El Perú es un país en el que nunca van a faltar noticias que se presten a alimentar el humor y la ironía. Andrés Edery lo sabe bien y desde muy joven ha hecho de esta realidad la base de su quehacer cotidiano. Pero si algo llama la atención en él no es precisamente el carácter dicharachero que uno esperaría encontrar en el personaje: por el contrario, sorprende la noble tranquilidad zen que envuelve su discurso, la seriedad de sus ideas y la delicadeza con la que analiza, por igual, sus manías y los temas álgidos de la realidad política nacional.
Por eso, más que la idiosincrasia de un humorista gráfico, lo que transmite Andrés es la actitud de un humanista, de alguien que se ha pasado la vida observando a sus semejantes y cuyo trabajo expresa verdades que, si bien nos pueden hacer reír, están ahí principalmente para motivarnos a ser mejores.
Aprovechando su actual estadía en Lima –vive en España desde hace 10 años–, nos sentamos a conversar con él sobre las peculiaridades de su oficio y de la actual coyuntura.
—Hace mucho que vives fuera del país. ¿Qué incidencia ha tenido la distancia geográfica en tu trabajo?
Al principio la distancia juega un poco en tu contra porque no palpas la calle, que es un referente muy importante. Pero luego empecé a buscar lo positivo. La distancia te da una perspectiva diferente; en mi caso, una objetividad que no tenía antes. Ahora tengo que analizar la realidad por mi cuenta, y eso es algo que haces de forma más pura cuando estás lejos.
—En comparación con la política europea, ¿es más surrealista lo que pasa en el Perú?
España tiene cosas rarísimas: tiene el franquismo muy latente y un presidente que la verdad a mí me parece más un cómico que un político. Pero el cambio generacional es fuerte: están los que crecieron con la Movida y también hay un grupo grande de jóvenes que, como en todos lados, no tienen mucha fe en nada. Aunque Podemos está cambiando eso. De todas formas, no puedo opinar mucho porque no me especializo en política española. Pero lo que sí me llama la atención, en España y en casi toda Europa, es que ellos funcionan a partir de las instituciones. Las instituciones están tan bien cimentadas que la sociedad simplemente hace su día a día en orden y cumpliendo las normas. Y mientras no tengan una dictadura, independientemente de si está la derecha o la izquierda en el poder, el sistema funciona.
—¿Qué cosa ha empezado a llamarte más la atención del Perú estando fuera?
La discriminación. Hay mucho odio, mucha violencia, mucho caos. La criollada es la ley.
—¿Cómo te iniciaste en este oficio tan peculiar?
En el colegio me puse a dibujar a los profesores cuando estaba en primero de media. Yo creo que muchas vocaciones de caricaturistas se ven frustradas por intereses de los padres o porque te asusta la posibilidad de verte haciendo esto, porque cuando tienes 11 o 12 años, siempre hay dos o tres chicos en la promoción que hacen lo mismo. En mi caso, lo primero que pensé fue que me gustaba demasiado como para dedicarme a otra cosa, y segundo, que no sabía hacer nada más.
—¿Qué es lo más difícil del humor gráfico?
Dar con la idea exacta. Pero tengo un método. Me despierto a las nueve de la mañana y me pongo a leer las noticias hasta el mediodía. Empiezo a rumiar la idea. Luego, todos los espacios que tenga disponibles para pensar durante el día los uso para la viñeta. Muchas ideas se me han ocurrido durante el lapso de media hora que me demoro en ir a recoger a mi hijo a la guardería. Voy teniendo dos, tres, cuatro ideas y las anoto en una libretita para que no se me olviden. Las voy descartando casi todas. Hasta que llegan las diez de la noche y me pongo a dibujar.
—¿Consideras que el humor gráfico es un tipo de periodismo?
Por supuesto. Para empezar, porque es una opinión hecha a base de análisis. Un dibujante no puede expresarse simplemente a partir de fobias o de chongo. El chongo está muy bien, pero estás interpretando la realidad peruana. En ese sentido, me parece tan válido como un editorial. De hecho, yo en algún momento entendí que no tengo la obligación de hacer reír todo el tiempo. Me parece que el espacio de la viñeta también puede llevarte a reflexionar y a hacerte sentir incómodo. Este año, por ejemplo, hice un dibujo que se llama “La delgada línea gris”, en el que mostraba la carretera Panamericana Sur dividiendo los cerros de los balnearios. Eso fue algo que me sorprendió mucho: ir a sitios del sur invitado por amigos y familiares y encontrarme con que las puertas están llenas de gente con metralletas, y que el acceso para las personas que viven en el cerro es por un acantilado. Eso me sacó de cuadro.
—La temporada preelectoral debe ser una especie de parque de diversiones para los caricaturistas… ¿pero también puede llegar a deprimirte?
Lo que más me deprime es Susana Villarán. A pesar de que la conozco personalmente, le he dado con palo en toda su gestión: una vez, por ejemplo, la dibujé como la capitana del Titanic cuando se inundó el proyecto de Vía Parque Rímac. Pero confiaba en algo… y ahora no confío en nada porque lo que ha hecho es una traición total a sus ideales. Igual Lourdes Flores, una persona que puedo respetar más allá de diferencias ideológicas, pero aliarse con Darth Vader…
—Asumo que no tienes un candidato preferido...
Lo que trato de hacer, más allá de mis simpatías personales, es fijarme siempre en el centro. Es como una disciplina zen. Si te pones muy a la izquierda o a la derecha, la subjetividad te gana. Y tiendo a pelear contra la subjetividad.
—¿Consideras que hay temas que no se prestan para un tratamiento humorístico?
Con el tiempo he aprendido a respetar las creencias de la gente. Antes lo tomaba yo con mucha ligereza, pero luego entendí que las creencias son algo muy íntimo y que yo estaba chocando con cosas que podían hacerle daño a personas que no se lo merecían. Me refiero al creyente de la calle. Con los que sí me meto son los que utilizan las creencias para hacer lo que les da la gana.
—¿Es verdad que no puedes dibujarte a ti mismo?
Recuerdo que en la Facultad de Arte, en un momento del segundo ciclo, nos pidieron hacer un autorretrato con sanguina. Es una técnica muy bonita pero bien complicada… No me pude sacar el parecido. Primero que no soy un gran retratista. Hay que ser consciente de lo que uno es capaz de hacer bien y de lo que no. Y segundo, enfrentarte a tu propia mirada no es fácil. Me enfrento a mis propios pensamientos, pero me resulta más difícil enfrentarme a mi imagen.
—¿Hay algún personaje que goces particularmente dibujando?
Sí, claro. Toledo me relaja. Me parece que dentro de todo es honesto consigo mismo. Es un personaje lleno de tantos defectos, pero que los muestra sin filtros. Otra que me gusta dibujar es a Nadine. En ella me asombra sobre todo su incapacidad para quedarse en la sombra. Ya todos sabíamos que ella era la jefa, pero tuvo que salir en “Cosas”… La vanidad fue su gran talón de Aquiles. Me gusta también dibujar a Alan, aunque ya es como muy ‘dark’. Keiko Fujimori no me gusta mucho porque no la sé leer. Tiene un poco de reptiliano, ¿no? Tú la ves y no tiene expresión. Lo que tiene son expresiones adoptadas: tiene un poco de su papá, un poco de por ahí, un poco de por allá, pero no tiene expresividad propia. ¿Será parte de su estrategia o de su personalidad? No lo sé. Pero está primera en las encuestas, así que hay que dibujarla.