Fleury dicta la Cátedra de Filosofía en el Grupo Hospitalario Universitario de Psiquiatría y Neurociencias de París. Su acercamiento al análisis político desde el psicoanálisis resulta revelador.
Fleury dicta la Cátedra de Filosofía en el Grupo Hospitalario Universitario de Psiquiatría y Neurociencias de París. Su acercamiento al análisis político desde el psicoanálisis resulta revelador.
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > HUGO PEREZ Hugo
Jorge Paredes Laos

El nombre de se escucha cada vez más en los círculos académicos y en los medios internacionales por sus agudos análisis de los sistemas democráticos minados por la polarización y los extremismos. En su último libro, “Aquí yace la amargura” (2023), la filósofa y psicoanalista francesa explora el resentimiento en la sociedad actual. “Se parece a una forma de autoenvenenamiento”, nos dice.

Profesora de la Cátedra de Humanidades y Salud en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios de París, y presencia constante en la radio y televisión gala para hablar de resiliencia, psicoanálisis y política, Fleury estuvo de paso por Lima, tras presentarse en la Feria del Libro de Buenos Aires para participar en La Noche de las Ideas, actividad organizada por la Embajada de Francia en el Perú, la Alianza Francesa y el Instituto Francés de Estudios Andinos.

— En los últimos años, en el Perú hay un desencanto por el sistema democrático. ¿Cómo reconstruir la democracia desde su interior?

Es importante recordar que la democracia, el Estado de derecho es el único sistema que está estructurado en torno a lo que llamamos la “condición deceptiva”. En otras palabras, la democracia puede desilusionar o decepcionar al pueblo, pues está estructuralmente construida en torno a la capacidad de crítica de la gente. El desencanto democrático no debe leerse siempre como algo negativo, puede ser algo que permita a la democracia evolucionar. Establecido esto, está claro que nadie quiere ser complaciente con la crisis de confianza que erosiona la democracia. La única manera de que ella vuelva a conectar con la gente es articular el Estado de derecho con la justicia social. Lo que la gente busca hoy para volver a conectar es lo que se conoce como democracia participativa o democracia continua: que los ciudadanos puedan formar parte de la toma de decisiones públicas de forma regular, a través de mecanismos más participativos (convenciones ciudadanas, referéndums, consultas populares), y no solo votando en las elecciones.

— ¿Qué pasa cuando el desencanto alimenta la aparición de regímenes autoritarios?

Es un hecho que el resentimiento siempre produce desencanto democrático, y una vez que este arraiga en un sector de la población, es muy difícil desalojarlo. Es algo que se rumia y que espera su momento para salir. Las desigualdades socioeconómicas suelen ser la coartada perfecta para ello. No digo que las injusticias sociales y económicas sean legítimas: hay que luchar valientemente contra ellas. Pero para alcanzar la justicia social para todos, necesitamos sublimar el resentimiento.

— Tanto en Europa como en América Latina se están exacerbando corrientes extremistas de uno y otro lado que ponen en riesgo sistemas democráticos. ¿Cómo analiza esta situación?

Desde hace más de 20 años, las sociedades llamadas modernas, principalmente en Occidente, experimentan oleadas de neoliberalización que han provocado un fuerte retroceso de las clases medias. Sin embargo, la democracia es el sistema del compromiso social. Sin unas clases medias fuertes que alivien las tensiones entre los extremos, la democracia se vuelve frágil. Como consecuencia, la sociedad se polariza y se fragmenta. Por desgracia, con frecuencia, en lugar de hacer todo lo posible por mantener un compromiso social y político compartido, los individuos de clase media se repliegan sobre sí mismos. Creen así protegerse, pero caen en una actitud de espera, de inercia. ¿Qué ocurre entonces? Los que piensan que pueden “arreglárselas solos” son las élites económicas; en cuanto a los más precarios, a menudo se radicalizan. Pero las clases medias están atrapadas en este espacio sin salida: no pueden separarse ni por dinero ni por radicalización. De hecho, la clase media, a pesar de su desencanto, sigue siendo el hijo predilecto de la democracia. Por lo tanto, debería superar esa actitud de espera con el fin de defender un compromiso más prodemocrático, cosa que, por desgracia, no está haciendo.

— En su último libro habla del resentimiento como síntoma de la sociedad actual. ¿Por qué o con quién estamos resentidos?

El resentimiento se asemeja a una forma de autoenvenenamiento: el individuo construye un ‘delirio’, en el sentido clínico del término, de persecución y victimización, y va a denigrar todo lo que le rodea, designando a menudo uno o varios ‘objetos malos’, chivos expiatorios si se quiere: el migrante, el desempleado, el beneficiario de la asistencia social, el funcionario, en todo caso es el ‘otro’, a quien considera defectuoso y más protegido que él. El ‘objeto malo’ no preexiste, pues, al resentimiento. Es el resentimiento el que produce su ‘objeto malo’, el cual varía de acuerdo con el contexto histórico.

— ¿Desde cuándo se ha acentuado este fenómeno?

El resentimiento, más que un momento histórico, es un momento psicológico. Sé que nos gusta defender la ilusión de que el resentimiento es la expresión política de la injusticia social y del sufrimiento, pero esto es clínicamente falso. Hay individuos que han vivido los peores traumas y no desarrollan nunca resentimiento. Y existen otros que no han experimentado problemas y que desarrollan un inmenso resentimiento. El resentimiento es, ante todo, un déficit en la capacidad de simbolizar, y no una consecuencia de un déficit socioeconómico. Sin embargo, el resentimiento aprovechará cualquier factor de injusticia socioeconómica para descompensarse.

— ¿Cómo salir de ese pozo, entonces? ¿Es una decisión individual o colectiva?

Es una pregunta difícil. Para superar el resentimiento se necesitan dos cosas: a nivel individual, es necesario un trabajo crítico y analítico, que el sujeto puede hacer solo o en pareja, con un amigo o un terapeuta. Este trabajo permite al sujeto “hacer el duelo” de reparación, ser creativo y sublimar su resentimiento. En cuanto al plano colectivo, es imperativo que el Estado haga todo lo posible para evitar que se produzcan injusticias sociales que serán la coartada perfecta para el resentimiento individual; por eso debe disponer recursos importantes para mejorar la educación y la atención de las personas. Nos equivocamos al creer que la cuestión esencial en democracia es el buen gobierno. Lo esencial en democracia es la educación, la cultura y la atención, incluyendo pero no limitándose a la salud. Son estas herramientas las que transforman al individuo y lo ayudan a desarrollar su aptitud para la libertad o lo que también podríamos llamar la capacidad conjunta de gobernar y ser gobernado.

Sobre el libro
“Aquí yace la amargura”

Autor: Cynthia Fleury

Editorial: Siglo XXI

Año: 2023

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