Así, el filme de Reeves, que habla de una muy actual pérdida de fe en la humanidad, se atreve a pensar en unos afectos renacidos desde un incierto origen, en el reflejo de un reino animal al que, finalmente, pertenecemos. El cine es violencia y amor, decía Samuel Fuller. “El planeta de los simios: la guerra” recuerda esta premisa, así como esa forma épica y sofisticada que D. W. Griffith y Cecil B. DeMille dieron al cine desde los inicios de Hollywood. 

AL DETALLE
Calificación: 4 estrellas de 5
Título original: “War for The Planet of The Apes”.
Género: acción, aventura, drama.
País y año: EE.UU., 2017.
Director: Matt Reeves.
Actores: Andy Serkis, Woody Harrelson, Steve Zahn.

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