Quien haya sido niño a fines de la década del setenta recordará la travesía, las tardes del domingo en la tele, de “Space Battleship Yamato”, una nave con apariencia de acorazado de guerra, que cruzaba el espacio con la misión de encontrar la tecnología necesaria para limpiar la tierra, sumida en residuos nucleares. Por la misma época se emitían también los episodios del Capitán Raimar (o Capitán Harlock para generaciones recientes), mezcla de Holandés Errante, Barbanegra y libertario galáctico que llevaba el timón de una nave pirata con apariencia de Ferrari, con calavera y tibias cruzadas pintadas sobre la cubierta. Pero de este apurado repaso de producciones adaptadas de los mangas de Leiji Matsumoto, quizás la más seductora resulte, por su carga lírica y alegórica, “Galaxy Express 999″, en la que un taciturno huérfano viaja es pasajero de un ferrocarril que no necesitaba rieles para unir las estaciones de la galaxia, con el propósito de adquirir un cuerpo de robot y vengarse del cyborg que asesinó a su madre.
Matsumoto ha muerto de una insuficiencia cardiaca en un hospital de Tokio, informó ayer su hija y representante, Makiko Matsumoto, tras esperar el fin de las reservadas ceremonias fúnebres. “El mangaka Leiji Matsumoto emprendió un viaje al mar de las estrellas el 13 de febrero de 2023. Él siempre decía: ‘Volveremos a encontrarnos en ese lugar en el que las ruedas del tiempo se cruzan’. Nosotros creemos en esas palabras y esperamos que llegue ese día”, escribe ella en el comunicado.
Nacido el 25 de enero de 1938 en Kurume, sudoeste del archipiélago, a los nueve años Matsumoto descubrió en las páginas de “Shin Takarajima” (La nueva isla del tesoro), la adaptación de la novela de Stevenson del maestro Osamu Tezuka, su vocación e influencia profesional. Como Tezuka, Matsumoto también sublimó los traumas infantiles vividos en la Guerra: “El avión que lanzó la bomba en Hiroshima pasó sobre mi cabeza. La segunda era para un poblado cerca de Fukuoka, donde yo vivía, pero el mal tiempo fue el que condenó a Nagasaki”, recordaba. “Eso me traumatizó, pero fue una fuente de inspiración, como lo fueron todas las experiencias de mi juventud. La experiencia personal es esencial para el espíritu creativo, incluso en ciencia ficción”, sostuvo en una entrevista para la AFP.
Ícono de una época
A decir de Iván Antezana Quiroz, editor de “Sugoi”, revista especializada en cultura popular japonesa, con Matsumoto se va uno de los principales exponentes de la época de los setenta, en la que el manga y el anime, tras su explosión de los sesenta centrada en un público infantil, maduraron para crecer con su público. “Así, empezaron a aparecer historias para un público adolescente y juvenil, centradas en sentimientos, ideales e intereses que ya no eran propios de los niños. Como muchos creadores de su época, Matsumoto había empezado como asistente de Osamu Tezuka, y quizás del “dios del manga” aprendió a perderle el miedo a plasmar en sus historias sus propios pensamientos e ideales humanistas. Eso quizás explica las licencias que le concedemos a Matsumoto. Cuando Tetsurô quiere conseguir un nuevo cuerpo viajando por el espacio en un tren a vapor que deja su estela por el cosmos, el motor no es el carbón, sino los sueños. Sueños que no se apagarán con la partida de su autor”, explica el experto.
Desde sus primeros mangas, publicados a los 15 años, Matsumoto permaneció como autor activo por casi 70 años. En sus inicios produjo principalmente para revistas ‘Shoujo’ (destinadas a niñas), en las que aprendió a dibujar personajes femeninos de mirada lánguida y seductora. Ya en los años sesenta se dedicó por entero al género Shounen, para jóvenes varones. Su primer éxito fue “Otoko Oidon” (“Soy un hombre”) en la cual describía sus precarios años de estudiante en Tokio. Enseguida escribió la aventura espacial “Uchuusenkan Yamato” (“Space Battleship Yamato”), adaptada para el anime en 1974, que a decir de la escritora y docente sanmarquina Daisy Saravia, experta en literatura y cultura pop nipona, lo fraguo como fuerza impulsora tras el auge del manga de ciencia ficción. “Como sucedió con otros mangakas de su generación, la Segunda Guerra Mundial y la experiencia de su padre como piloto tuvo una gran influencia en sus actividades creativas. Al igual que Kenji Miyazawa lo hizo en la literatura con “El tren nocturno de la vía láctea” (1934), la obra maestra de Leiji Matsumoto, “Galaxy Express 999″, fue un viaje por el universo ilimitado de estrellas. Sin embargo, él creó un mundo muy real, a diferencia de la ciencia ficción japonesa que, en esos años, estaba llena de sueños”, señala.
Un mundo que ha seguido renovándose pues, el icónico Capitán Harlock, por ejemplo, vio renacer la serie clásica de 1978 en 2002 con la saga en trece episodios “Space Pirate Captain Herlock: The Endless Odyssey”, dirigida por Rintaro, una de las primeras figuras de la nueva animación japonesa. Y un reciente largometraje homónimo de Shinji Aramaki, animación digital hiperrealista, ofrece una versión más oscura y amarga, pero también espectacular y melodramática del héroe.
Matsumoto supo representar aventuras que suceden en estrechos departamentos tokiotas o vastas regiones estelares, manteniendo en todas ellas un tema constante: el camino de aprendizaje de un héroe, siempre joven y solitario, que gracias a su valor e imaginación logra superar las adversidades. Ahora este japonés errante emprende su último viaje a las estrellas.
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