El extraterrestre Klaatu (Michael Rennie) y su robot activan las palancas de su nave, estacionada en un amplio parque de Washington, rodeada por los tanques del ejército. Es mediodía en la capital de Estados Unidos, y a esa hora toda la electricidad del mundo se suspende sin explicación posible: autos, trenes, barcos, artefactos de casa, semáforos, todo se apagará durante media hora exacta. En “The Day the Earth Stood Still” (”El día que la Tierra se detuvo”) filme dirigido por Robert Wise en 1951, clásico de la ciencia ficción de la inmediata postguerra, no hay víctimas tras el “blackout”, solo sorpresa y desconcierto. Es la única forma para que un alienígena pueda llamar la atención de la gente y compartir su llamado al desarme nuclear.
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En el mundo actual, no es necesaria tecnología de otro mundo para detener nuestro planeta. Basta que el sistema se caiga en las oficinas de Mark Zuckerberg, como sucedió ayer cuando colapsaron las plataformas de Facebook, Instagram y WhatsApp. Un apagón que costó caro para el creador de la mayor red social, cuyo patrimonio se redujo en casi 7.000 millones de dólares en pocas horas, tras la caída del 4,9% de sus acciones en la Bolsa de Nueva York. La del lunes 4 de octubre fue la interrupción del servicio más prolongada de Facebook desde 2008, cuando el sistema cayó durante todo un día. Un caos originado, como confesó el propio Zuckerberg tras pedir disculpas, a partir de los cambios de configuración en los routers que coordinan el tráfico entre los centros de datos, lo que paralizó globalmente los servicios.
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Pero para millones de personas, la caída de las redes sociales significó una obligada desconexión, una oportunidad para dejar de compartir videos de gatitos y retomar las relaciones humanas, sea mirándose a las caras o llamando por el anacrónico teléfono. Durante algunas horas, la vida analógica se impuso a los millones de dólares bursátiles perdidos. La desconexión nos dio también la oportunidad de practicar un ejercicio sanitario mental: la posibilidad de programar nuestro propio apagón voluntario, desarrollar la capacidad de abandonar momentáneamente, artilugios electrónicos tan útiles como demandantes.
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¿Un mundo sin redes?
Sin embargo, reiniciados los sistemas, nos preguntamos cuán ingenuo es pensar si hay margen para imaginar un mundo sin redes sociales, si es posible volver a las dinámicas sociales previas a su proliferación desde inicios del nuevo milenio. ¿Cómo podría responder nuestra sociedad hiperconectada a la ausencia total de redes? Consultada la escritora y socióloga Irma del Águila, su respuesta es enfática: la ilusión de volver a un mundo sin redes, representa solo la nostalgia por un orden pasado. “No podemos hablar de una “vuelta atrás” sin las condiciones materiales que la hicieron posible. Y eso, sabemos, no va a ocurrir. No solo nuestra vida personal está, para bien o mal, planteada en gran medida desde o con las redes sociales. Incluso la economía llamada colaborativa que permite integrar procesos a escala mundial”, explica.
Para el escritor y sociólogo Juan Carlos Cortázar, pensar en un mundo sin redes sociales tendría sus pros y sus contras. Es decir, sería una buena oportunidad para hacer las cosas más despacio, disfrutándolas sin tanto apuro de recibir un nuevo mensaje o sumarse a una reunión por Zoom, pero también le obligaría a gastar más tiempo haciendo cosas que no le gustan, como trámites o la espera para realizar una llamada internacional. “Leería más tiempo y con menos interrupciones, pero no me enteraría de gran cantidad de buenos libros que no llegan a la librería de donde vivo. Dedicaría más tiempo a encuentros cara a cara, a conversaciones largas con amigos. Pero me sería más caro y más difícil hablar con mis hijos que residen en Lima o Rio o lograr que mi madre y mi tía de mas de noventa años se alegren al verme en la cámara. Iría mucho más al cine, pero vería menos películas de las que realmente me gustan y el circuito comercial no favorece. Me preocuparía más por conocer a mis vecinos, hablar con ellos y ver los problemas del barrio. pero estaría menos atento a lo que se decide en la política y en la economía y a reaccionar dando aportes o saliendo a la calle a protestar. Tendría más paciencia al esperar una respuesta, una confirmación o una invitación, pero tendría menos variedad de eventos y opciones e invitaciones”, explica.
Como reflexiona Cortázar, una involución a los tiempos sin redes tendría un enorme costo social. Sin embargo, la historia muestra que, cuando hay rupturas importantes, las personas y las sociedades suelen mostrar una gran capacidad de adaptación. “Volver a escribir cartas y enviarlas, a mirar las estampillas, a esperar la respuesta días o semanas, eso sería lindo (además, nadie guarda e-mails como guardábamos cartas o postales que envejecían y nos hablaban de otro tiempo). Volver a enterarse de las cosas en la calle, en el mercado o al salir de misa, eso también sería lindo. Caminar mirando el cielo o prestando atención a los árboles y a los demás, no tanto a la pantalla. Supongo que volveríamos a cosas así. Perderíamos oportunidades, tiempo y dinero, pero tal vez viviríamos más tranquilos y más tiempo”, afirma el escritor, quien acepta gustar de toda esta “fantasía vintage”.
Carlos Fernández García, comunicador experto en tecnologías emergentes, piensa que esa espiral de desencanto en el caso de que desaparecieran las redes sociales se rompería a futuro con la creación de otras nuevas redes sociales. “La fidelidad de la sociedad es una cuestión relativa a los equipos de sonido, solían decir algunos comunicadores. A los minutos que se confirmara que no había Whatsapp, ya todos comenzaron a migrar a Telegram, más seguro y respetuoso de la privacidad. Las redes sociales volverían a renacer con herramientas más sofisticadas, completas y útiles”, advierte.
Un plan B
Como explica Fernández García, autor del libro “7 ensayos de la interpretación de la realidad aumentada”, las redes sociales digitales son una construcción social de la realidad a su imagen y semejanza. Con taras y convencionalismos, ciertamente.
“En una sociedad hiperconectada, las redes viajan a una enorme velocidad. Considero que éste es un momento de reflexión para precisamente contar con plan “B” que nos permita no paralizar la economía y seguir satisfaciendo las necesidades básicas de sus usuarios para defender su privacidad”, opina.
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Actualización: Se añadieron a las 4:10 pm. declaraciones del especialista en tecnologías emergentes, Carlos Fernández García.
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