En el cine, el rostro femenino siempre fue el de la dramatización por excelencia, el plano de la expresión histérica o sufriente, el lienzo del dolor en forma de pasión convulsa. Lo sabía el danés Carl T. Dreyer, cuando dirigió a Maria Falconetti en una “La Passion de Jeanne d’Arc” (1928) que hacía, del cine, un estudio del rostro como única vía de conocimiento del alma. Entiéndase por alma a la libertad de los afectos encarnados.
Pero el estudio del rostro es en realidad un viaje infinito por la historia del arte. Viaje que tiene en el cine a la culminación más poderosa de su plasmación estética. Además de Dreyer, hubo otros héroes del rostro en el cine: el sueco Ingmar Bergman y el estadounidense John Cassavetes. Dos nombres que descuellan. Pero en ambos casos el rostro como campeón del martirio sigue siendo el rostro femenino.
El rostro de los hombres, a diferencia del de las mujeres, no es que no sea interesante. Lo que sucede es que siempre es más una máscara que un rostro, desde Humphrey Bogart hasta el mismo John Cassavetes. Es probable que el rostro masculino no sea el de la pasión o el martirio, sino el del dolor como secreto, como herida, o como lenta extinción. Todo esto sirva como preámbulo para el filme alemán “Todo bien” (2019).
Ganadora del Premio a Mejor Primera Película en el Festival de Locarno, esta producción distribuida por Netflix y dirigida por Eva Trobisch es otra feliz incursión en este cine del rostro. Y, como sucede con Dreyer y Falconetti, o con Cassavetes y Gena Rowlands, no sabemos si la autoría del filme es de la directora, Trobisch, o de la actriz Aenne Schwarz. Resulta que en este cine la actriz es, más que nunca, una especie de codirectora.
Esto último lo digo porque es Aenne Schwarz la que debe dar una impronta nunca antes vista a su personaje, la joven Janne. Y es esa creación, ese itinerario de un derrumbamiento emocional, la razón de ser del filme, lo que le da interés y sentido. La anécdota de base, en cambio, es más reconocible: Janne asiste a una reunión y es violada por su amigo Martin (Hans Löw), a la vez cuñado de Robert (Tilo Nest), su nuevo jefe.
“Todo bien” presenta, antes de la violación, a Janne y Piet (Andreas Döhler) como una pareja joven que, pese a su precariedad económica, es feliz y tiene planes de hacerse un nombre en la industria editorial. Pero lo interesante es que la violación, además de mostrarse en una forma muy sutil en una fiesta de graduación, marca una especie de experiencia confidente e íntima donde solo el espectador conoce el secreto de Janne.
Trobisch filma en una Alemania aparentemente plácida, pero la pareja protagonista vive a salto de mata y pretende lograr un espacio propio frente a las grandes corporaciones. Así, la violación marca el inicio de dos cosas: un silencio o negación del hecho traumático por parte de una mujer que pretende estar por encima de lo que ha pasado, y el derrumbe de un proyecto de pareja tanto como de un proyecto laboral independiente.
“Todo bien” es la experiencia de un derrumbe personal y social. Mientras las consecuencias del vejamen de Janne se suceden, el rostro de esa excelente actriz que es Aenne Schwarz se va descomponiendo, va luchando con sus propios desgarros, desiste de sus ideales y, finalmente, se enfrenta a una desolación que tendrá muchas manifestaciones: desde el aborto hasta el abandono de la pareja. Trobisch filma con ese estilo que recuerda a los hermanos Dardenne, parco y directo, casi documental, con luz natural y neutra, rechazando toda belleza que no provenga de los afectos más difíciles de expresar. Lejos de todo oportunismo de denuncia, esta es una película destinada a perdurar.
LA FICHA
Título original: “Alles ist gut”.
Género: drama.
País y año: Alemania, 2019.
Directora: Eva Trobisch.
Reparto: Aenne Schwarz, Andreas Döhler, Hans Löw, Tilo Nest.
Calificación: ★★★★