"Talentos ocultos": ¿Qué es lo que no convence de este filme?
Sebastián Pimentel

Es cada vez más raro no ver una rubricada con la frase “basada en hechos reales”. Hubo un tiempo en que la ficción no necesitaba certificados de realidad. La ficción era más ingenua, más pura. El único apoyo provenía de los mitos, los de la Biblia o los del Viejo Oeste. “Hidden Figures”, con sus créditos finales engalanados con fotografías de tres matemáticas afroamericanas que trabajaron para la NASA en la década del sesenta, es otra prueba de que la ilusión hoy en día gana en atractivo si es que ofrece pruebas de que sus personajes realmente existieron: la representación no debe ser tan ilusoria, y la ficción no debe ser tan falsa.

Hay que aclarar que ese recurso no es en sí mismo algo cuestionable ni algún demérito. Puede ser el punto final que aporta una nueva perspectiva. Una que termina por conmover, por asombrar, como sucede en “Sully: hazaña en el Hudson”, de Clint Eastwood, o en “Hasta el último hombre”, de Mel Gibson –actualmente en cartelera–. Pero esto no sucede con “Talentos ocultos” ("Hidden Figures"), segunda cinta de Theodore Melfi.

¿Qué es lo que no convence de este filme, nominado al Oscar a mejor película? Podemos empezar por su naturaleza amable, edificante. La de Katherine Johnson (Taraji P. Henson), Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe) es la típica historia de reivindicación de minorías. Ellas, a pesar de la segregación que sufrieron por ser mujeres de color –en unos Estados Unidos que todavía lastraban, sobre todo en el sur, un racismo que tenía fresco el recuerdo de la Guerra de Secesión–, pudieron sobreponerse y triunfar en la vida.

Todo en “Talentos ocultos” es ejemplar, políticamente correcto. No olvidemos que estas científicas –casi genios de la matemática– se vuelven piezas esenciales para las primeras misiones tripuladas de la NASA. Pero no solo eso. Katherine es una viuda y madre de tres hijos que se las arregla para seguir adelante a pesar de su absorbente trabajo. A eso hay que sumar el maltrato que sufren por parte de sus colegas, ya que ni siquiera pueden usar los mismos baños ni tomar café en la misma mesa de los blancos.

Esta descripción podría hacer pensar en un melodrama. Todo lo contrario: los conflictos no pasan de las miradas severas de los jefes caucásicos, y siempre prevalece la vena cómica. Como Melfi es un buen director de actores, su cámara capta la complicidad risueña, sarcástica, de las tres mujeres que, a pesar de su marginación, saborean una escalada de éxitos que se suceden con la misma seguridad con la que la NASA conquista el espacio y derrota a sus competidores, los comunistas rusos de la URSS.

No hay nada nuevo en “Talentos ocultos”. Aunque, como divertimento ligero y fábula biempensante, es abierta y franca. Antecedentes hay muchos, pero es “Historias cruzadas” (“The Help”, 2011) el más inmediato. La diferencia quizá resida en que aquí los trucos son menos chirriantes y más equilibrados: la música de fondo para subrayar secretas victorias frente a la discriminación; las anécdotas no exentas de picardía para toda la familia; el telón de fondo ilustrativo de la carrera espacial. Bien dosificado montaje que envía un mensaje: la rectificación de una nación en torno a su complejo racista.

Por otro lado, la detallista ambientación de época acentúa un ilusionismo tan agradable como inocuo. Eso sí: las fotos finales de las mujeres de la vida real, esos rostros verdaderos y envejecidos que aparecen con los créditos, parecen traicionar a la ficción, y hablan de una historia mucho más interesante que la que cuenta Melfi.

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