La imagen acostumbrada que tenemos de Quentin Tarantino es la del cineasta del exabrupto y la carcajada, del realizador iconoclasta que contradice cualquier convención, que utiliza el verbo “fuck” en todos sus modos y se ríe con estruendo de sus propios chistes. Pero poco hay de ese personaje en la autobiografía que tenemos entre manos. Quizás fue la pandemia la que obligó al artífice de “Pulp Fiction” a replegarse y a escribir, no un nuevo guion, sino su propia memoria, contada con un lenguaje muy distinto al que acostumbramos escucharle. Para alguien que vive de, por y para el cine, escribir una autobiografía es recuperar las películas que vio, dónde y con quienes. En las 422 páginas de “Meditaciones de Cine” volumen publicado por Reservoir Books, Tarantino descubre sus cartas y nos descubre sus orígenes como compulsivo consumidor de celuloide dentro de una familia poco convencional. Un libro que puede leerse a manera de memorias dispersas, como un lúcido e informadísimo conjunto de ensayos sobre cine, y como un alucinante viaje al interior de su mente.
Su trabajo en un videoclub era el dato repetido por todos a la hora de dar cuenta de los inicios del cineasta y explicar su enciclopédico conocimiento del cine y su preferencia por los géneros marginales. Sin embargo, este volumen nos ofrece una imagen hasta ahora inédita del artista: un niño de siete años, asistiendo al cine Tiffany, en el Hollywood bulevard, con su madre Connie y su padrastro Curt. Estamos en 1970, y el programa doble proyecta “Joe, ciudadano americano” de John G. Avildsen, filme sobre un asesino de hippies que termina ejecutando a su propia hija, y “¿Dónde está papá?”, una gruesa comedia de Carl Reiner, en la que George Segal se coloca un disfraz de gorila y Ruth Gordon le da un puñetazo en los testículos. Toda una ‘delicatessen’ de la comedia americana de la época.
MIRA: Quentin Tarantino: ¿cuál considera su peor película?
El pequeño Tarantino suma sus risas a la de los adultos que le rodean. “Era muy emocionante ser el único niño en un cine lleno hasta el tope de adultos, viendo una película y oyéndoles insultar y reírse de algo que, con seguridad, era subido de tono”, explica. Al recordar la escena, el cineasta hace un análisis que revela su maestría. Analiza el contexto: todos aquellos adultos se habían educado en los años 50 y 60, con películas muy cursis, sometidas al estricto y conservador código Hays. Pero entonces estaban viendo un tipo de humor inédito hasta entonces, propio del llamado Nuevo Hollywood. Estaban descubriendo un cine que se animaba a bromear con pedos y demás escatologías, mientras el niño Tarantino asumía ese humor con absoluta naturalidad. Dos formas muy distintas de entender la recepción. A su manera, toda la platea compartía la misma inocencia.
“Era muy emocionante ser el único niño en un cine lleno hasta el tope de adultos, viendo una película y oyéndoles insultar y reírse de algo que, con seguridad, era subido de tono”
No son películas para llevar a un niño, por cierto, pero en lugar de dejarle en casa con su abuela Dorothy, ambos padres le permitían acompañarlos a ver películas de adultos con tal que mantuviera la boca cerrada y no hiciera preguntas tontas. Y el pequeño Quint aceptaba el trato. Para él resultaba fascinante compartir el tiempo de los adultos. “Como a mí me dejaban ver cosas vedadas a otros niños, mis compañeros de clase me tenían por una persona sofisticada. No les faltaba razón, porque yo lo era”, afirma. Alguna vez le preguntó a su madre si estaba bien ver películas tan truculentas, a lo que ella respondió: “Quentin, a mi me preocupa mas que veas las noticias. Una película no va a hacerte daño”.
Pero también había limites para el pequeño Tarantino. Cuenta él: “A mi madre le encantó una película titulada “Melinda”, protagonizada por Calvin Lockhart. Le dije que yo también quería verla, pero en esa ocasión me dijo que no podía. Eso no lo decía a menudo. Las dos únicas películas que según ella yo no podía ver eran “El exorcista” y “Carne para Frankenstein”. Así que le pregunté por qué. Y nunca he olvidado la respuesta que me dio: ‘Verás Quentin, es muy violenta. No es que eso lo rechace forzosamente, pero no entenderías el argumento. Y sin entender el contexto en que se desarrolla la violencia, estarías viendo la violencia por la violencia. Y eso no es lo que yo quiero’. Teniendo en cuenta que esa sería una conversación que yo mantendría por el resto de mi vida, nunca he oído a nadie expresar mejor esa idea que a mi madre”.
