Aparece enfundado en un lanudo abrigo gris que hace brillar su barba blanca. “Soy modelo de alpaca peruana”, me dice, ocultando su cansancio con ironía. Conozco la proverbial amabilidad de Ricardo Blume porque la primera vez que lo entrevisté acabé almorzando con él en su departamento de México. Pero tiene un límite. Esta semana de estreno de “Viejos amigos” ha sido demasiado para él. Confío en que hablando de las nostalgias del teatro y la tele, del TUC, Panamericana y Televisa, evocando la armonía de “Simplemente María” con el público y la historia del continente, Ricardo se olvidará del cansancio y de la humedad limeña.
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Te tenemos de vuelta en una película de categoría senior.
No me siento senior, soy un octogenario. Es fácil hacer un personaje de tu misma edad y con amigos, mucho mejor.
¿El reparto de caracteres sientes que coincidió con ustedes?
Algo hay de cada uno. Fernando [Villarán, el director] fue incorporando cosas de nosotros.
A Enrique hay que reprimirlo.
Casi siempre [ríe]. Íbamos todos los días en un carro desde nuestras casas hasta el Callao y alguno de nosotros empezaba a tararear, el otro seguía y Enrique empezaba a cantar dos tonos más arriba, teníamos que callarnos y él seguía cantando hasta que regresaba a su casa.
A pesar de que es el mayorcito de los tres.
Sí, le sigue Carlos y yo soy el benjamín [ríe].
Hagamos un salto atrás, cuando eras actor de teatro y te enfrentaste a un nuevo medio, la TV.
Me fui del 56 al 60 a España, regresé y encontré la TV. Ricardo Roca Rey (director de la AAA) me dijo: “Estamos haciendo una serie, ‘Kid Cristal’, y te he guardado un papel, el boxeador malvado”. Como sería de malvado que, cuando formé el TUC, Coco Chiarella no quería inscribirse porque dijo: “Con ese antipático yo no estudio”.
Tuviste una experiencia temprana en cine, “Intimidad en los parques” (1965), de Manuel Antín.
Era muy buena, muy difícil, se basaba en dos cuentos de Cortázar. Éramos tres actores, Paco Rabal, gran actor español, la argentina Dora Baret y yo. Antín me había visto en la portada de “Caretas”, con Saby [Kamalich] en “Romeo y Julieta”.
Premonitorio, porque ambos estaban destinados a hacer “Simplemente María”, la telenovela que marcó a América Latina.
Fue la cima después de una serie de trabajos que hicimos sin apuntador y sin grabar. Con Saby hice mucho teatro y yo la metí en la TV. Teníamos una clave para ayudarnos: “Si te miro, me das”. Cuando no estábamos en la misma escena y la miraba, ella me susurraba la letra.
Hasta que empezaron a grabar telenovelas. ¿Había conciencia de que “María” era más importante que las otras novelas?
Sí, porque por primera vez trajeron a la autora (Celia Alcántara) y nos reunimos todo el elenco, y ella habló lo que quería hacer con la novela.
Y había conciencia sobre la neutralidad del acento peruano.
Sí, era importante porque se nos dijo que se quería vender afuera, en un principio fueron más de 14 países. Es que la historia es muy bonita, es la realización de una persona humilde a través del trabajo y del estudio.
Era una novela desarrollista y el gobierno de Velasco no lo entendió y condenó a todo el género.
Eran alienantes, decían.
¿Tuviste prejuicios antes de entrar a la TV?
No, yo siempre pensé que estaba trabajando para la masa y que había que tratar de levantar las miras para que no sea un simple entretenimiento.
Tuviste un famoso conflicto laboral con Genaro.
Con el mero mero petatero, como dicen en México. No me gusta recordar esas cosas.
El efecto es que te hiciste una nueva carrera en México y llegaste como una estrella.
Antes me habían invitado al festival de Cartagena. Allí me juntaron con el famoso actor alemán Maximilian Schell y con Ugo Tognazzi. A mí me gritaban: “¡María!” y Tognazzi me dice: “Ma che cosa e questa porca María”, y se quejaba de que nadie lo reconocía. Era muy simpático. Hugo Stiglitz, el actor mexicano, me dijo: “A ti te conocen mucho más que a mí en México”. No le presté importancia, pero Silvia [esposa de Blume] sí. Y ella y Mario Pasco me convencieron de irme a México. Fue increíble. Cuando llegamos, le dije a Silvia: ¿Quién vendrá en el avión?, porque había muchos fotógrafos. Veníamos a descansar y se convirtió en un viaje de trabajo. Y calculé 7 días y fueron 9 años. A día siguiente estaba hablando para hacer una película con Gregorio Wallerstein, el zar del cine, y a los dos días en Televisa, con Luis de Llano.
Y te engancharon para “Muchacha italiana viene a casarse” con Angélica María.
Hicimos 200 capítulos en el 71, había acabado la novela con el matrimonio y dijeron: ¿Cómo hacemos 200 capítulos más?, y se les ocurrió, en la escena de la boda, hacer zoom a la cara de ella, entonces, se despertaba y todo fue un sueño. Lo gracioso es que van a hacer una nueva versión y me han pedido que haga el capítulo uno, donde soy el padre que está en Italia y muere. Vamos a ir a grabarlo a Italia.
¡Qué lujo! Antes eran modestos.
Sí, vamos a ir a Basilicata, en el empeine de la bota italiana. Seré un mexicano que no sé por qué vive por allá.
Estuviste en otro título muy popular, “Mundo de juguete”.
Fueron 600 capítulos. Se grababa de lunes a viernes, podía hacer teatro los fines de semana.
¿Cómo está Saby Kamalich?
Está bien, con algunos problemas de salud.
Te has reencontrado con viejos amigos.
Disfruto plenamente. Me parece como cerrar un ciclo.
Todavía no está cerrado. Y hay un teatro con tu nombre.
Que me bajen del pedestal. La gente es muy cariñosa conmigo, me conmueve.
Fuiste columnista de El Comercio.
Fueron 20 años, ahora es fácil seguir la coyuntura por Internet. Fue cuando regresé al Perú, en los 80, estuve 12 años y volví a México. Viví a Alan García, el terrorismo, los carros-bomba.
Y presentabas “Lo mejor de la televisión mundial”.
Sí, presentaba las series. Lo único que hice en ficción fue estar en el capítulo de “Gamboa” que escribió Mario Vargas Llosa. Hice teatro, como “Emigrados”, con Alberto Ísola, dirigidos por Lucho Peirano. Y “Gepeto”, con Diego Bertie. Y estaba ensayando otra cuando me llamaron de México para “Carrusel de las Américas”.
Una producción ambiciosa.
La idea era que los niños fueran de distintos países. Yo era el portero del colegio. Valentín Pimstein me dijo: “¿Cómo se puede llamar este señor?”, y yo le puse Pedro Huamán, un apellido que no existe en México. Me pidieron que llamara a los chicos de una forma particular y propuse ‘chicos pericos’, que sonaba bonito, pero me dijeron: “No, aquí es cocaína”. Al terminar me ofrecieron un contrato de exclusividad vitalicia muy ventajoso.
Has conocido a personajes importantes de la cultura mexicana.
A los mejores directores de teatro, a Ignacio López Tarso, que tiene 89 años y hace dos funciones diarias. “Te envidio”, le dije la última vez que lo vi. Mi idea es, “acércate a los buenos, algo se pega”.
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