Apenas conocida la muerte de Diego Armando Maradona el último miércoles, bastaba con poner algún canal de televisión argentino para entender la dimensión del impacto: uno contaba que Maradona no le había besado la mano a Juan Pablo II, sino que había sido al revés; y otro decía que Cristo solo resucitó una vez, pero que el Diego lo había hecho tres veces. Era una oportunidad para presenciar en vivo el proceso de creación –o ampliación– de una leyenda. Todos los periodistas deportivos en trance de construcción mitológica. Todos eran Borges.
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Con Maradona ha muerto una genealogía larga y apasionante de ídolos nacidos en Argentina, un país que, por una idiosincrasia de pasiones exacerbadas, se ha convertido en Olimpo austral de lo popular contemporáneo. Ejemplos hay varios, y bastante diversos.
Allí está Carlos Gardel, emblema del tango que con sombrero ladeado y sonrisa fotogénica le puso el tono melodramático al espíritu argentino. Fue tal la trascendencia del intérprete de “Volver”, “Por una cabeza” y “El día que me quieras” que Argentina, Uruguay y Francia se disputan su nacionalidad, en una controversia aún sin clara definición.
También Eva Duarte, Eva Perón o simplemente Evita, vitalicia primera dama de la nación, madre de los ‘descamisados’, figura casi virginal que Madonna encarnó en la pantalla grande. En el extraordinario libro “Santa Evita”, Tomás Eloy Martínez aborda entre otros aspectos la fetichización de ese cuerpo con cabellera rubia: “Evita era para mí un personaje histórico, inmortal. Que fuera un cadáver no me entraba en la cabeza”, escribió.
Ernesto Guevara completa esa lista de íconos que trascendieron las fronteras de su patria para convertirse en símbolos mundiales. Polémico personaje, que pasó de guerrillero caído en batalla a ubicuo ‘merchandising’: su rostro debe de ser uno de los más estampados en camisetas alrededor del planeta. Paradojas del (anti)imperialismo.
LO TRÁGICO Y LO POPULAR
¿Podría ser Jorge Luis Borges un ídolo de semejantes magnitudes? Quizá sus méritos literarios sean suficientes para ello, pero el autor de “El Aleph” fue una figura demasiado intelectual y, por ende, alejada del sentir de las masas. De hecho, él mismo aborrecía a algunos de los personajes ya mencionados: “Gardel no me interesa mucho, me interesa el tango”, opinó alguna vez sobre el cantautor; de los peronistas decía que “no son buenos ni malos, son incorregibles”; y sobre Maradona poco tenía que decir alguien que consideraba que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”.
Pero hay algo más: Borges vivió demasiado (murió a los 86 años), y si otro rasgo caracteriza a los símbolos idealizados es la brevedad, lo efímero. Evita se fue a los 33 años y el ‘Che’ a los 39; Gardel no pasaba de los 50 cuando pereció en un accidente de avión; y Maradona llegó a los 60, pero para muchos el verdadero Diego ya se había ido unos buenos años atrás. Si no hay tragedia, no vale.
Es en esa medida que Argentina sube o baja a los ídolos de sus altares: ¿califica más Gustavo Cerati por su prematura desaparición? ¿O más bien la vida exagerada de Charly García? ¿No fue también Quino, el padre de Mafalda, llorado en tinta hace poco más de un mes? ¿Será también mitificado Messi de aquí a unas décadas? ¿Le alcanzará en su último intento para ganar un Mundial? ¿Y en qué se va a convertir el Papa Francisco cuando trascienda en su encuentro directo con Dios?
DE DIOSES Y HOMBRES
En el libro “Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos” (2008), el escritor argentino Juan José Sebreli afiló la pluma contra justamente contra Gardel, Evita, Guevara y Maradona, leyendas “creadas en Argentina pero con alcance mundial”. Allí, postula que estas figuras coinciden, entre otras cosas, en su voluntad de ser geniales y en haber aparecido en la “circunstancia histórica adecuada”, además de contar con una cuota de azar en sus destinos.
“El retorno del mito y de los héroes míticos es recibido por los posmodernos como el signo del fin del mundo moderno, la pérdida de la fe en la razón, la ciencia y la idea de progreso –escribe Sebreli–. Puede interpretarse, sin embargo, como una manifestación de la decadencia de las religiones tradicionales y el regreso a la magia”.
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El autor agrega que “al creyente de un mito le está vedado analizarlo y explicarlo, debe limitarse a su fe y no tratar de razonarla porque el mito es inefable, se lo siente o no”; por ello, señala también que la construcción de estas figuras es “una moda cultural y, en consecuencia, sectaria e inmune a la crítica”. Esta última afirmación encaja con el debate reciente sobre si Maradona merece los homenajes que viene recibiendo a nivel mundial, a pesar de sus antecedentes de adicciones y abusos. Quizá ese sea el riesgo a pagar por elevar a categorías divinas a un hombre lleno de demonios.
Alguien dijo que el peor de los elogios que le ofrendaron a Maradona fue el de Dios. Un ser humano inmensamente fallido –como todos– que no supo qué hacer con semejante responsabilidad. A Diego lo mató Maradona o a Maradona lo mató Diego, han dicho también por allí. Que viene a ser lo mismo que dijo Nietzsche, parafraseado: “Dios ha muerto, el hombre lo ha matado”.
Opinión:
“Creemos que siempre va a haber un argentino que va a romper con los moldes”
-Martín Felipe Castagnet, escritor argentino
“En Estados Unidos persiste una ficción cultural, el llamado “excepcionalismo norteamericano”, que a veces siento que la Argentina le tomó prestado junto a la constitución, el presidencialismo y el sistema federal. Solo que nuestro pretendido excepcionalismo, surgido de nuestra posición con respecto al resto de Latinoamérica, se encarna siempre en figuras particulares, quizás porque nuestro demasiado ego nos lleva a destacar lo individual por sobre lo colectivo. Sospecho que ayudan dos características consideradas nacionales: la locuacidad y el descaro, en muchas ocasiones a la vez, sea en el arte, el deporte o la política, y valoramos el talento y el chispazo más que el orden y el progreso. Por eso creemos que siempre va a haber un argentino que va a romper con los moldes y trascender las fronteras; el día que eso no suceda nos vamos a sentir muy huérfanos, como descoronados.”
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