En mayo de 1931, todo el mundo estaba alterado por el infierno que habían desatado los gánsteres de Chicago. Un par de años atrás se había ejecutado la tristemente célebre Matanza de San Valentín. Por entonces, había empezado el proceso legal contra Al Capone que lo enviaría a prisión por evasión de impuestos. Fue entonces que el dibujante Chester Gould se decidió dibujar un detective que disparaba contra los mafiosos. Era el primero en hacerlo. Dibujó seis tiras protagonizadas por un tal “Painclothes Tracy”, y los envió al Chicago Tribune, entonces el medio más influyente en el negocio de las tiras cómicas, como había hecho a lo largo de una década con otros proyectos de historieta, sin mayor suerte. Cerró el buzón y se olvidó de eso.
Sin embargo, dos meses después llegó un telegrama a su casa. Era del editor Joseph Patterson, jefe de la poderosa corporación Chicago Tribune-New York News, invitándolo a su oficina. “Creo que Tracy tiene posibilidades”, le escribió.
Fue Patterson quien le sugirió el argumento de la primera historia, así como cambiar el nombre original de “Painclothes Tracy” por el de Dick Tracy, basándose en un juego de palabras: “Dick” (policía en jerga) y Tracy por “trace” (pista). El dibujante aceptó el consejo y tras hacer su aparición pública un 6 de octubre de 1931, al final de ese año ya 22 periódicos habían comprado los derechos para publicar su personaje. La cantidad se duplicó al año siguiente, y en el tercero y cuarto, la tira ya se había convertido en un fenómeno. Ocho años antes de la aparición de Batman, Dick Tracy ya tenía una muy bien identificada galería de sádicos archienemigos, a saber: Flattop, Pruneface, Boris Arson, Breathless Mahoney o Doc Hump, este último recordado por intentar matar a Dick Tracy y a su hijo adoptivo inyectando rabia a un perro. No faltó quien lo criticara, con razón, por “demasiado serio y violento”, pero su éxito fue inmediato, sea gracias a su oportuna publicación justo al final de la Ley Seca, o por su propia fórmula: una amplia gama de personajes extraños, tramas frenéticas y artilugios tecnológicos que resultaban fascinantes al público.
Pero ciertamente la tira sumergía al lector en un mundo que replicaba la macabra y seductora violencia propia de los años treinta, en el que el detective Tracy caminaba entre cadáveres acribillados o mutilados. Su personalidad era deliberadamente constante e incolora. Lo importante era la acción que se desarrolla a su alrededor, deudora de la literatura de detectives y el cine negro. Chester Gould expresaba en sus tiras un contraste absoluto entre el bien y el mal, sin espacio para los grises ni la ambiguedad.
Dick Tracy es el símbolo del detective. Sagaz, decidido y provisto de tecnologías impensables para su época, es un emblema de la historieta de acción que llevó a la gráfica la excelsa violencia de las novelas policiales estadounidenses, las llamadas “pulp”, aunque sumándole, en extraña alquimia, pasajes que van desde el romanticismo hasta el drama, desde el surrealismo hasta la ciencia ficción. Gould había modelado a su personaje inspirándose en los rasgos del actor Jack Holt, estrella de acción de la época, célebre por su nariz definida por una piedra de afilar y el propio Elliot Ness, cuyo trabajo en las calles había devuelto al público parte de su confianza en la policía. Sus ideas provenían exclusivamente de la lectura y observación de periódicos. “Me esfuerzo por las cosas que le pueden pasar a cualquiera”, decía el autor.