Tras la separación de sus padres, Connie llevaría a su hijo a acompañarla en sus citas con diferentes novios, todos ellos negros, algunos jugadores de futbol profesional. La nueva familia que conocerá Quentin será la que habita su departamento: su madre, sus dos compañeras en su trabajo como camarera, (Jackie y Lilian, afroamericana y latina, respectivamente), y las parejas de turno. Las funciones dobles continuarían y el cineasta cuenta que, a veces, él y su madre eran los únicos blancos en la sala. Si bien algunas resultaban especialmente perturbadoras, Tarantino confiesa que solo hubo una a la que le fue imposible hacer frente: “Bambi”, producida por de Walt Disney. “Bambi extraviado al separarse de su madre, los disparos del cazador contra ella y el horroroso incendio forestal me afectaron más que cualquier otra de las imágenes que vi en el cine”, afirma. Tomemos nota: no es la muerte de la madre cierva lo que le afecta, pues había visto cosas mucho más violentas, sino la mentira de los tráilers que ofrecían un filme mucho más amable y divertido. Eso lo desconcertó y le afectó para siempre.
Ecléctico en sus gustos, Tarantino, a la manera de un eterno niño en una sala de cine incorrecta, aborda el análisis de aquellas películas vistas tempranamente con profundo conocimiento y total falta de complejos. Sus meditaciones personales van sumando elementos para, conforme se avanza en la lectura, reconocer donde están las referencias de buena parte de su cine. Son ensayos redactados desde la posición privilegiada de quien ha hablado con los protagonistas de producciones icónicas de los setenta como “Mash”, “El padrino”, “Harry el sucio”, “Contacto en Francia”, Bullit o “Pólvora negra”, filme de culto en el subgénero “Blaxploitation”, sobre la que dice: “Me he pasado la vida entera yendo a ver películas y haciendo las en un esfuerzo por recrear la experiencia de ver una película de Jim Brown recién estrenada, un sábado por la noche, en un cine con público negro en 1972″.
El cineasta aglutina su pasión por las artes marciales, el cine de mafiosos, el género bélico o el espagueti western, conciliando su fama de director cercano a la serie B, pero con un respeto absoluto por los clásicos. Un esfuerzo que lo emparenta con la única persona capaz de competir en su erudición y en su cinefilia: Martin Scorcese, un cineasta con quien Tarantino asume como un igual. Leer a Tarantino es lo más cercano a conversar con un “friki” de videoclub que nos propone un diálogo socrático. A veces, parece partir de una premisa absurda, divertida o juguetona, que pareciera no llevar a nada, pero acabará siempre en una reflexión original y profunda.
Tarantino nos ofrece su feliz deslumbramiento por los filmes que vio de niño. Hay en sus páginas pensamiento original, un privilegiado acceso a las fuentes, una intención de huir de cualquier opinión homogénea, sin permitirse ningún lugar común. El responsable de “Érase una vez en Hollywood” construye una autobiografía a través de esas películas. Anunciado en librerías locales para inicios de mayo, se trata de un libro de amor puro al cine, como puede amarlo un niño que recién lo descubre. Está claro: lo mejor que hemos visto o ha sucedido en una sala oscura, ocurrió en nuestra infancia.
Los mandamientos de Tarantino
1. No estudiar dirección. Tarantino siempre ha desaconsejado a los jóvenes inscribirse en escuelas de dirección o de guion. Más bien afirma que un verdadero cineasta debe ser actor, aparezca o no en una película. Para él, los filmes y los guiones se construyen desde dentro, en la posición del intérprete.
2. El secreto del movimiento. Empezando por la apertura de “Reservoir dogs”, en la que una tertulia delirante es registrada por el movimiento circular de una cámara, para Tarantino un cineasta empieza a dominar el movimiento cuando el espectador no lo percibe.
3. La necesaria teatralidad. El autor de “Jackie Brown” recomienda a sus partidarios tener el valor de rodar escenas largas, que aprovechen el poder de la tensión creciente y que aporten una cierta teatralidad al cine, con especial atención a los diálogos.
4. La música sin músicos. Nada de bandas sonoras por encargo ni compositores contratados. Para Tarantino, resulta aberrante entregar su película a un profesional para que le ponga música a sus escenas. Él prefiere elegir sus canciones y montarlas en su cabeza. “Quiero la música de los músicos, pero no los quiero a ellos”, decía en una de sus ‘master class’ en el festival de Cannes.
5. La acción lo es todo. Tarantino sostiene que las escenas de acción son la prueba de fuego para un cineasta, el aspecto más cinematográfico de una película y la razón que atrae al espectador.
6. El humor es clave. Tarantino siembra la carcajada en los lugares donde menos se lo espera. Unas veces en un baño de sangre, otras en la solemnidad de un funeral. El cineasta ha acuñado un propio estilo de comedia, una manera de reír y deshinibirse.
7. El cine como patrimonio. Tarantino exige a sus seguidores aprender la cultura cinematográfica, revisitar clásicos, mantener despierta la curiosidad. Reconoce como maestros a Martin Scorcese, a Brian de Palma y a Howard Huges.
8. El llamado de la sangre. Tarantino necesita litros de ella para pintar sus películas y trascender la realidad. Una atracción que nace en la cercanía que el director siente por los filmes ‘gore’ del italiano Darío Argento.
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