"Terminator: Génesis": nuestra opinión de la película (Crítica)
"Terminator: Génesis": nuestra opinión de la película (Crítica)
Sebastián Pimentel

Muchas veces, la resurrección de una “franquicia” como esta se vuelve algo muy complicado, ya que las presiones por asegurar la taquilla pueden comprometer el control artístico del director a cargo. El caso es que las dos últimas entregas de la saga fueron de mal en peor, siendo el mediocre McG (“Los ángeles de Charlie”) el responsable de una propuesta que pretendió ser renovadora con “Terminator: Salvación”, pero que solo reveló una acusada falta de ideas, demasiada solemnidad, y un exceso de pirotecnia digital.

Luego de treinta años y tres secuelas –que han ido perdiendo, progresivamente, su poder de convocatoria y fascinación–, aún se anima a dar vida al personaje que lo terminó por  catapultar a un estrellato que se resiste a abandonar. “” es, en ese sentido, una saludable vuelta a los orígenes.

Pero no solo se trata del retorno de Schwarzenegger, luego de que se prescindiera de él en “Salvación”. Ahora, la historia se repite con un nuevo viaje en el tiempo –hacia los años ochenta, en los que se escenifica la primera película–, con el objetivo de impedir, de nuevo, que Sarah Connor sea ultimada por un cyborg. No obstante, se trata, esta vez, de luchar contra una máquina más compleja, ya que, más allá de la capacidad de transformación líquida que vimos desde “Terminator 2: El juicio final”, el asesino es ahora una mezcla compuesta por lo mejor de lo humano y lo “maquínico”.

A la vez, la Sarah que lucha por sobrevivir es ahora una aguerrida púber (Emilia Clarke) –casi una niña con carácter de adulta–, protegida por el viejo robot (Schwarzenegger) que en 1984 trataba de aniquilarla. Pero el cambio más significativo es el tono del filme, que prefiere un equilibrio entre la seriedad de la sobrevivencia y el relajo del compañerismo legendario. Más que una historia épica, estamos, entonces, ante una fábula fantástica de laberínticos y continuas travesías al pasado –o al futuro–,y ante la amistad de una niña y un androide algo anticuado, cuyos destinos están entrelazados para impedir un apocalipsis mundial.

Se ha criticado bastante, y no sin cierta razón, el exceso de bucles y complejidades de orden temporal en el relato. Y es que en efecto, como dice el crítico Mark Fisher de “Sight and Sound”, los sucesos adquieren una potencia excesivamente “plástica”. En lapsos muy cortos de metraje, debido a que los viajes en el tiempo se han normalizado, se produce una merma considerable de la trascendencia de acciones, que son ahora parte de un destino siempre “suspendido” y “provisional”.

Pues bien, nosotros quisiéramos discrepar respecto a esta supuesta falta de interés de la calidad “provisional” de los hechos. Al parecer, el crítico británico no tomó en cuenta el tono casi infantil, casi de aventura de “Mago de Oz” que tiene “Terminator Génesis”. Lejos de pretender la seriedad dramática de “Batman: el caballero de la noche”, el realizador Alan Taylor prefiere la pauta lúdica, el código de pura fantasía donde todo puede acontecer a cada momento; o el guiño autorreferencial,aunque sin que se pierda cierta capacidad para representar los nuevos temores y relaciones del hombre con la ciencia y la tecnología.

En efecto, además de su estilo “clásico” –mucho más cercano a la limpidez de las entregas fundacionales de James Cameron en los años ochenta y noventa–, se presenta todo un diagnóstico del mundo digital de minipantallas que controlan nuestras vidas. La corporación informática parece ser el nuevo espíritu que amenaza a la raza humana, una máquina incorpórea, una materia sutil muy alejada del pesado robot de la era “mecánica” del pasado. Y, sin embargo, es ese viejo pero indestructible gigante de acero de antaño, el que entabla una especie de “amistad” con la “niña-mujer” –otro signo de nuestros tiempos– que debe proteger.

Para finalizar, diremos que “Terminator Génesis” está lejos de ser un filme perfecto. Es cierto que la Sarah Connor de Emilia Clake merecía más matices o flancos de fragilidad. También es cierto que la historia corre, por momentos, el peligro de trivializarse. Sin embargo, el ánimo lúdico y cómico del filme convierte esos problemas en escollos que se terminan por salvar con la acción trepidante, las sombrías amenazas del camaleónico “monstruo” muy bien interpretado por Jason Clarke, y, sobre todo, por la magnífica presencia de Schwarzenegger, convertido esta vez en un Frankenstein paternal y hasta enternecedor. Nostálgico, travieso y divertido, este es un filme de entretenimiento que se sabe menor, pero que termina por contrabandear más de lo que se cree.

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