La estructura de su narrativa era muy sencilla y repetida, pero siempre efectiva: Acción constante, giros imprevistos de guion y la capacidad de hilar una trama tras otra sin dar respiro alguno al lector. Dick Tracy descubría un crimen, se conocía desde el principio al villano, se producía el enfrentamiento y la posterior persecución del criminal, que acababa en ineludible castigo. Chester Gould parecía odiar a sus villanos. La mayoría de ellos tenía una reducida esperanza de vida y sus oscuras almas se reflejaban en la corrupción de sus rostros. A veces, Gould recibía cartas que le preguntaban: “¿No sabe que algunos delincuentes pueden ser guapos?” (pensemos en gansters como “Baby Face” Nelson o John Dillinger, verdadero galán del hampa por entonces). Sin embargo, el Gould prefería que las malas intenciones puedan leerse siempre en las facciones del criminal. Su estilo tenía siempre un peculiar guiño caricaturesco, pero buscaba apegarse siempre a la cotidiana realidad .
La serie, considerada el primer cómic policíaco de la historia (y por lo mismo, el primero en mostrar armas), fue sostenida por Gould casi medio siglo, en tiras entregadas regularmente, de tan puntual manera que le granjeó el apelativo del “artesano más metódico en el negocio”. En 1977 tomaron la posta Max Allan Collins como guionista y a Rick Fletcher como artista gráfico, quienes llevaron el encargo con dignidad. En 1983, Dick Locher, asumió la pesada herencia de recrear gráficamente al implacable detective.
Una estrella del cine
La popularidad inmediata de la historieta motivó inmediatas adaptaciones radiofónicas y cinematográficas. Después de un cuarteto de series filmadas entre 1935 y 1941 protagonizadas por Ralph Byrd, muy independientes respecto a la tira cómica, Gould vendió los derechos de la película a RKO Studios, consiguiendo cintas de mejor factura como “Dick Tracy, detective” (1945) y “Dick Tracy Versus Cueball” (1946), interpretadas por Morgan Conway y “El dilema de Dick Tracy” y “Dick Tracy Meets Gruesome”, ambas de 1947, nuevamente con Ralph Byrd. Películas de estética Noir, con densas sombras negras y repentinos estallidos de acción y sangre.
Sin embargo, la cinta más recordada siempre será la versión dirigida y protagonizada por Warren Beatty en 1990, estrenada un año después del Batman de Tim Burton. La cinta contó un elenco estelar que incluía a Dustin Hoffman, James Caan, Mandy Patinkin, Paul Sorvino, Kathy Bates, Charles Durning y Dick Van Dyke, recayendo los papeles clave de Breathless Mahoney en Madonna y el archienemigo Alphonse “Big Boy” Caprice en un desatado Al Pacino, transformado con maquillaje y prótesis de látex. Respetuosísima de la estética del cómic, aquella cinta resultó un incomprendido virtuosismo técnico. Aunque se pensaba con ella generar una franquicia, la decepcionante recaudación la relegó al nicho de las cintas curiosas.
El futuro en la muñeca
Dick Tracy levanta su mano izquierda y habla al aparato instalado en su muñeca, como por arte de magia. En la primera mitad del siglo XX, marcada por los nuevos electrodomésticos en un mundo de post-guerra, no había ningún aparato más genial que la radio de muñeca bidireccional de Dick Tracy. Esta imagen icónica, como cuenta el CEO de Apple, Tim Cook, marcó profundamente su infancia y la recordó al mostrar el primer reloj inteligente de Apple, capaz de enviar y recibir llamadas telefónicas.
En la tira cómica, aquella radio de muñeca bidireccional fue creada por un joven inventor llamado Brilliant, quien desarrolló también otro dispositivo aparentemente imposible: una cámara de videovigilancia compacta a baterías. Brilliant fue asesinado en una de las entregas del cómic en 1948, como parte de la violencia urbana que marcaba la historieta. Sin embargo, sus invenciones persisten en un mundo que sueña el futuro con brillantes dispositivos.
Noventa años después de la primera aventura de Dick Tracy, ya vivimos ese futuro de delincuencia desatada y tecnologías convertidas en rutina. El futuro está nuestras manos, en nuestras muñecas. Quizás la tecnología que nos presenta el detective creado por Chester Gould ya no nos sorprenda, pero son sus sofisticadamente violentas aventuras las que nos mantienen en vilo.
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