Juan sin Tierra y Juan de Arona (por la hacienda donde vivió, en Cañete) fueron seudónimos de Pedro Paz Soldán y Unanue. (Foto: Archivo Courret/BNP)
Juan sin Tierra y Juan de Arona (por la hacienda donde vivió, en Cañete) fueron seudónimos de Pedro Paz Soldán y Unanue. (Foto: Archivo Courret/BNP)
Héctor López Martínez

Pedro Paz Soldán y Unanue, Juan de Arona (1839 - 1895) fue un personaje de variadas inquietudes dentro del mundo de las letras y la diplomacia. Se le recuerda como el escritor y poeta romántico de sólida formación clásica; como el precoz e inteligente viajero por Europa y Oriente; el sagaz y digno diplomático que nos representó ante el gobierno de Chile en los dramáticos días previos a la guerra de 1879; el lexicógrafo acucioso y costumbrista penetrante. Sobre el particular, no es exagerado decir que su “Diccionario de peruanismos”, publicado en 1884, es uno de los libros fundamentales de nuestra cultura. Fue también historiador y autor teatral, pero se le conoce sobre todo por su ingente producción periodística.

Juan de Arona, nieto de Hipólito Unanue, fue fundador y propietario de varios periódicos que estuvieron dotados de profundo contenido ético. Solía decir que las denuncias de la prensa sin ataduras ni compromisos servían para restablecer las normas morales conculcadas por el abuso del derecho. “Para emparejar, igualar y nivelar derechos, afirmaba, la ley, la moral, el instinto, y hasta la tradición romana, han establecido la sátira triunfal en lo antiguo y la prensa de oposición en lo moderno”. En 1869, por algunos meses, fue editor solitario de “La Saeta”, un semanario al que calificó de “vibrante, hiriente, volante, ligerísimo y punzante y, ante todo, nacional”.

Los estudiosos de la obra de Arona han incidido que su carácter agrio, pugnaz, polémico, le fue granjeando múltiples antipatías, incluso dentro de su círculo social más cercano. Esa inocultable amargura que lo convertiría en un implacable satírico tuvo diversas causas según explica su biógrafo Julio Ortega. Por una parte, la realidad sociocultural del país; más tarde la pérdida de su esposa quien falleció mientras vivían en su hacienda llamada Arona, en Cañete, y, finalmente, el ser despojado de esta propiedad familiar entrañablemente ligada a su infancia y juventud. Por eso comenzó a utilizar nuevos seudónimos como el significativo “Juan sin Tierra”.

Políticamente Juan de Arona fue una suerte de “francotirador” y sus envenenadas saetas podían caer a quienes menos las esperaban, pero el blanco preferido fue siempre el gobierno de turno. Con motivo de su muerte, ocurrida en Chorrillos el 5 de enero de 1895, dijo El Comercio: “Don Pedro Paz Soldán y Unanue fue uno de los caracteres más independientes que haya existido. Esta faz de su carácter explica las anomalías de su conducta, durante una vida llena de vicisitudes y angustias, emanadas de su propia naturaleza, más bien que producidas por causas extrañas”. Era un escéptico respecto a la conducta de la mayoría de las gentes. “Aquí no hay pueblo –solía exclamar–, sino para las corridas de toros y en los últimos tiempos para las tandas” (funciones teatrales continuadas).

Cuando en junio de 1893 el gobierno del general Cáceres clausuró su periódico emblemático, “El Chispazo”, Arona acudió a las páginas amigas de El Comercio para defender sus ideas con la vehemencia, el talento y la agudeza de siempre. “‘El Chispazo’ –escribió– no ha sido más que un periódico satírico, idéntico a los que se editan en las cultas capitales europeas; yo no tengo la culpa, si algunas personas confunden la sátira literaria con la difamación, no sabiendo distinguir los matices que separan unas nociones de otras. ¿Cuál ha sido la actitud de ‘El Chispazo’ durante su larga existencia? Ha procurado extirpar los vicios de nuestra administración, ha censurado a los funcionarios públicos que no han procedido bien; y se ha reído y hecho reír de los que no comprendiendo su verdadera posición, se han colocado por sus actos al alcance de los tiros de un escritor satírico que puede ridiculizarlos. ¿Es esto ser difamador ni incitador a la desobediencia de las autoridades? ¿Con esto se ataca la moral y buenas costumbres, ni la vida particular o íntima de ningún ciudadano?”.

Juan de Arona era un adversario temible. Su lema, del cual sería víctima muchas veces, fue “Garrotazo y tentetieso, hasta no dejarles huesos”. Sus enemigos “le tomaron la palabra” y en varias oportunidades sufrió atentados de los cuales salió seriamente descalabrado. Paz Soldán y Unanue, sobre todo a lo largo de 1894, publicó muchas colaboraciones en El Comercio. Destaca su relato por entregas “La línea de Chorrillos” donde describió con erudición y donosura Miraflores, Barranco y Chorrillos. Ese mismo año las reunió en un libro donde amplió sus nostálgicas crónicas. En 1993 el Departamento de Ediciones de El Comercio publicó por segunda vez “La línea de Chorrillos” con prólogo del historiador José Agustín de la Puente Candamo. Hasta el fin de sus días Arona no se cansó de insistir en que los males mayores del Perú eran causados por la ignorancia y el altísimo porcentaje de analfabetos. “Entre nosotros –sentenciaba–, el que tiene que atravesar las calles de la ciudad con un libro por acaso en la mano, se apresura a envolverlo en algo, para no atraer la atención como un ente curioso”. Esto fue escrito en el siglo XIX y no pierde vigencia en el XXI.

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