“Tome lápiz y papel, ponga música de Mozart, Chopin o Gershwin, y dibuje en cartulinas cincuenta bloques cuadriculados. Luego lea todo el ‘Pequeño Larousse’, la ‘Enciclopedia británica’ y las mejores obras de la literatura mundial. Ya pasados los años, extraiga de esas lecturas 50 frases ingeniosas o pícaras y apúntelas en los vacíos bloques cuadriculados; finalmente, llene los espacios para las fotografías y listo: empiece a tejer las frases. El Geniograma es como tejer una chompa”.
Así de sencillo, don Mario Lara revelaba su proceso diario de trabajo en una entrevista publicada en 1994 en El Comercio. Para María Lara, responsable de continuar este tejido tras la desaparición de su padre, se trata de algo mágico: “Uno comienza a hacer los cuadraditos, define dónde irá la fotografía y luego, efectivamente, teje las frases. No sé cómo lo hago. Decido comenzar por una frase y luego las otras se van armando como en un rompecabezas. Hasta yo me quedo sorprendida al ver cómo sale”, nos comentaba.
En estos tiempos de cuarentena, la pasión por el Geniograma se ha profundizado entre los iniciados y se ha extendido entre nuevos cultores, encontrándolo ahora todos los días en las páginas de El Comercio. Una forma de enfrentar con lucidez las horas de reclusión hogareña. La idea nació de don Alejandro Miró Quesada Garland, entonces director de El Comercio, quien en uno de sus viajes por Europa vio este entretenimiento cultural en un diario sueco y pensó que valía la pena replicarlo en las páginas de nuestro diario. Al buscar a la persona ideal para hacerse cargo del entretenimiento que el director bautizó como Geniograma, se decidió que Mario Lara, de nacionalidad boliviana, entonces asilado en el Perú por razones políticas, fuera quien debía llevar adelante el proyecto.
PASIÓN Y TRADICIÓN
Este jueves 26, el Geniograma de El Comercio cumple 60 años. Y muchos geniogramistas lo celebran acompañados de un lápiz, un borrador y un buen café.
“Yo nací con el Geniograma”, nos cuenta el director del Museo de Osma, Pedro Pablo Alayza (Lima, 1960). “Desde muy chico, cada sábado, alrededor de El Comercio pasábamos las mañanas familiares buscando nombres de lugares remotos, de autores clásicos y un sinfín de datos curiosos, en la última edición del ‘Larousse ilustrado’”, recuerda el historiador de arte, quien mantiene la costumbre de comprar el diario, preparar un café y sentarse a cumplir con este antiguo ritual. “El Geniograma me regresa a los momentos más remotos con mis padres, pidiéndome que busque tal o cual palabra sin sentido aparente. De allí mi afición por recolectar información innecesaria o inútil causa mucha gracia a mi hija Lucía, a quien sorprendo cada vez que me pide algún dato para resolver las palabras cruzadas los fines de semana”, añade.
Para el historiador José de la Puente Brunke, el Geniograma ha sido una presencia en casa desde que tiene uso de razón. “Mi madre lo hacía siempre, y yo heredé esa afición. ¡Cuántas veces ella me lo pasaba y lo terminábamos entre los dos!”, rememora. Si bien el catedrático asocia la resolución del Geniograma a las varias enciclopedias que había en la casa, reconoce que esos volúmenes, aún presentes, han devenido obsoletos frente a Internet.
El dramaturgo Alonso Alegría recuerda perfectamente el impacto de la aparición del Geniograma y, poco después, del Geniograma Difícil. “Mi tan recordado amigo Eduardo Ordóñez era nuestro gran maestro, capaz de solucionarlo en una sola sesión. ¡Pero el mayor deleite (y uno de los más íntimos) que me ha dado ha sido que apareciera mi foto!”, comenta. “Para colmo, las letras por llenar no deletreaban mi nombre, sino el título de una de mis obras. Sesenta años después, es un hecho que si no has aparecido en el Geniograma no eres nadie”, bromea.
Otro gran autor teatral, César de María, agradece los momentos de unión familiar promovidos por el Geniograma. “Mi abuelo me sentaba a resolverlo desde chico. Me ayudó a aprender los símbolos químicos, a descubrir cifras escritas como letras (como cuando la respuesta es 10 pero funcionan como i y como o) y a reconocer a esas actrices de los años cincuenta que él identificaba de inmediato, como yo reconozco hoy a los ochenteros envejecidos”, comenta. De María recuerda a su madre, anciana, guardando los geniogramas de su suscripción para que él los solucione delante de ella, mirándolo con ese orgullo que esconden los padres al ver a los hijos adultos haciendo las cosas bien, pero sintiendo que aún son niños. “Recuerdo mi primer empleo con Daniel W., mi amigo y jefe, donde competíamos para llenarlo en minutos y la cabeza nos hervía cada primer lunes de mes en que llegaba el Geniograma Difícil. Ahora lo lleno a solas (cuando me alcanza el tiempo), pero me siento rodeado de toda esa gente que me acompañó y me enseñó, como el mismo Geniograma”, añade.
Para el escritor Santiago Roncagliolo, el Geniograma le recuerda a su maestro en la Universidad Católica Luis Jaime Cisneros. “Aparte de un gran filósofo y humanista, era un profesor afectuoso. Acostumbraba recibir a sus discípulos en su casa para hablar de temas académicos. O literarios. O de la vida. Pasé muchos fines de semana por ahí, y el crucigrama siempre sazonó nuestras conversaciones”, dice. “Ese ejercicio reflejaba su manera de enseñar: él te ofrecía su inteligencia y su vastísima cultura haciéndote creer que estabas a su nivel. Y ambas cosas eran un placer”, cuenta.
Por su parte, la coreógrafa Karin Elmore no puede evitar sentirse melancólica al enfrentarse al Geniograma. Sus primeros recuerdos están muy ligados a la vida de familia y a su padre, el periodista don Augusto Elmore. “Me encantaba ver a mi papá los domingos por la mañana quedarse después del desayuno haciendo su Geniograma, uno de los grandes placeres del fin de semana. Se tomaba el tiempo para jugar descifrando enigmas y solucionando problemas, soñando con ganarse el premio”, dice. “Esa imagen ha sido la misma de todos los domingos hasta sus últimos días”.
La periodista Teresina Muñoz Nájar también se hizo fan del Geniograma recientemente. “A cierta edad es necesario ejercitar la memoria”, aconseja. “Lo espero todos los sábados, a veces lo resuelvo íntegramente, otras se queda casi en blanco. Lo retomo durante el día pero no me obsesiono si no lo termino. Mi mamá sí que era una devota”, dice.
En efecto, semanas antes de que su madre falleciera, lúcida como estaba, Muñoz Nájar recuerda cómo cualquiera de sus hijos se sentaba a su lado y la ayudaba a resolverlo. “Le hacíamos las preguntas y anotábamos sus respuestas: “¿Cuantas letras tiene la palabra, termina con una vocal o con una consonante?”. Celebro en su nombre los 60 años que cumple el Geniograma, pues la mayoría de estos ella los disfrutó”, añade la reconocida periodista.
SECRETOS DE GENIOGRAMISTAS
Es normal que el Geniograma resulte intimidante para los principiantes. Para mejorar rápidamente nuestras habilidades, los expertos aconsejan tratar de ser metódico y rellenar lo que sabe al principio, concentrándose luego en las áreas donde se haya tenido mejores logros. Conocimientos básicos de inglés, francés y alemán pueden ayudar significativamente. Y, especialmente, ser paciente: si se atasca, no se rinda.
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Coronavirus en Perú: Impacto en el comercio exterior
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